Crítica de 'LA STRADA' (1954) de Federico Fellini

Federico Fellini localiza un punto equidistante entre lo descorazonador de un destino y el candor que desprenden quienes se las tienen que haber con la pobreza, con la soledad y con la muerte. Desde este punto equidistante pone al descubierto la precariedad de nuestra condición humana, bosqueja universales, y todo ello dentro de una textura narrativa densa y bien trabada que unos estupendos protagonistas elevan a lo más alto. Mientras que Anthony Quinn hace gala de una contundencia, de una zafiedad, y de una credibilidad fuera de lo común, Guilietta Masino nos deleita con un abanico de los más variados registros interpretativos. Unos registros que nos llevan desde la candidez del inocente hasta la locura funesta de los abandonados. Porque en La Strada el nomadismo, la pobreza y la fatalidad del destino no llevan a otra cosa. Federico Fellini filma la tragedia del hombre en el mundo y lo filma con el ojo puesto en los artistas ambulantes, en el mundo del circo y del espectáculo. El autor se decanta con un amor sincero hacia sus personajes, se decanta desde la conmiseración, y desde ésta óptica pone ante las cámaras nuestra verdad más pura. Pero la mirada de Federico Fellini está llena de honestidad y compasión y todo este torrente de humanidad comparece ante la gran pantalla. Si algún predicador le sorprendiera con las tres grandes preguntas de la humanidad: ¿quiénes somos?, ¿adónde vamos?, ¿de dónde venimos?, Federico Fellini podría contestar con el título de ésta película.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS