“Capítulo 1º: él adoraba Nueva York, la idolatraba de un modo desproporcionado, no… mejor así..., él la sentimentalizaba desmesuradamente, ¡eso es!, para él, sin importar la época del año, aquella seguía siendo una ciudad en blanco y negro que latía a los acordes de las melodías de George Gershwin, no, volvamos a empezar…” Cualquier cinéfilo reconocerá estas míticas frases, pertenecientes a uno de los comienzos más famosos y bellos del cine de Woody Allen. Hablo de Manhattan (1979), una oda a la ciudad que más adora el judío hipocondríaco y comediante más famoso del séptimo arte. Para hablar de Midnight in Paris, la última de Allen, hagamos el experimento mental de sustituir en el preludio “Nueva York” por “Paris”, y nos saldrá una nueva oda a una ciudad. Pero vayamos por partes.
Muchas películas han surgido de la mente de este genio neoyorquino desde entonces, a una por año imagínense. En casi todas ellas ha cobrado protagonismo la ciudad de Nueva York. No obstante, en los últimos años, es de todos sabido que por razones de autoexilio relacionadas sobre todo con la producción, Woody Allen cruza el charco para su cita anual con el celuloide y poder rodar así cambiando sus habituales escenarios neoyorquinos por los de la vieja Europa.
Allen ya estuvo hace algunos años en París para rodar algunas secuencias memorables y maravillosas de Todos dicen I love you (1996), pero aquí la ciudad francesa aparece como trasunto, trasfondo y como un personaje más de la historia, como ocurría en Manhattan (1979), en Vicky Cristina Barcelona (2008) con la Ciudad Condal, y en Match Point (2005) con Londres. Cada una de estas ciudades son testigos de las historias que Woody Allen enmarca en ellas, donde la elección de cada ciudad no es casual. Si, volviendo una vez más a la inolvidable Manhattan, en esa película quería reflejar su director el amor a una ciudad, donde la melancolía pesaba más que la comedia en un blanco y negro de fotografía y con los acordes de Gershwin de fondo, en Vicky Cristina Barcelona sus personajes pasionales e inestables necesitaban estar enmarcados en una ciudad mediterránea y llena de vida como Barcelona. De la misma forma el escritor nostálgico y soñador de Midnight in Paris (interpretado por Owen Wilson) necesita de la capital francesa para poder sumergirse en un viaje temporal (y quizás irreal) y huir de las responsabilidades y de la miseria de lo cotidiano. París tiene el suficiente romanticismo y la suficiente magia para ello. Es la ciudad idónea, en esta ocasión, para el relato de Woody Allen.
La dicotomía realidad-ficción ha sido tratado por Allen en numerosas ocasiones, tantas que me atrevería a decir que es el tema más trabajado por él junto con el de las relaciones de pareja. El caso más patente quizás sea La rosa púrpura de El Cairo (1985), esa obra maestra donde su protagonista (Mia Farrow), para evadirse de la realidad penosa de los años 30 se refugiaba en el cine, donde un buen día el propio protagonista de la película que estaba viendo sale de la pantalla para vivir un romance con ella. El cine como evasión también surge como tema en otra de sus obras maestras, Hannah y sus hermanas (1986), donde el personaje interpretado por el propio Allen, en medio de una terrible crisis existencial que le lleva casi al suicidio, ve en una película de los hermanos Marx una razón de peso para seguir viviendo. Y así podríamos estar hasta el infinito.
El tema de Midnight in Paris no es, por tanto, novedoso en cuanto a la forma, pero sí en el contenido. El escritor interpretado por Owen Wilson, en un intento a la desesperada por liberarse de su falta de inspiración, de su inminente boda con una bonita mujer (Rachel McAdams) con la que no tiene nada en común, de los padres de ésta y de algún que otro personaje pedante, descubre una noche un medio de abandonar el espacio-tiempo en el que habita para retrotaerse a uno en el que sin duda encaja más, el París de los años 20. Y ahí radica la novedad, porque nunca antes en un film de Woody Allen personajes reales pasaron a formar parte de la trama. De esta forma, Pablo Picasso, Salvador Dalí, Luis Buñuel, Tolousse-Lautrec, Henri Mattise, Ernest Heminway y Scott Fitzgerald, entre otros, tendrán sus pequeñas y sustanciales apariciones en la propia historia.
La película contiene algunos de los chistes y situaciones más brillantes que nos haya regalado nunca Woody Allen. Sirva como ejemplo la secuencia donde Owen Wilson recomienda al mismísimo Luis Buñuel que realice una película en el futuro donde el tema principal consista en que unos personajes no puedan salir de una casa, situación que hará brotar en ellos los más bajos instintos de supervivencia. Esta brillante situación referida a El ángel exterminador (1962) es tan sólo uno de los muchos ejemplos que demuestran que estamos ante un Woody Allen en plena forma. Después de que el año pasado éste nos regalara una obra menor cercana a lo mediocre, Conocerás al hombre de tus sueños (2010), de la que se desprendía un fuerte olor a más de lo mismo, Midnight in Paris es un film fresco, lleno de vida y de chispa, con un guión formidable que está a la altura de sus mejores obras y que nos sumerge en la esperanza de que este reconocido director aún no lo tiene todo hecho. ¿Cualquier tiempo pasado fue mejor? Que el espectador decida. Así es la moraleja planteada por Allen. Pero respondiendo a la pregunta en el contexto de su obra, diremos que no. Una película como ésta es síntoma de que un brillante pasado como cineasta no tiene porqué suponer un futuro desalentador y falto de ideas. Veámoslo y comprobémoslo, para bien o para mal, en los próximos años. De momento quedémonos con un París mágico.
EDUARDO M. MUÑOZ
EDUARDO M. MUÑOZ
1 comentario:
Gran película de Allen. Esta es equiparable a sus buenas películas.
Esta genial que algunos de los personajes tambien intentan evadirse a sus épocas doradas. MIKI
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