El poderoso instrumento para contar historias en imágenes que es el cine, no conoce su agotamiento precisamente en su más famosa definición y ha sido, así, utilizado en ocasiones a favor de determinadas fuerzas políticas como medio de propaganda de tal o cual ideología. Numerosos ejemplos existen a lo largo de la historia del denominado séptimo arte en los que poderosos regímenes se sirvieron de la fuerza de las imágenes para apropiarse de sentimientos e influir de esta forma en las ideologías del pueblo. Uno de ellos es el documental El triunfo de la voluntad (1935, Leni Riefenstahl), donde se glorificaba la ideología nacionalsocialista. Pero quizás el más famoso se dio en el cine soviético con la figura de Sergei M. Eisenstein, quien ensalzó la revolución bolchevique en la obra maestra El acorazado Potemkin (1925), film realizado con motivo del vigésimo aniversario de la Revolución Rusa.
En España existe un curioso caso de cine propagandístico a favor de la Falange. Gracias a la Filmoteca Nacional que la restauró y al mismo tiempo la recuperó en 1996, podemos ver Rojo y negro tal y como fue concebida, la cual no se había podido visionar desde el año de su estreno allá por mayo de 1942, al ser prohibida a las dos semanas.
El típico y tan utilizado instrumento de manipulación que el cineasta de ideología falangista Carlos Arévalo emplea son, principalmente, poderosas imágenes de archivo en las que somos testigos durante la Segunda República de explosiones, personas que huyen del horror, destrucción de símbolos religiosos por parte del sector comunista, etc; sin olvidar al legionario que rasga la pantalla con su sable. Incluso hay insertos de planos del citado film de Eisenstein extraídos de la mítica secuencia de la escalera de Odessa. Rojo y negro es, en este sentido, deudora del tan efectivo montaje soviético, sobre todo en los momentos aludidos. Imágenes montadas con rapidez, efectivas para el propósito que persiguen, que no dejan respiro alguno y que son tan audaces que logran transmitirnos una de las muchas lecciones de buen cine que posee esta película. Pero no sólo en el uso de este tipo de montaje el film consigue su objetivo, esto es, glorificar la Falange, sino también en imágenes aisladas, como en aquél plano en el que uno de los protagonistas de la historia, Miguel (Ismael Merlo), recoge del suelo una insignia falangista que se le ha caído a su amada Luisa (Conchita Montenegro), mostrada en plano detalle.
El resto es evidente. El guión y los personajes están construidos en torno a la figura del bueno y el malo: el falangista como víctima y el comunista como malo malísimo. Algunas secuencias rozan incluso la ingenuidad, ya que la caracterización de los personajes es demasiado descarada y roza lo caricaturesco. Uno de los muchos ejemplos lo encontramos en la secuencia donde los miembros de la CNT acuden a casa de Luisa para arrestarla porque descubren su verdadera identidad. El victimismo impregna el guión en ese momento y los comunistas son expuestos como gente desalmada y bruta. Incluso más adelante son presentados paródicamente como unos borrachos.
Precisamente en la construcción del guión es donde Rojo y negro encuentra su mayor debilidad. No ya en la caracterización de personajes sino en el desarrollo de la historia misma. Si es evidente que el film tiene como excusa argumental una historia de amor entre un comunista y una falangista en la Guerra Civil, no se acaba de entender que el personaje principal masculino desaparezca sin más a los pocos minutos del comienzo para luego hacer acto de presencia cuando la cinta está a punto de concluir. La que parecía trama principal no logra vertebrarse bien en el conjunto y acaba pareciendo trama secundaria, para volver a ser lo primero en su final.
Sin embargo Rojo y negro es susceptible de ser considerada una pequeña joya del cine español, desde luego una rareza absoluta y, dejando al margen sus intenciones propagandísticas, la total maestría de Carlos Arévalo reside a la hora de plantear y resolver secuencias en lo que a calidad de planos se refiere. Lo que más sorprende en esta cinta es precisamente eso, sus magníficos planos, y está totalmente arropada de ellos. Apenas en el comienzo hay un magnífico travelling durante el desfile de las tropas españolas que parten hacia Marruecos que está resuelto de forma asombrosa. Gracias a él, podemos presenciar las diferentes reacciones de los asistentes al acto. Pero el que más sorprendido me ha dejado es ese que parece una fusión entre travelling, plano grúa y plano secuencia, en la checa de Fomento, donde la cámara va presentando uno a uno a cada falangista en la habitación concreta donde están encerrados. Una verdadera maravilla que se debería incluir dentro de los mejores planos del cine español, constituyendo un notable esfuerzo no sólo para la época, sino para el reducido presupuesto del que, casi con total seguridad, gozó la producción.
La calidad indiscutible de un film como Rojo y negro ha sido alabada incluso por personas de la talla de Arturo Pérez-Reverte. Dejemos de lado cualquier tipo de prejuicio en cuanto a la ideología que nos presenta, aunque estemos en las antípodas de dicho pensamiento, y valorémosla en su justa medida: como obra cinematográfica. Es más, parafraseando al refranero español, no es tan fiero el león como lo pintan. Carlos Arévalo, por muy falangista que fuera, al final parece querer darnos el mensaje de que el enfrentamiento irracional entre dos bandos no tiene sentido, y que acaba interfiriendo en asuntos tan importantes para la vida humana como es el amor entre dos personas. Posiblemente éste sea el motivo por el que la película fue retirada a las dos semanas de su estreno y terminó relegada con ello al más absoluto olvido hasta finales del siglo XX. Debieron pensar los vencedores en su momento que el señor Arévalo se había quedado corto, demasiado corto.
EDUARDO M. MUÑOZ
4 comentarios:
Excelente elección.
Amén, camarada.
Juan
Gracias a los dos. Me gusta reivindicar el cine olvidado, denostado o simplemente desconocido, las rarezas y las joyas ocultas de la cinematografía mundial. En nuestro país existen muchas de estas últimas, joyas que simplemente se desconocen pero que la gente parece conocer, ya que frases como "El cine español es una mierda" se escuchan con frecuencia. Luego, eso sí, van al cine a ver "Torrente 4", "Primos" o "Lo contrario al amor".
Qué mejor lugar para mostrar estas grandes películas de nuestro cine que "Lo que Coppola quiera".
Un saludo compañeros.
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