Desde 1.986 hasta 1.996, año en que se culminó el rodaje de Shine , su director, el Ugandés de tradición australiana, Scott Hicks, se interesó por la biografía de un prodigioso pianista también australiano, llamado David Helfgott.
Tras 10 años de estudio, documentación y preparación de la película sale a la luz esta perla con la que se nos cuenta la vida de un chaval que muestra grandes dotes para la música pero que sin embargo aqueja algún tipo de retraso emocional y dificultades de adaptación que se agravan con la severidad de su padre. Cuando por fin se libera de la influencia paterna, cuando se hace mayor y decide continuar sus estudios de piano en el Conservatorio de Londres su conducta viene marcada por la rareza, la extravagancia y lo estrambótico, raya la locura y sus problemas psicológicos que cristalizan en crisis nerviosas, tiene que armonizarlos con su condición de pianista del más alto nivel.
Y todo ello viene salpicado con una banda sonora de excepción. Suenan pianos, conciertos de piano, armonías clásicas, piezas de todos los tiempos, Mozart, Liszt, Chopin, Vivaldi, Rimsky-Korsakov, Beethoven, Schummann y sobretodo Rachamaninov. Uno se vuelve loco y se deshace de armonía y deja de ser cuerpo, y hombre y espectador de lujo para hacerse hueco dentro y resonar con más profundidad que el piano de David Helfgott.
Tras 10 años de estudio, documentación y preparación de la película sale a la luz esta perla con la que se nos cuenta la vida de un chaval que muestra grandes dotes para la música pero que sin embargo aqueja algún tipo de retraso emocional y dificultades de adaptación que se agravan con la severidad de su padre. Cuando por fin se libera de la influencia paterna, cuando se hace mayor y decide continuar sus estudios de piano en el Conservatorio de Londres su conducta viene marcada por la rareza, la extravagancia y lo estrambótico, raya la locura y sus problemas psicológicos que cristalizan en crisis nerviosas, tiene que armonizarlos con su condición de pianista del más alto nivel.
Y todo ello viene salpicado con una banda sonora de excepción. Suenan pianos, conciertos de piano, armonías clásicas, piezas de todos los tiempos, Mozart, Liszt, Chopin, Vivaldi, Rimsky-Korsakov, Beethoven, Schummann y sobretodo Rachamaninov. Uno se vuelve loco y se deshace de armonía y deja de ser cuerpo, y hombre y espectador de lujo para hacerse hueco dentro y resonar con más profundidad que el piano de David Helfgott.
Todos los elementos del decurso cinematográfico, el despliegue del drama, la locura feliz de David, el guión ajustado y la bendita música, estallan contra el paladar de cualquier sibarita del mundo del celuloide. La película tiene la dosis adecuadas de emoción y de ternura, un humor atenuado y un regusto suave de dramatismo que acierta a comprender una sonrisa blanca en los que poco a poco nos sentimos un apoyo moral y psicológico de un pianista tan inconmensurable como Helfgott. La música que acaba por envolvernos se apodera de nosotros y su protagonista nos seduce con su inocencia profusa y sus cabales rotos.
Asistimos a la vida de un renombrado pianista por obra y gracia del actor australiano Geoffrey Rush cuya excelente interpretación le valió el primer y único oscar de su carrera en 1.996. Su interpretación no sólo pone en evidencia la versatilidad de sus dotes, sino que, a mayores, capta como nadie el cuadro neurótico de un enfermo, el cariz de un hombre que fluye cuando toca, y que sólo encuentra algo de apaciguamiento cuando se pone delante de las teclas. Al margen de su música Geoffrey Rush representa la vida de un hombre que naufraga una y otra vez mientras alterna los altos y los bajos de una escala emocional desesperante, que no le deja vivir, que no le deja ser el que quisiera ser. Ningún otro actor de renombre podría representar este papel con tanto acierto. Ninguno.
Constato algunas similitudes con respecto de aquella otra película del director Milos Forman, titulada Amadeus (1.984), basada en la vida de Mozart y que se alzó con ni más ni menos que 8 estatuillas de la academia de Hollywood. Shine no tiene nada que envidiarle a aquella otra ya que se alzó con 6 nominaciones, un oscar al mejor actor y también supuso un éxito de taquilla.
Ninguna duda tengo de que para los amantes de la música ésta película supondrá un deleite tan embelesador como una gloria eterna en el infierno o una noche mirando a una mujer hermosa. Yo reconozco que gracias a esta película cultivé una afición incondicional hacia la música de Rachmaninov. No es poco teniendo en cuenta que habré escuchado más de 50 veces el concierto nº 3 o su preludio en C minor. Lo he escuchado en las manos de Martha Argerich, en las de Vladimir Horowitz, en las de Emil Gilels y en las de tantos otros, pero es justo la interpretación de Yefim Broffman la que más me emociona. Me lo he puesto para hacer esta crítica. El concierto número 3 para piano y orquesta de Sergie Rachmaninov. El concierto nº 3. El eje de la película, el mismo que he escuchado más de 50 veces, el mismo concierto con que David Helfgott obtuvo el premio de piano de la Royal College of Music de Londres.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
3 comentarios:
Qué preciosidad de película!!!! Me encanta esta cinta y ese concierto para piano nº3 de Rachmaninov...
Geoffrey Rush está sublime, buen merecedor de ese oscar que ganó al mejor actor.
Un saludo!
Así es Señorita Ledoux, es una preciosidad en todos los sentidos. Celebro la coincidencia, nuestros gustos iguales. Saludos. Antonio.
Hermosa película con una interpretación sublime
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