En 72 minutos, el director de origen finlandés Klaus Härö, forja una trama sencilla pero densa. En su quehacer no hay distracciones vanas, ni desvaríos gratuitos, no hace excursiones a la ligera. La película y el argumento se desenvuelven desde una técnica austera y rigurosa. Klaus Härö se centra en lo que se tiene que centrar. No se desliza. No busca la belleza preciosista, ni la sensiblería trasnochada de los pasajes rosas a los que nos tienen tan acostumbrados las comedias románticas del otro lado del charco. No se vale de renombrados actores, como tampoco explota la sensualidad o el desencanto de las caras bonitas. No hay arquetipos, ni perfiles trazados por la cosmovisión americana.
Leila ha sido condenada a cadena perpetua pero es indultada y desde entonces el estado la ha puesto al servicio del padre Jacob, un sacerdote rural que aqueja de ceguera y de brotes de demencia transitorios. La trama avanza con calma y parsimonia, y se va conformando en la medida en que estas dos figuras antagónicas, contrapunto una de la otra, resuelven sus destinos en el tamiz de una suerte de encuentros y desencuentros advenidos.
Gracias al ritmo despacioso y asentado el director acierta a convocar la atmósfera del campo. Respiramos el paisaje bucólico y su tranquilidad, la intemperie terrible y sus inclemencias meteorológicas; y al mismo tiempo nos regala los ojos con una vegetación humilde y deslucida. Vemos matojos y maleza, broza y arbustos silvestres que se extienden desordenadamente por doquier.
Por su parte el guión es coherente, creativo y nada predecible. Quizá en algún punto aislado rompe con la lógica interna de los personajes. Como botón de muestra recuerdo aquella donde, en un acto de desesperación inexplicado e incoherente, Leila hace un amago de colgarse de una soga. A pesar de estos pocos deslices, el director, con buen criterio, se huye de los tópicos y soslaya casi por convicción de estilo, las predicciones de los espectadores. Klaus Härö sabe como salirse por la tangente. Nada es lo que esperamos: no podemos predecir la película. Realiza un argumento que marca diferencias y con esas, no permite que a la trama le reste un ápice de consistencia. Su vuelo no flaquea en absoluto y logra un equilibrio muy loable entre todos los elementos cinematográficos que se ponen en juego.
Aunque el guión está bien hecho, y la trama está perfectamente construida, aunque el ritmo es lento pero adecuado a las localizaciones. Aunque los actores, -todos ellos- interpretan estupendamente sus papeles. Y aunque los premios avalen con justicia su valía, lo cierto es que se echa en falta algo más de acción en el devenir del dramatismo, algo más de intensidad, de complejidad y de tensión argumental.
Cartas al padre Jacob es un dramón que no llega a resultar pesado gracias a un director que con acierto ha visto que 72 minutos de metraje es un tiempo suficiente para que no se abran los bostezos de los espectadores. Ronda la línea difusa del aburrimiento, pero no llega a violentarla.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
2 comentarios:
Por lo que dices la película tiene muy buena pinta, ¿no?
REgular... Es un dramón. Está bien hecha pero aburre un poco. Anto
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