En la cierta decadencia, admitámoslo, que empezaba a sufrir el western a lo largo de los años 60 pedía a gritos una renovación de sus esquemas clásicos, sobre todo temáticos, y hubo que redefinirlo. Los personajes empezaron así a ser más sombríos y el viejo oeste empezaba a transformarse poco a poco sobre todo por la llegada de la tecnología constituyendo irremediablemente una nueva sociedad. Los maestros del género ayudaron mucho en esta redefinición, pensemos por ejemplo en El hombre que mató a Liberty Valance (1962, John Ford) o Grupo salvaje (1969, Sam Peckinpah), dos absolutas maravillas. En este contexto surgió Valor de ley (Henry Hathaway, 1969), una película de aventuras al estilo clásico pero con aires indudables de western crepuscular con esencia a despedida. Su personaje principal es una niña de catorce años que pide ayuda al completo antihéroe, un sheriff gordo, viejo, borracho, con un solo ojo y con maneras muy peculiares de proceder y muchas muertes a sus espaldas, Rooster Cogburn; ya que un tipo llamado Chaney ha asesinado a su padre y quiere vengar su muerte. Les acompañarán en el camino un Ranger de Texas.
Este es el film que los Coen han usado para hacer un remake. Estos cineastas se han ido acercando poco a poco al cine del Oeste, incluso una película de temática contemporánea como No es país para viejos (2007) sigue los esquemas clásicos del género. Iban cabalgando hacia lo que ha sido la eclosión definitiva: un nuevo acercamiento a aquélla película de 1969 firmada por un gran especialista, Henry Hathaway.
Y las dudas, críticas y consideraciones que han ido surgiendo en torno a este proyecto quedan disipadas. Desde las opiniones que afirmaban que era un pecado hacer un remake de un mítico western hasta los que pensaban que no estaría a la altura. Pues bien, no sólo está a la altura sino que se le hace una justicia más que digna. Es fiel al original y parece al mismo tiempo una obra pura de los Coen, su olor a revisión no empaña el prodigioso conjunto en absoluto. Los pequeños cambios con respecto al original son mínimos y contribuyen a engrandecer y rescatar un western que, si bien es una buena película, sin embargo no está a la altura de películas como Centauros del desierto (1956, John Ford), por citar uno célebre, y es recordado sobre todo por el Óscar a la mejor interpretación que obtuvo John Wayne, quien bordaba su interpretación.
Los Coen deciden cambiar la perspectiva para que el peso del film recaiga en la niña (Hailee Steinfeld). Es ella quien nos cuenta la historia a modo de flashback, detalle que no sucedía en la cinta de 1969, y su presencia y peso en la historia no pasa desapercibida en todo el metraje. Sin embargo, en aquélla, la película acababa perteneciendo al personaje de John Wayne. Joel y Ethan Coen se encargan de recordarnos todo el rato que esta niña tiene 14 años, pero viendo su rostro y su comportamiento sabemos que es ya una mujer, la mujer que años después de los sucesos acaecidos nos cuenta su historia. Darle tanto peso a una niña en una película del Oeste es un hecho quizás único. También mejoran el personaje del Ranger de Texas dándole más importancia en el relato, interpretado por Matt Damon.
La cinta de los Coen es aún más crepuscular si cabe que la de Hathaway. Su estética y tono sombrío ayudan a reforzar esta idea, y el hecho de que las secuencias de acción estén construidas por la noche en vez de por el día también. Dichas secuencias están llenas de una fuerza descomunal, de una pasión por el cine sin límites por parte de estos dos hermanos. Del mismo modo las ropas de los personajes no tienen los colores vivos como en el film de Hathaway, sino que poseen tonos oscuros, gran símbolo. Además la sed de venganza que posee la niña no está sustentada en una moral de tipo religiosa (corría el año 1969 y era Hathaway), sino que su personaje es más profundo y menos dulce. Quiere llevar al asesino de su padre a la horca a toda costa para que se le haga justicia, sin más. Joel y Ethan Coen consiguen que el personaje del sheriff Rooster Cogburn (Jeff Bridges) con el de la niña queden más emparentados sobre todo gracias al hermoso epílogo. Dos personajes solitarios unidos por la falta de familia, la carencia de una parte del cuerpo, y el agradecimiento mutuo por haber conseguido una redención uno, y una venganza, otra.
