miércoles, 9 de marzo de 2011

EL PROCESO PARADINE (THE PARADINE CASE, 1947) de Alfred Hitchcock


El proceso Paradine es una joya dentro de la filmografía del cineasta británico Alfred Hitchcock. La película gana con el tiempo y vista hoy puede apreciarse su influencia en gran cantidad de películas clásicas y modernas sobre juicios.

La genialidad del maestro se nota en la manera de conducir el film al terreno que tanto le gustaba: las pasiones humanas. El tema judicial es en cierto modo un pretexto para contarnos una peculiar historia de amor y celos, una visión del matrimonio nada alentadora que echa por tierra el sueño americano. 

Un abogado (Gregory Peck), casado y con una brillante carrera profesional a sus espaldas, se enamora perdidamente de la cliente a quien defiende (Alida Valli), acusada de envenenar a su marido ciego. Corría el año 1947 y resulta sorprende la forma que tiene Hitchcock de contarnos esta historia, sin tapujos de ningún tipo y con un discurso asombrosamente moderno.

El deseo de Gregory Peck hacia su cliente es realista y rotundo, y gracias a la belleza de la actriz Alida Valli la carnalidad se convierte en celuloide. Pese a ser un gran abogado, cae presa de su amor y la defiende partiendo de una premisa que no es analizada bajo el filtro de la razón: es inocente. De hecho en este aspecto el personaje de Alida Valli está construido desde la ambigüedad y no sabemos hasta el final si es la autora o no del asesinato de su marido, ya que el abogado la defiende por su amor y no porque esté realmente convencido de que sea inocente. Hitchcock se mueve muy bien en este ambiente de lo ambigüo, recordemos al respecto la magnífica Sospecha (1941).


La película, cuyo guión está firmado por David O. Selznick y Alma Reville (esposa de Hitchcock), se bifurca en dos direcciones bien diferenciadas. Por un lado, el drama psicológico compuesto por el abogado, su cliente y la mujer de éste; y por otro el proceso judicial del crimen propiamente dicho, que podemos apreciar en la segunda parte del film, donde la presencia de Charles Laughton como juez del caso nos recuerda inevitablemente a otra joya del cine, Testigo de cargo (1957, Billy Wilder).

Las secuencias del juicio son magníficas, compuestas por unos bellísimos planos construidos a través de travellings que logran el clímax y la tensión ideal. En cuanto a la primera parte destacamos aquéllas donde Gregory Peck visita a su cliente en la cárcel. La perspectiva que adopta Hitchcock invita a pensar que es una forma de infidelidad hacia su esposa, pese a que en realidad estas entrevistas formen parte del trabajo de abogado; pero el enamorado desea estar a solas con su amada y sus miradas de deseo lo dicen todo. En dichas secuencias es fundamental el contraste de luces y sombras creado gracias a la fotografía en blanco y negro de Lee Garmes.

La otra cara de la moneda es la mujer del abogado (Ann Todd), que ve poco a poco cómo su marido se está enamorando de otra mujer. El maestro se basa fundamentalmente para esta parte de la película en unos primeros planos fabulosos totalmente necesarios para la introspección psicológica de cada personaje. Al respecto diré que a mi juicio Hitchcock es el autor de los primeros planos más hermosos del cine, junto a los del cineasta sueco Ingmar Bergman, y en esta película hace alarde de ello como no podía ser de otra forma.


El reparto fue impuesto por el productor Selznick y no agradó en demasía al propio Hitchcock, pero están magníficos, en especial Alida Valli que logra crear una interpretación muy creíble y cuyo personaje posee claras influencias de las femmes fatales del cine negro. No hace falta que diga ni una palabra para que podamos notar su fuerza en la pantalla. En cuanto al gran Charles Laughton, interpreta un pequeño papel pero de importancia para la historia, el juez del caso. Y discrepo radicalmente de lo que Hitchcock opinaba sobre la interpretación de Gregory Peck, que decía que no quedaba del todo creíble como abogado inglés. Está estupendo, pero el cineasta siempre quiso a Laurence Olivier, con el que ya trabajó en Rebeca (1940).

En su época este film fue denostado por parte de la crítica que la consideró una obra menor del maestro. Menos mal que la Historia se encarga de poner las cosas en su lugar y le ha dado el sitio que merece, ya que es una de las mejores de su director. De hecho, todo en la cinta es espléndido: desde los actores hasta el clímax conseguido en las diversas situaciones, igual que la dirección y su portentoso guión, con giro inesperado incluido. Bravo, sir Alfred.


EDUARDO M. MUÑOZ

4 comentarios:

Gregorio dijo...

No la he visto, pero por lo que dices tiene una pinta estupenda. La veré, la veré...

Patricio dijo...

Siempre es agradable leer sobre Don Alfred Hitchcock, buena entrada.

E. Muñoz dijo...

Gracias Patricio. Visitaremos tu blog. Saludos.

Miguel Artiaga Maciá dijo...

Es una de las películas consideradas de segunda fila de Hitchcock (más que nada porque a otras se les ha dado más cartel comercial), pero aún así es un film buenísimo, intenso y con un tempo logrado.

Muy buen post, saludos!