jueves, 23 de diciembre de 2010

SABOTAJE (SABOTEUR, 1942) de Alfred Hitchcock


Las críticas negativas que injustamente Alfred Hitchcock recibió a lo largo de su carrera tenían que ver en su mayoría con la falta de verosimilitud de su cine. Lo que desconocían esos críticos era que precisamente los elementos inverosímiles de sus películas convierten a este cineasta es un maestro en el arte de contar historias, ya que mediante el uso de trucos narrativos consigue atrapar al espectador de principio a fin. Tuvieron que pasar los años para que la Historia le situara en el lugar que merece, como uno de los mejores directores que ha dado el cine.

Si partimos de esta premisa Sabotaje es una historia que depende del puro azar, luego es puro Hitchcock. El guión esta construido en base a casualidades, una detrás de otra, y precisamente por eso la historia avanza a un ritmo vertiginoso. No hay que buscar en los films del maestro situaciones que puedan darse en la vida cotidiana, en sus películas sólo hay cine.

La historia es una nueva versión del falso culpable que tanto le gustaba a Sir Alfred. Un obrero de una fábrica aeronáutica es acusado falsamente de sabotaje porque le tienden una trampa cuando es testigo del incendio de la misma y de la muerte de su amigo. En un intento por demostrar su inocencia y descubrir a los culpables será perseguido por la policía.


Sabotaje guarda muchas similitudes con algunas de las obras maestras de Hitchcock, sobre todo con la mítica Con la muerte en los talones (1959), incluso también tiene una escena de subastas, pero sin embargo está muy lejos de igualarla. Y ello es porque el film peca en exceso de contener demasiados elementos. Por ejemplo, hay una secuencia en la que los trabajadores de un circo (La Mujer Barbuda, unas hermanas siamesas, un enano) esconden a los protagonistas de la policía, y más bien parece un homenaje a La parada de los monstruos (1932, Tod Browning) que un elemento que haga avanzar la historia.

Además, la trama está mejor lograda en la primera parte de la película que en la segunda pese a que el ritmo no decae en ningún momento. El final resulta algo acelerado, aunque los momentos en la Estatua de la Libertad es de lo más popular del cine de Hitchcock (las alturas gustaban al maestro, recordemos el monte Rushmore de Con la muerte en los talones o el campanario de la brillante Vértigo (1958) ).

La mayor parte de la culpa de que este film no sea tan brillante como pudo haber sido es de la productora que impuso a Hitchcock bastantes condiciones, como es el caso de los actores. Robert Cummings, el falso culpable, no es Cary Grant, no le da la garra suficiente a su personaje. Y la bella Priscilla Lane no acaba de encajar como chica Hitchcock. La mejor interpretación, sin embargo, es la del malo, Otto Kruger.


Pese a ser una obra menor siempre es una delicia revisarla y descubrir cuántos elementos de la película (y del cine de Hitchcock en general) han influido en el cine del siglo XX. Un ejemplo de lo que digo lo encontramos cuando Robert Cummings salta esposado desde un puente hacia un río para huir de la policía. Entonces no podemos evitar pensar en la famosa secuencia de El fugitivo (1993, Andrew Davis) en la que de la misma manera Harrison Ford salta hacia el río dejando atónito al policía interpretado por Tommy Lee Jones. Por eso los cinéfilos no podemos dejar de ver el cine de los grandes, porque descubrimos que en ellos está el cine con mayúsculas y que lo han inventado todo.

EDUARDO M. MUÑOZ BARRIONUEVO

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