domingo, 23 de enero de 2011

WENDY Y LUCY (WENDY AND LUCY, 2008) de Kelly Reichardt


Una de las razones por la que el cine es un arte total, es que una película con un argumento aparentemente simplista y que al responder a ¿de qué va?, te sientas como un tonto al hilvanar el argumento sobretodo en voz alta,  ésto creo que el cine norteamericano lo efectúa de forma magistral, pienso en  Malas Tierras de  Terrence Malick por ejemplo, sin embargo produzca los sentimientos más perturbadores y desoladores en su visionado. Del mismo modo  ocurre en la literatura con autores como Raymond Carver. Podríamos encabezar nuestro argumento con el titular: cine para tiempos de crisis (cualesquiera).  Wendy and Lucy arranca con unos planos de trenes de mercancías, una de las cosas más antiestéticas, pero que nos sitúa  en el camino por el que nos va a llevar la directora.

Wendy  con la compañía de su perra Lucy, se dirige a Alaska para trabajar en una fábrica de conservas. A su paso por Oregón, la descubren robando en un supermercado unos botes de comida. A partir  aquí comienza un afilado análisis a la sociedad americana de la era Bush, los diálogos en la secuencia del cuarto de control del supermercado no tienen desperdicio: “Las reglas se aplican para todos igualmente”, “Si una persona no puede pagar la comida para perros, no deben tener perros”, “No es la comida, se trata de dar ejemplo”. Eso dice un joven imberbe, empleado del supermercado. Wendy es detenida (la fichan, la toman las huellas dactilares con un estupendo escáner, la meten en un calabozo, la sacan, la vuelven a tomar las huellas con el oficial de turno siguiendo el manual de instrucciones del escáner y la vuelven a meter en el calabozo) y pierde a Lucy, comenzando el periplo del personaje en busca de su perra. Los cuadros filmados por la directora van de sordidez en sordidez pero no de manera evidente, tiene más peso el subtexto. Digamos que Wendy and Lucy  es una road movie incompleta, en la película se anda mucho, al igual que el personaje protagonista de El signo del León de Rohmer, aunque sin perro, comparte muchos puntos en común con Wendy, y se monta en autobús, en taxi, pero lo que debería comenzar como una road movie al uso (están todos los ingredientes: el coche, el viaje y el destino) se queda en un viaje a la desesperación. Wendy se queda anclada en una ciudad, provinciana a más no poder, fiel reflejo de la sociedad americana más deprimente, en la que gradualmente se cierran todas las puertas, las pocas oportunidades a las que puede aspirar. El viaje, si lo hay interior, pero a lo más desesperante del ser humano, no termina de arrancar. La película cierra con un plano de un tren de mercancías en el que huye Wendy, probablemente a comenzar una vida mejor o no.


Wendy es interpretada por Michelle Williams que aporta al personaje matices de candidez, de angustia constreñida y de estar de vuelta de todo, las miradas de Wendy intentando analizar una realidad que se cierra a toda capacidad de análisis, que enriquecen  guión y personaje. Kelly Reichardt acertó con las localizaciones y la composición de los planos, colocando al exiguo reparto, reparto que comparte la misma agresiva soledad (sobre todo vacío) con la protagonista que siempre está “de paso”, dentro de un marco de absoluta banalidad que rodea a todos los lugares donde sitúa la cámara la directora, sazonados  con una excepcional fría fotografía de Sam Levy.
Wendy and Lucy se llevó algún premio en festivales de cine independiente, y si es independiente, es de seguir las estúpidas voces de sus amos, lleven la correa que lleven, nunca podría venir más al pelo. Una corta, su duración es de 77 minutos, y pequeña joya del cine norteamericano actual.
JUAN AVELLÁN

1 comentario:

Eduardo Muñoz dijo...

Hola Paulina:

Muchas gracias. Te acabo de mandar un e-mail.

Saludos