Tras dos años de rodaje, múltiples problemas personales y sobre todo profesionales en una selva de Filipinas y con un presupuesto de 35 millones de dólares (desorbitante para la época), sale a luz una de la obras más geniales del cine. En Mayo de 1979 , en el Festival de Cannes detrás de un amplia controversia, tanto público como crítica ven en su versión corta un film que todo el mundo esperaba entre la indiferencia y la polémica llegando a la mas unánime sorpresa: La Palma de Oro.
Basada en la esencia de El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad y ambientada en la guerra del Vietnam surge una historia de introspección psicológica y moral donde el capitán Willard (Martin Sheen) es enviado a la selva camboyana en una misión secreta. Va en busca de un coronel llamado Kurtz (Marlon Brando) que se ha atrincherado con un grupo heterogéneo de soldados para combatir interiormente una guerra que está en el exterior. En mi opinión el contexto es lo menos importante aunque es llamativo y sugerente, sobre todo en unos años en que la sociedad norteamericana ya hablaba con cierta libertad sobre el conflicto y se posicionaba en el pacifismo y en el “No a la guerra” sobre todo en los sectores universitarios. Con esta premisa el coronel Kurtz denuncia, no olvidemos que su dossier es intachable como soldado, que en la guerra lo importante es la victoria de la nación, anteponiéndose a los sentimientos y a las emociones, que para lo único que sirven es para ablandar el poderío americano. Por lo tanto está loco, ¿o es que es un soldado patriótico?
En pleno viaje vemos una lucha que no solo se desarrolla en la selva y contra los comunistas sino la guerra que cada uno libra en su mente, en su corazón y en su alma. El río que atraviesan es el río de lo racional a lo irracional, de lo real hacia lo onírico, por tanto es el trasiego que va desde la obsesión hacia la locura remarcando así la realidad de un conflicto contra la incapacidad mental de superarlo. Dicho viaje, narrado fenomenalmente ya que en ningún momento nos deja levantarnos de la butaca (y la version Redux son 200 minutos), va pasando por incuestionables personajes, acciones y diálogos de indudables dimensiones cinematográficas y literarias. Gracias a Martin Sheen en una interpretación contenida su mirada nos deja todo su esplendor. Nos encontramos con todo tipo de personajes variopintos como es el caso de posiblemente la mejor interpretación del siglo, un Robert Duvall majestuoso (que interpreta al coronel Kilgore), cuya interpretación contraria a la de Sheen, nos muestra las únicas secuencias bélicas del film. Éstas son posiblemente las mejores de dicho género sin obviar la secuencia del desembarco de Normandía en Salvar al soldado Ryan (Steven Spielberg, 1998). El coronel Kilgore es un personaje carismático donde los haya y con una fuerza y expresividad alucinantes nos enseña que la diversión en el horror de la guerra es fundamental para crear una conciencia positiva en su regimiento.
En las diferentes paradas nos encontramos dos secuencias que sólo la versión Redux contiene, que son la de las chicas Play-Boy en un helicóptero y que nos enseña la sensualidad del ser humano en una guerra, y una segunda cuando Martin Sheen entabla una conversación con una familia francesa en la jungla que marca el aspecto político de la lucha de los franceses en dicha tierra por motivos del colonialismo de antaño, en contraposición a la intervención de los americanos sin un motivo concreto (los diálogos de esta parte marcan lo mas racional del film).
Llegando al final del viaje, a esta bajada a los infiernos, nos encontramos con un Marlon Brando exhorto de su locura que pide a gritos una solución y que se desarrolla en medio de creencias paganas y una poesía metafísica en un mundo que no le entiende, y que a pesar de todo no quiere que le juzguen sus acciones por el horror sufrido, ese que Martin Sheen nos desvela río arriba.
Esta película completa una de las mas férreas colaboraciones para que un proyecto sea tan indiscutiblemente extraordinario, en especial la fotografía de Vittorio Storaro que, inspirándose en la teoría de los colores de Goethe, va desde los colores saturados de las secuencias iniciales al claroscuro de Caravaggio y Rembrandt en su secuencia final. Por todo ello nos dejó una de las mejores fotografías de todos lo tiempos. También especial atención a la música que va desde obras de rock de los años 60 pasando por Richard Wagner, hacia resonancias hipnóticas de Carmine Coppola, y para terminar el sonido ensordecedor de la guerra perfectamente montado. Sin más palabras, obra maestra del cine.
CARLITOS WAY
CARLITOS WAY
3 comentarios:
Lo más significativo de la versión extendida es que se desarrolla más el personaje del general Kurtz y, por tanto, Marlon Brando aparece en más secuencias del final.
Muy buena la reseña. Es del estilo que más me gusta: ni corto ni extensísimo, pero con la información justa, necesaria y sentimental.
Piola la variedad también. Desde Spielberg hasta Tarr. Genial.
Nos leemos, colega, ¡un saludo!
Sí, una obra maestra del cine.
Publicar un comentario