Chloe es un remake de una película francesa Nathalie X (2.003) que dirigió Anne Fontaine e intepretó Emmanuelle Beart, Fanny Ardant y Gérard Depardieu. Es un remake y peor aún, ¡un encargo!. Por lo visto un estudio contrata a un director para hacer una película y ganar dinero. A tal fin se contratan a 3 ó 4 actores de encanto y proyección transfronterizo, y se urde una trama de tipo sexual que alimente el instinto y los fantasmas de la masa ignorante.
Julio Medem también perdió todo su prestigio (y su honestidad) de la misma manera. Habitación en Roma (2.010) no es nada menos, pues se trata también de una película detestable donde el sexo lésbico se convierte en su único y deplorable reclamo. Hay más imaginación y más talento en cualquier película porno de Nacho Vidal que en estas obras maestras de las que tenemos el placer de hablar.
A mí no me parece mal que se traten estos temas, pero, joder, que por lo menos se haga con algo de talento. Que no de la sensación que las cosas se hacen por hacer, así, sin ton ni son, como para coger un buen pellizco en un momento dado y si te he visto no me acuerdo. Ahora ya no es como antes. Los tiempos van cambiando y un director tiene que adaptarse a la nueva sensibilidad de los espectadores, debe evitar caer en los lugares comunes del sexo y la sexualidad. Estamos muy cansados de ver este tipo de escenas, las hemos visto mil veces, hasta la saciedad, y por eso cuando los vemos de nuevo nos da una sensación de hartazgo y hastío monumental. ¡Siempre lo mismo!. Ganan más enteros las películas que soslayan o eliden la pasión enloquecedora de las escenas de cama, los enamoramientos profundos de un solo día y cosas así tan procaces y directas. En los tiempos que corren el sexo y la sexualidad es algo que debe mostrarse con mucha delicadeza y más creatividad. Hay que marcar la diferencia con respectos de esas escenas de cama que hemos visto en tantas y tantas películas. Hay que abordar la sexualidad desde otro nuevo enfoque. Las modas pasan y de la misma manera que ya no queda bien rodar películas como las que se rodaban en la época del destape, -tan en boga en la España de los años 80-, tampoco queda bien que Chloe nos obsequie con sus escenas lésbicas o con el resto de los reclamos sexuales que nos propone.
Por eso Chloe no sólo es una película que ha nacido obsoleta sino que, además, descansa en un guión nefasto y una trama que brilla por su falta de verismo. ¿Cómo nos vamos a creer que una prostituta se va a enamorar de buenas a primeras de una ginecóloga?, ¿cómo nos vamos a creer que esta prostituta Chloe, interpretada buenamente por Amanda Seyfried, y movida por su pasión irrefrenable, no tenga otra cosa que hacer que acosar y acosar a Catherine (Julianne Moore) y a su familia, hasta el momento en que la muerte, de una forma azarosa, le para definitivamente los pies?. No sé... Los sentimientos que se ponen en juego resultan artificiales a todas luces. No obedecen a una lógica común. La película hace aguas por todos sus costados.
Además, aunque al principio la trama fluye de una manera natural con un juego de ambigüedad y falsas apariencias, lamentablemente en el último tercio, se produce un giro inesperado que acaba por hundir definitivamente la película. Este giro se traduce en el desvelamiento de una obsesión enfermiza de Chloe por Catherine. Una obsesión que raya la patología psicológica y que rompe con el clima de naturalidad que se venía dando desde el principio.
Salta a la vista la factura mediocre que tiene la película. Se nota que se trata de un trabajo de encargo. No hay inspiración sino factura ciega. No hay talento ni sensibilidad cinematográfica sino carnaza humana para los pobres de espíritu. Se trata de un producto perfecto para el vulgo soez y para los cavernícolas que fuimos algún día. Por ello es preferible bajar aún más abajo, descender la escalera que nos llevan al sótano, disfrutar tranquilamente de una buena película XX de nuestro mejor cine porno. De esta manera, por lo menos, tendremos el descanso de no pensar en nada.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
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