Amarcord. 1.973. Federico Fellini rueda una película excelente. Pero requiere un gusto refinado y una gran sensibilidad. Es difícil de ver. Es difícil de apreciar. El hilo argumental está difuminado y apenas sí se esboza una trama. Amarcord (Mis recuerdos), no se desarrolla de una manera natural como cualquier película al uso. El montaje, su trabazón interna, el devenir del filme es semejante a la manera en que los recuerdos aparecen en la mente de un hombre. Las secuencias se suceden sin vocación narrativa; sencillamente vagan y vagan a lo largo y ancho de la película, vienen y van, revolotean, revolotean igual que los vilanos que anuncian la primavera al principio de la película. No hay aquí otro nexo de unión en las escenas ni otra trama más consistente que las distintas relaciones que se establecen entre el elenco de personajes arquetípicos que habitan en un pueblo. Vemos así a los colegiales, a los profesores, a la prostituta, al ciego, a la desquiciada, al cura, al gobernante, a los trabajadores, a una familia etc… y vemos como se relacionan entre sí, unos con otros, sin arreglarse en ningún caso a una trama preconcebida y narrativa.
En Amarcord (Mis recuerdos), las escenas se ordenan única y exclusivamente para recordarnos la precariedad de nuestra condición humana. Ese es el fin. No hay otro trasfondo. A pesar de la aparente comicidad de algunas de las secuencias, y del tono jocoso y festivo que en general domina la película, se sobrepone un halo metafísico que asombra por la densidad de su entramado.
No es importante que la película nos hable de la terrible soledad que suceden a los hombres en el mundo, de su orfandad radical, de su desquiciamiento, de su desesperación, de su convivencia muchas veces complicada, no, no es importante la política local o nacional o sin ir más lejos sus pulsiones sexuales. Lo verdaderamente maravilloso es la maestría con la que Federico Fellini acierta a entrelazar a la vez todos estos elementos del discurso cinematográfico, elementos dispares que funcionan armoniosamente dentro de un marco donde predomina el tono jocoso, festivo, pastoral, y, en ocasiones cómico de las escenas.
Las imágenes, las metáforas y las alegorías que se utilizan en el filme son de una fuerza descomunal, tan poderosa como efectiva. Las imágenes impresionan la memoria y el impacto visual y estético es absolutamente arrollador. Es magnífica la escena en la que vemos a un hombre desquiciado subido en lo alto de un árbol gritando como un descosido: “quiero una mujer, quiero una mujer”. O aquella otra escena en la que los personajes navegan en un mar lleno de niebla.
La mirada de Fellini es una mirada amorosa, humilde y sobretodo melancólica, ama lo que ve, lo que recuerda y las escenas son profundas a fuerza de ser naturales. No hay ni una mota de artificialidad. No hay asuntos forzados o metidos con el calzador. No hay nada de eso. Todo fluye con profunda humildad, sin aspavientos, sin lenguajes crecidos, sin decoros banales, todo transcurre a corazón abierto, con esa humildad desde la que se da la palabra a las cosas para que estas se muestren por sí solas.
Mención especial merece la banda sonora de esta joya que corre a cargo del gran Nino Rota quien con sumo acierto convoca una nostalgia y una melancolía que nos acompaña desde el principio hasta el final de la película. No hay mejor banda sonora para quién quiere contar algo del pasado, una belleza perdida, el tiempo que se ha ido, la añoranza de una infancia ignorante y feliz.
En 1.974 recibe el Oscar a la mejor película de habla no inglesa y, al año siguiente, recibe dos nominaciones al mismo galardón: una nominación al mejor guión y otra a la mejor película. Federico Fellini impone su fuerte personalidad cinematográfica. Con humildad y amor se acerca a las cosas y las cuenta.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
2 comentarios:
Has dado en el clavo, excelente crítica. Todo lo que mencionas, que yo suscribo de cabo a rabo, la convierte en una de las grandes películas de la historia del cine.
Gracias Edu, y gracias también por regalármela. Fellini es la hostia. Antonio.
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