Qué gusto da que sigan quedando cineastas valientes que se atrevan a hacer un western y consigan trasladar nuestra alma a aquellos magníficos films de tipos rudos con sombreros, recompensas y venganzas. Los planos están hechos con una hermosura extrema, impecable. En ocasiones parece que el mismísimo John Ford hubiera resucitado y viendo las miserias que cubren in extremis al cine actual hubiera cogido una cámara y se hubiera puesto manos a la obra a intentar rescatarlo. Los homenajes a su cine no faltan, por cierto, sobre todo a Pasión de los fuertes (1946), en esa mítica imagen del sheriff interpretado por Henry Fonda balanceándose sobre una silla.
Los actores están espléndidos, sobre todo la niña que promete ser una grandísima actriz y un portentoso Jeff Bridges cuya presencia trasciende la pantalla. La recompensa la obtendrán a partir del 11 de Febrero en cines. Espero que la espera para ver esta joya del cine no se les haga demasiado larga.
EDUARDO M. MUÑOZ
La cinta de los Coen es aún más crepuscular si cabe que la de Hathaway. Su estética y tono sombrío ayudan a reforzar esta idea, y el hecho de que las secuencias de acción estén construidas por la noche en vez de por el día también. Dichas secuencias están llenas de una fuerza descomunal, de una pasión por el cine sin límites por parte de estos dos hermanos. Del mismo modo las ropas de los personajes no tienen los colores vivos como en el film de Hathaway, sino que poseen tonos oscuros, gran símbolo. Además la sed de venganza que posee la niña no está sustentada en una moral de tipo religiosa (corría el año 1969 y era Hathaway), sino que su personaje es más profundo y menos dulce. Quiere llevar al asesino de su padre a la horca a toda costa para que se le haga justicia, sin más. Joel y Ethan Coen consiguen que el personaje del sheriff Rooster Cogburn (Jeff Bridges) con el de la niña queden más emparentados sobre todo gracias al hermoso epílogo. Dos personajes solitarios unidos por la falta de familia, la carencia de una parte del cuerpo, y el agradecimiento mutuo por haber conseguido una redención uno, y una venganza, otra.
Qué gusto da que sigan quedando cineastas valientes que se atrevan a hacer un western y consigan trasladar nuestra alma a aquellos magníficos films de tipos rudos con sombreros, recompensas y venganzas. Los planos están hechos con una hermosura extrema, impecable. En ocasiones parece que el mismísimo John Ford hubiera resucitado y viendo las miserias que cubren in extremis al cine actual hubiera cogido una cámara y se hubiera puesto manos a la obra a intentar rescatarlo. Los homenajes a su cine no faltan, por cierto, sobre todo a Pasión de los fuertes (1946), en esa mítica imagen del sheriff interpretado por Henry Fonda balanceándose sobre una silla.
Los actores están espléndidos, sobre todo la niña que promete ser una grandísima actriz y un portentoso Jeff Bridges cuya presencia trasciende la pantalla. La recompensa la obtendrán a partir del 11 de Febrero en cines. Espero que la espera para ver esta joya del cine no se les haga demasiado larga.
EDUARDO M. MUÑOZ
1 comentario:
Dice el crítico, jurista y cinéfilo empedernido Eduardo Torres-Dulce en el programa radiofónico "Cowboys de medianoche" que VALOR DE LEY de los Coen le ha dejado bastante frío. Suelo coincidir con él en sus opiniones, pero aquí discrepo radicalmente. Sostiene que no tiene nada de original y que es casi igual que el film de Hathaway. ¿Alguien se atreve a abrir debate?
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