Esta es una de esas películas que un abstemio no entenderá. Aquel que nunca haya sentido en su sangre las consecuencias de la ingesta alcohólica, estará incapacitado para sentir empatía con el protagonista de la obra. Porque La leyenda del Santo bebedor está plagada de secuencias oníricas y alucinatorias fruto de la ingesta masiva de bebida.
Olmi, diez años después de su colosal El árbol de los zuecos (1978), por la que fue injustamente criticado, adapta un libro de Joseph Roth, con el mismo título. Andreas Kartak es un vagabundo que malvive bajo los puentes del Sena. Un día sale a su paso un misterioso caballero que le presta 200 francos, con la única imposición que la deuda adquirida es con Teresita, Thérèse de Lisieux, una virgen situada en la Iglesia de Sainte- Marie des batignolles. Andreas , hombre de honor, intentará por todos los medios devolver el dinero sin embargo por un motivo u otro (reencuentros con un antiguo amor, culpable de su actual situación, y un viejo compañero de la mina) ningún domingo llegara a la cita con Teresita.
Dentro del argumento encontramos temas como el mencionado honor, aunque provenga de un borracho, la perdida de la dignidad (fantástico el plano de Rugter Hauer reflejado en un espejo de un bar parisiense bebiendo su vino), los milagros y el continuo alejamiento del individuo de la senda de la espiritualidad, aunque no haya nada más espiritual y místico que la copa de vino. Olmi , tan trabajado en la senda de un revisado neorrealismo (no hay que dejar de ver El empleo (1961), que en los tiempos que corren alberga una muy irritante actualidad), afronta la adaptación de una corta obra de Roth, escandalosamente genial. La poesía y melancolía que subyace página tras página es llevada con más que marcada solvencia por el director italiano. Porque es uno de esos raros casos , en que el visionado y la posterior lectura no interfiere en las dos obras, lo que hace es apuntalar más que pervertir o distorsionar. Además la película se ajusta tanto al relato, dejando de lado un par de detalles nimios como que en el libro Andreas se escabullé en el cine ( curioso detalle) y alguno más que lo esencial me impide recordar, que nos hace amar a Olmi y a Roth por igual.
El director se decantó para el protagonista por el actor neerlandés Rutger Hauer (sí, señores, el mismo de Blade Runner (1982)) , con una genial interpretación, que horas, qué digo, días después, no puedes quitarte de la cabeza a Andreas. Un mimetismo tal entre actor y personaje que subraya el buen hacer del interprete. En el libro hay chispazos, reminiscencias de un pasado tortuoso, en perfecta armonía con las copas que son ingeridas. La utilización de los flashbacks por parte de Olmi son geniales, porque nos descolocan y esa es la intención buscada. El director nos deja llevar a nuestra propia lectura de lo que ocurre en la pantalla, tal vez ni exista el antigüo amor , el viejo compañero de trabajo y sólo sea un asunto entre Dios y él. Hay momentos en que el espectador no sabe que es real y que es alucinación, del mismo modo que en una gran borrachera, se nos escapa el presente. Y eso lo entiende Olmi perfectamente y no en vano vistió a sus actores , buscó automóviles y decidió localizaciones acordes con el tiempo de publicación del libro, 1939. Y, claro esta fecha, tan nefasta para Europa no se le escapó a Olmi. Lo que nos lleva a pensar en Andreas, un andrajoso y borracho delincuente, que vive en un mundo aparte, empero anclado en su pasado , con continuas imágenes alucinatorias ,que los pocos momentos de lucidez le empujan a un Paris actual . Olmi no iba a dejar de lado tan atrayente idea.
La fotografía corre a cargo de Dante Spinotti que confiere un Paris ocre, lluvioso y hasta cierto punto inverosímil, esa era la idea de Olmi, porque un París distinto hubiera violentado el espíritu de Roth. Y a todo esto le añadimos la música Igor Stranvinsky, bien elegida. Sin embargo, tenemos en cuenta la difícil tarea de escoger banda sonora a un relato ya construido, a veces se pierde, es decir, se diluye y abrasa a los planos de la película. Olmi se decidió por una planificación sobria, armoniosa y no exenta de poética . Un manejo de la cámara con Parkinson y otros artificios técnicos hubiera dañado de muerte el espíritu de la obra y en detrimento, la película.
Estamos ante dos obras magníficas, no dejen de leer y de ver una de esas obras que se acurrucan y pacen en tu alma , anidando por necesidad. Tanto Olmi como Roth, en sus distintas disciplinas son unos grandes autores, lástima que sean unos olvidados.
JUAN AVELLÁN
2 comentarios:
El relato en que está basada la película me pareció magnífico y, viniendo de Olmi, seguramente sea una gran adaptación.
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