Don Quijote de Orson Welles, es una película que en cierto sentido sigue inacabada. El material en bruto estaba listo desde 1.969. Orson Welles no tuvo tiempo ni dinero para montarla completamente antes de que falleciera en 1.985. Pero en 1.992, uno de los que en el momento del rodaje formaba parte del equipo técnico, el director madrileño Jesús Franco, conviene en concluir la obra. Jesús Franco elige los materiales y monta las partes pendientes. De esta manera se crea una película que ya desde su origen se construye desde dos concepciones, dos estilos y dos maneras diferentes de hacer cine. Esto se nota porque hay ciertas irregularidades y ciertos desequilibrios de tipo técnico que desbaratan y desconciertan el conjunto total. Y no solo me refiero al hecho incontestable de que el estilo narrativo puesto en acto carece por completo de uniformidad, sino además al hecho de que el ritmo cinematográfico que se revela adolece de cambios, caídas y remansos que no obedecen a un fin ordenador. El montaje de Jesus Franco no sólo hace un flaco favor a la historia, y la idea nuclear que la configura, sino que además se despacha groseramente con escenas que reflejan nuestra España más turística: la fiesta de los sanfermines, muchachas bailando flamenco y cosas así. Don Quijote debería de ser ante todo una película y no una especie de documental turístico, descriptivo y vanguardista. No es fácil trascender la imagen típica que un pueblo proyecta al exterior. Esa imagen no penetra en lo más profundo del corazón de España. Lo esencial de esta tierra no radica en la fiesta de los toros, ni en el cante jondo, ni en su gastronomía. España es más la sensación mortal que cualquier otra nota diferente. Éste error de concepto se encauza mediante un nefasto montaje que acaba por dar al traste con el ritmo general. Hacia el ecuador de la cinta, las escenas y los asuntos se reiteran, la historia se detiene y la trama transcurre por bucles obsesivos e incomprensibles que no van a parar a ningún sitio. La acción dramática de Don Quijote no prospera hacia una idea, un mensaje o una finalidad bien definida. Pero Orson Welles hace gala de un variado abanico de técnicas formales que vienen en asentar un vigoroso y característico estilo de rodaje. Los anacronismos constantes, la ruptura del sistema clásico de alternación de planos (general- medio y primer plano), los frecuentes entrelazamientos de planos picados y contrapicados, e incluso, lo que podría darse en llamar la ruptura de la quinta pared (los personajes interactúan con el equipo técnico que los dirige), son elementos dignos de mención que confieren un lejano halo de brillantez y nos da una idea de la obra maestra que se podría haber gestado. Don Quijote de Orson Welles es una cinta cargada de buenas intenciones que no se haya conforme consigo misma. Las pretensiones del filme superan con demasía la capacidad de un director -Orson Welles-, que se dio por vencido.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
3 comentarios:
Montar una película con semejante obra base no es cualquier cosa. Se trata del más grande libro escrito jamás... le roncan los motores, decimos aquí (ahí dicen otra cosa). Salu2.
Hay una cosa que es admirable en esta película y es la capacidad de penetración que muestra Orson Welles en el libro. Igual que la película, el libro de Cervantes destaca por el uso de técnicas formales nuevas. Dentro del Quijote también se da esa ruptura de una quinta pared. Los personajes de la segunda parte de El Quijote cuentan haber leído la primera parte por ejemplo. Se dan cosas así. Cervantes articula novelas cortas dentro de su novela. Al ver la película comprobé que la comprensión de Welles es profunda.
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