Aki Kaurismäki afirmaba hace unos años que el cine estaba muerto. Béla Tarr se retiraba del oficio alegando que ya no encontraba ilusión en la construcción de películas. ¿Pesimismo insuflado por las características atmosféricas de sus respectivos países? Bueno, sería una explicación. También puede tratarse del alarido moribundo de un tipo de dirigir, de relatar historias, porque al fin y al cabo se trata de eso, que está en vías de extinción. Kaurismäki vive en Portugal desde hace veinte años, es más, en cuanto puede reniega de su tierra natal, así que eso del clima no me convence. Béla Tarr es para darle de comer a parte. Creo que tanto el finés como el húngaro aman demasiado al cine, y por eso son dos de los directores europeos más interesantes y necesarios de las últimas décadas.
El Havre fue una de las películas más curiosas del año pasado, Kaurismäki llevaba cinco años sin rodar y desde luego la espera mereció la pena. Advierto que es una película que no puede llegar a todo tipo de espectador. Es muy probable que produzca fuertes dosis de rechazo e indignación a aquel que no esté familiarizado con la obra de este director, más que con la filmografía, apuntaría al personal universo y a la puesta en escena de este autor. Kaurismäki hace tiempo que entendió el verdadero sentido del Rock ‘N’ Roll, término tan denostado en los tiempos vulgares que corren: enfoque libre, gusto por posicionarse lejos de lo autoritariamente establecido a patadas, y gamberrismo. No en vano este estilo musical tiene un protagonismo primordial en la obra del finés en general y en El Havre en particular (en la banda sonora o en el desarrollo de la trama principal juega un papel primordial).
Kaurismäki aborda un tema tan delicado como la inmigración ilegal filtrando su peculiar universo plagado de tipos con rasgos faciales característicos, desheredados pero llenos de humanidad. Estamos ante una fábula dotada de una realidad asfixiante pero en la que se hace un hueco a la esperanza, en la que existen hombres en los que confiar, vamos, en un Capra de lo cotidiano y los suburbios. Marcel Marx, personaje recuperado de La vida Bohemia (1992), es un escritor que no escribe, exiliado en la ciudad portuaria francesa de Le Havre. Se gana la vida de limpiabotas hasta que un día se encuentra a un joven africano, al que busca la policía, en el puerto. A partir de aquí Marcel se volcará, junto a sus vecinos de barrio, por enviar al chico a Inglaterra. El Havre desde el inicio está plagada de secuencias geniales, con grandes dosis de comicidad, pero claro, la comicidad a la que nos tiene acostumbrados Kaurismäki, que todo hay que decirlo, es muy personal. El gusto por un tipo de estética (automóviles y trajes de los años sesenta) nos retrotraen a un tipo de cine admirado por Aki Kaurismäki: Jean-Pierre Melville, Robert Bresson, Jacques Tati o Federico Fellini (por aquello de los tipos con caretos), y nos deja claro que el autor lo que quiere es fantasear con el presente, pero con un presente agridulce. El caso es que a partir de un tema tan delicado para la Europa de hoy nos retrate, con la fotografía de su habitual Timo Salminen, con la dirección de actores y con unos diálogos tan bien encajados (se nota que el autor es también un gran admirador de la época dorada de Hollywood ) un canto a lo más dulce del ser humano: la empatía y la fraternidad. Vamos, el amor al individuo por el individuo aunque hagas asco a la sociedad que unos pocos han organizado para ti en detrimento de unos millones.
Lo más difícil en la actualidad para un director es crear un sello personal, una atmósfera que te distinga de la manada artística. Kaurismäki lleva cerca de treinta años demostrando que es posible otro tipo de cine, aunque no guste a la mayoría. En sus obras caben la alegría, la desolación, lo indolente (en el peor sentido de la palabra), lo abúlico, la deshumanización, la humanización y el Rock´N´Roll. Porque sí, porque esto último es lo más importante para acercarte a Kaurismäki, si lo odias nunca llegarás a entender esta película. Hay una secuencia en El Havre que resume a la perfección todo lo que se podría escribir sobre el film y sobre el tema que trata: el chico africano está sólo en la casa de Marcel Marx, todo le es ajeno, es un extraño en una civilización que generación a generación le sigue subyugando, pone un disco y suena un blues. El chico no comprende pero siente. En su mirada refleja todas las incongruencias del presente y de una factura remota que Occidente se niega a pagar.
No estoy seguro que sea, como se ha llegado a señalar, una de las mejores películas hasta la fecha del autor. Sin embargo reconozco que es una de las obras necesarias y obligatorias, que hacen grande a este director: puro Kaurismäki. Lo que me sorprende, y causa gran extrañeza, es que aún se mantenga en cartelera en dos salas madrileñas.
JUAN AVELLÁN
3 comentarios:
Fabuloso cineasta Kaurismaki. Admiro sobre todo su grandiosa capacidad narrativa. De las películas suyas que he visto, la que prefiero es "Nubes pasajeras".
Saludos,
Eduardo Muñoz
Os juro que siempre que he intentado con amigos colectivamente ver cine de Kaurismaki siento una gran frustraciòn por que a los diez minutos me quedo solo visionando sus peliculas.No consigo que nadie pueda disfrutarlo.
Es que no todo el mundo puede entrar en el personal universo del finés...
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