Morning glory es una película que engaña. A simple vista parece que estamos ante una comedia americana más ambientada esta vez en el mundo de la televisión, con altas dosis de romanticismo y en la que todo sale bien. O incluso delante de uno de esos films que sólo sirven para el lucimiento de los actores. Todas estas impresiones son reforzadas por el hecho de que el responsable de la cinta sea Roger Michell, autor de obras como Notting Hill (1999), producto entretenido sin más pretensiones. Y algunos de estos ingredientes los tiene. Pero hay que darle una oportunidad y no fiarse de tráilers ni de sinopsis, en definitiva de las apariencias. Los tópicos, que los tiene, no echan a perder esta comedia sobre los conflictos laborales. Lo que la hace distinta es que no se desvía de su planteamiento principal para caer en lo meramente comercial y hace un brillante análisis de los entresijos que surgen detrás de las cámaras cuando se trata de hacer un programa televisivo matinal. Todo ello hecho con mucha frescura y consiguiendo una película muy entretenida.
Becky (Rachel McAdams) es una joven productora de televisión y trabajadora infatigable que es contratada para dirigir un programa matinal. Para conseguir renovarlo y así obtener un mayor éxito, decide contratar a la leyenda viva del periodismo Mike Pomeroy (Harrison Ford), para que lo presente junto a la estrella femenina del matinal Colleen Peck (Diane Keaton). La reacción de Mike será de rechazo al ser un vanidoso profesional que no quiere rebajarse a co-presentar un programa de entretenimiento, lo que traerá diversos enfrentamientos y quebraderos de cabeza a todo el equipo, sobre todo a Becky.
La película habla, sobre todo, del afán de superación. Por ello su principal acierto es el de no caer gratuitamente en el típico material que acaba derivando sin más lo romántico, como suele ocurrir en este tipo de films. Aquí el amor es una mera subtrama secundaria. Es una película sobre el trabajo y la lucha diaria para hacer tangibles los sueños, y esa premisa no la abandona nunca. El otro gran acierto es haber contado con un elenco de actores maníficos. No sólo lo digo por Harrison Ford y Diane Keaton que están formidables y crean una química en la pantalla inmejorable, sino por la estupenda interpretación de Rachel McAdams, que lo tenía complicado al batirse en duelo con semejantes pesos pesados y sale muy bien parada. Se lleva la película merecidamente. Las situaciones que se crean en torno a todos los personajes sacan a relucir un buen trabajo de guión y de dirección de actores que hace que Roger Michell apruebe y no por los pelos.
El ritmo frenético que posee hace que su visionado se evapore en un suspiro. Tan sólo en el acto final la maquinaria empieza a fallar y se hace bastante previsible, algo lógico en este tipo de cine, ya que la industria es la que manda. Del mismo modo ciertas técnicas cinematográficas usadas como el acelerado o cámara rápida para aumentar el humor de ciertas secuencias se ven a día de hoy desfasadas y a ratos dan a la película cierto aire de videoclip. Sin embargo estos desaires no le restan ni un ápice al buen hacer de una película que en su conjunto se ve con mucho agrado y que respeta la inteligencia del espectador. Sin ser una obra maestra te hace salir de la proyección con muy buen humor, que ya es bastante. Disfrútenla a partir del 21 de Enero en cines.
EDUARDO M. MUÑOZ
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