Crítica de 'EL DESPRECIO' (1963) de Jean-Luc Godard

La historia de un productor estadounidense que llega a Capri con el fin de contratar a un guionista francés articula una confrontación entre el capitalismo, la ambición desmedida de los hombres, el poder del dinero y el ideario comunista. De esta manera El desprecio pone al espectador ante un horizonte ético desde donde la trama defenestra a sus díscolos protagonistas por los terraplenes de la fatalidad. Un juego de fuerzas con el que Jean Luc Godard pone al descubierto la bajeza de un hombre que es capaz de venderse así mismo, de vender su ideario, y de vender a su pareja sentimental. Una traición nauseabunda que tiene la virtud de producir reacción en el espectador. El reproche moral no deja indiferente a nadie, la indiferencia constituiría una delito mortal. Godard construye una trama sencilla que trata de ocultar tras el parapeto de una complejidad formal y artificiosa. Con ello no pretende otra cosa que compensar la falta de densidad narrativa y la falta de profundidad que presenta la película. Aunque es cierto que el desarrollo se lleva a cabo mediante un montaje estravagante no lo es menos que filma unas pocas secuencias bellísimas y poéticas que quedarán en las retinas de todos los cinéfilos que hayan visto este film. El desprecio al que alude el título de la película no se refiere sólo al desprecio que siente la sensacional Briguitte Bardot cuando su marido la pone en manos de otro hombre, sino también al desprecio que siente el propio director de cine -marxista para más señas- hacia el denodado fantasma del capitalismo que recorre Europa, y, hacia los valores viciados que este sistema engendra. Jean Luc Godard pone en su punto de mira al hombre inauténtico, al hombre que sería capaz de vender a su propia madre por cuatro duros, al falso camarada que declama los himnos de la internacional comunista mientras que por otro lado se somete a los dictados del imperio del dolar. Jean Luc Godard reclama la autenticidad perdida, los amados valores, la firmeza de espíritu.

Para abrir boca dejo aquí la primera secuencia con la que se abre el filme, una secuencia que exhala sensualidad e intimidad por todos sus poros:

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS