lunes, 23 de enero de 2012

GLEN OR GLENDA (1953) de Edward D. Wood Jr.


El singular Edward D. Wood Jr. se adelantó a cineastas de la talla de Alfred Hitchcock en Psicosis (1960) y Billy Wilder en Con faldas y a lo loco (1959), cuando en 1953 fue contratado por el productor George Weiss para dirigir lo que devino en una de las primeras películas de la historia del cine sobre travestismo. El caso real de Christine Jorgersen, quien en 1952 fue la primera persona en someterse a un cambio de sexo, sirvió de excusa para explotar el tema comercialmente en el cine. A Wood se le encargó una película que tratara explícitamente el tema, si bien su propio travestismo conllevó a que acabara realizando un film autobiográfico.
A medio camino entre el documental y la ficción, Glen or Glenda es un producto absolutamente atípico sin ningún tipo de desperdicio. La imperfección domina por doquier el film, que termina siendo un despropósito absoluto. Bela Lugosi interpreta el papel del “científico”, algo así como un personaje omnisciente a modo de divinidad siniestra que “maneja los hilos” del relato; si bien es cierto que su personaje podría sobrar ya que el narrador acreditado que sustenta la historia es Timothy Farrell. Bela Lugosi encaja únicamente con calzador en la película en un extraño papel que Wood probablemente creó a modo de favor personal.


El detalle de los dos narradores no es, ni mucho menos, lo único que chirría en la cinta. El drama que nos presenta Wood resulta tan simple que no aguanta ni de lejos la extensión de un largometraje (al menos de la manera en que fue expuesto). Glen (interpretado por el propio Edward Wood) es un hombre que guarda un secreto: le gusta vestirse con ropa de mujer en la intimidad. Como consecuencia de ello se convierte en Glenda, a espaldas de su novia (Dolores Fuller). El drama que reside en Glen or Glenda es únicamente ese: el miedo de Glen de perder a su amor cuando le desvele su secreto mejor guardado. Pero el guión de Wood no logra desarrollar mínimamente la historia ni los personajes, consiguiendo tan sólo 65 minutos de película a base de rellenar dicha premisa con materiales más propios del documental que del melodrama.
Glen or Glenda se pierde todo el rato en reflexiones acerca de la compleja y oscura naturaleza humana, que según el narrador en ocasiones se bifurca en sus comportamientos consiguiendo que tipos aparentemente normales tengan una personalidad oculta que, por miedo al rechazo y al prejuicio, guardan en su interior. “Existen otros Glens en el mundo…” Resulta satírico observar cómo bajo estas reflexiones, en ocasiones interesantes y otras veces descaradamente usadas para alargar el metraje, Edward Wood muestra planos de gente normal como el lechero o el empleado de una fábrica, quienes gracias a la voz en off sabemos que tienen la misma personalidad que Glen y van paseándose por el mundo con ropa interior femenina. Además resulta chocante y divertido ver al propio Wood vestido de mujer. El drama que pretende ser deviene sin poder evitarlo en comedia grotesca y disparatada en estas ocasiones, debido a la falta de talento por parte del cineasta para generar un drama como es debido; y a elementos extraños que no se entienden bien, como las frases incoherentes que aparecen de vez en cuando y que son proclamadas por Lugosi en tono amenazador: ”¡Cuidado! ¡Cuidado! ¡Cuidado con el gran dragón verde que está sentado en el umbral de tu puerta! Come niños, colas de perritos y caracoles muy gordos. ¡Cuidado! ¡Ten cuidado!”. Sin desperdicio.


La historia de la película propiamente dicha apenas si dura en torno a la media hora larga. Glen or Glenda, ya sea por su carácter de culto, la leyenda que subyace a su director (en parte enaltecida por el film Ed Wood de Tim Burton), o por la simple curiosidad de ver a Bela Lugosi en el ocaso de su vida, se aguanta con agrado y entretenimiento. La cantidad de defectos, tanto técnicos, de guión, de puesta en escena e incluso de dirección de actores; tienen su punto más álgido en la gran cantidad de planos de archivo que están insertados en el film a falta de otro material mejor. No hay explicación alguna para esos fotogramas de rayos y truenos que en ocasiones separan las secuencias, esos otros tan repetitivos de una autopista con coches o los bélicos que efectúan su aparición al final. Sin olvidar las escenas oníricas que se supone que reflejan el inconsciente de Glen y en las cuales aparece incluso un tipo disfrazado de diablo. Originalidad no le falta, eso es evidente, e incluso algunos de esos planos recuerdan al cine de Buñuel, como aquél donde la novia de Glen está atrapada por un tronco de árbol en una habitación y Glen la libera. Pero se acaban antojando largos, desmedidos y sin venir a cuento.


Para colmo, una vez que la trama principal finaliza, o al menos eso es lo que parece, Edward Wood parece querer justificar su trabajo ante el productor George Weiss y, de forma acelerada, nos cuenta la historia de un cambio de sexo cuando apenas quedan diez minutos de película (recordemos que ese era en origen la verdadera razón de ser del proyecto por el que Wood fue contratado y que éste acabó saltándose a la torera).
Sin cortarse un pelo, Wood logró con su primer largometraje una obra mal contada, mal realizada y desequilibrada en su conjunto. Ni obtuvo una película de ficción propiamente dicha ni un falso documental medianamente serio (aunque si se piensa con detenimiento, quizás Glen or Glenda sea pionera en este peculiar género, en el cual cineastas como Woody Allen en Zelig y Federico Fellini con Ensayo de orquesta se movieron como pez en el agua). Lo que viene siendo comúnmente conocido como un despropósito con mayúsculas. Eso sí, divertido, ameno y entrañablemente raro. Uno de los films más extraños de la historia del cine.

EDUARDO M. MUÑOZ

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