Un profeta es quizá una de las mejores películas que he visto en los últimos años. No es casualidad que haya arrasado en toda Europa. En Francia ha cosechado 9 premios Cesar incluido el de mejor película; en España ha sido nominada al Goya a la mejor película extranjera; cuenta con 6 nominaciones y 2 premios del cine Europeo; ha sido ganadora del Gran Premio del Jurado del festival del Cannes; y ha sido nominada al Oscar a la mejor película de habla no inglesa.
El filme desarrolla un drama carcelario donde un magnífico Tahar Rahim interpreta a un joven francoárabe de 19 años que se las ha de haber en un centro penitenciario de Francia. Allí ha sido confinado para cumplir una condena de 6 años de pena privativa de libertad y se haya inmerso en un crisol multicultural, multiétnico, multilingüístico, y multirracial en el que tiene que sacarse las castañas del fuego.
El director escenifica los problemas de convivencia que a menudo se dan entre el conglomerado de culturas distintas en el que vivimos. Efectivamente en el centro penitenciario se forman grupos de semejantes y de esta forma se ven inexorablemente avocados a relacionarse y a entenderse apesar de las barreras idiomáticas y culturales. El protagonista Malik Eljebena (Tahar Rahim) se integra con los miembros de la mafia italiana, aprende italiano y poco a poco va ganando prestigio y progresando en la escala de valoración del grupo. Al mismo tiempo se entiende con los árabes y al mismo tiempo con los franceses.
Por momentos la trama adquiere tintes místicos y sobrenaturales. Pero no demasiado. No son excesivos. El director, con buen hacer, logra un maravilloso equilibrio entre los elementos reales y los pocos elementos sobrenaturales que interfieren en la trama. Apenas unas escenas, apenas unos matices. Pero lo justo para dotar al filme de un interés especial y de una carácter inusitado.
Un ejemplo muy claro lo tenemos con la relación que se establece entre Malik y Reyeb. Malik se integra en el grupo de los italianos con la perpetración del asesinato de Reyeb. Desde entonces Reyeb se convierte en el guía sobrenatural de Malik, un guía lleno de amor y comprensión, de inteligencia, que le asesora silenciosamente, un guía que instrumentaliza a Malik para consumar desde el otro mundo su venganza.
La virtud de Malik es sin duda alguna que se entiende con todos: comprende a los italianos, comprende a los árabes, y coquetea con las fuerzas del más allá. Malik es una especie de místico musulmán que sabe abrirse paso en un mundo asestado de culturas y de formas diferentes de ver el mundo. Así, en el juego de unos y otros finalmente confluye con su propia identidad y queda, por fin libre, abierto a un mundo lleno de esperanza.
Jacques Audiard, el mismo que otrora dirigió De latir mi corazón se ha parado (2.005), ha rubricado una película excelente, creativa, emocionante, turbadora, sugestiva por momentos, atrayente y evocadora. A mí personalmente me dejó sin palabras. Al verla sé que estoy ante un gran director de cine. No hay que dejar de ver esta película, porque consagra el flamante talento de un director que todos los cinéfilos habríamos de tener un poco presente en la memoria.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
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