La cámara de Werner
Herzog siempre se ha caracterizado por dotar al fotograma de un realismo
extremo, con cierto estilo documental fuera de todo artificio. Recordemos las
asombrosas imágenes que nos regaló en la inclasificable Fitzcarraldo (1982), donde no se recurrió a
ningún tipo de truco en las imágenes y en las que vemos cómo un barco es
arrastrado en mitad de la selva por indígenas, hasta el punto de que alguno de
ellos resultó gravemente herido durante el rodaje. O esas otras de Klaus Kinski a través del río Amazonas
en Aguirre,
la cólera de Dios (1972). Hasta en Nosferatu, vampiro de la noche (1979)
Herzog parece estar filmando a un vampiro de verdad y no a una réplica
encarnada de nuevo por Kinski. No es de extrañar, por tanto, que La
cueva de los sueños olvidados esté firmada por Herzog, un maestro en el
arte de atrapar la naturaleza en imágenes tal y como se presenta ante él. En ella introduce su cámara
hiperrealista dentro de la cueva Chauvet, al sur de Francia, para mostrarnos in situ unas pinturas del hombre del
Paleolítico de 32.000 años de antigüedad.
El documental nos
sitúa cara a cara ante las obras maestras realizadas por nuestros antepasados,
como si el tiempo no fuera ni impedimento ni barrera, como si estuvieran recién
pintadas. A través de angostos y oscuros pasillos bajo tierra, Herzog y su
equipo parece que estuvieran buscando un tesoro, que hallaron en forma de bisontes, leones, caballos y diversos animales, los cuales fueron trazados por
hombres que sabían jugar a la perfección con las formas irregulares de las
paredes para conseguir así relieve y perspectiva en las pinturas, para que a
través del fuego obtuvieran la sensación de movimiento. ¿Estaremos ante el
descubrimiento de los verdaderos orígenes del cine?
Junto al equipo de filmación de Herzog presenciamos el
asombro ante tal maravilla, como en ese momento donde, ante el silencio
cautivador de la cueva, las pinturas hablan por sí solas. Los hombres
primitivos encontraron la espiritualidad mediante el arte, y Herzog nos hace
partícipes de todo ello. Y eso ya de por sí es un
privilegio, teniendo en cuenta que el acceso a la cueva está cerrado al público
en general. Únicamente los paleontólogos y arqueólogos pueden entrar, pero tan sólo un número muy limitado de
veces al año, ya que hasta la propia respiración podría afectar a la
conservación de las pinturas. El documental se pudo realizar gracias al permiso
que obtuvo Herzog por parte del Ministro de Cultura francés, que permitió al
cineasta introducir un pequeño equipo de rodaje para una duración total de
seis días. El resultado es un viaje temporal de miles de años que difícilmente
olvidaremos. Un viaje largo pero al mismo tiempo corto, ya que nos sitúa cara a cara con nosotros mismos.
EDUARDO M. MUÑOZ
2 comentarios:
Y es que Herzog disfruta de su capacidad de maravillarse, de sorprenderse ante la naturaleza. Su capacidad de asombro nos la presenta también en Fata Morgana, otro documental de primera del cineasta teutón.
Una película formidable, sin duda.
Con un final fascinante, por cierto.
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