Sobre un extenso plano de papel pergamino la película de François Truffaut: Fahrenheit 451 constituye un punto de equilibrio entre tres fuerzas vectoriales que pugnan por cumplirse. La fuerza de un conjunto de expresivas imágenes; la fuerza de un tinglado ficticio y proyectado en el futuro; y la fuerza de un guión tan insólito como inverosímil confluyen al unísono sobre la destiladera de nuestra humana reflexión. Fahrenheit 451 propone un atentado contra el crisol cultural de nuestras sociedades y una crítica mordaz contra el analfabetismo y el espíritu crítico. Un gobierno incendiario emana legislación, órdenes y reglamentos que ordenan la ignición de los amados libros. Algo muy parecido a lo que sucedía en aquel conocido pasaje del capítulo 6 de la primera parte de El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha, el capítulo que obra bajo el nombre de El Donoso Escrutinio. Truffaut se desenvuelve con el pulso bien firme, los más heterogéneos elementos técnicos casan como dos piezas de un puzzle, las escenas concuerdan con la banda sonora, el colorido narra con su voz sugestiva, los decorados, los textos, las interpretaciones no desmienten el tono general que domina la cinta. Pero el alma fracasa entre los amasijos, no hay una mano cálida y verdadera, lo que se ve funciona solamente en espacios y contextos impersonales y deshumanizados. Nadie respira, nadie se rasga un corazón, nadie encuentra su pulso en su muñeca. Fahrenheit 451 es un retablo de marionetas que convienen en dar una lectura crítica del mundo en que vivimos.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
8 comentarios:
Brillante artículo, Antonio.
Gracias José Manuel, gracias.
Brillante película. Me encanta.
Fijáos en la primera escena. El primer libro que sale es el de Don Quijote. En lo más alto. En lo más luminoso. Escondido en la lámpara del techo.
Curioso.
La verdad es que en el film de Truffaut vemos arder grandes obras de la literatura, desde "Crimen y castigo" a "El guardian entre el centeno", pasando por "Don Quijote" e incluso por obras filosóficas.
Siempre me ha gustado el final, con los hombres-libro.
Refleja muy bien lo que pasa en cualquier época. Nunca le ha interesado a los gobiernos que la ciudadanía posea el pensamiento crítico.
Nada queda al arbitrio de la casualidad. Los directores suelen buscar una simbología. Sidney Pollack cuenta en uno de sus textos como urde significados mediante el uso del cinemascope. En otro texto cuenta como atribuye valor simbólico a la iluminación (éste lo tengo que subir un día de estos). Almodovar habla sobre las profusas notas referenciales de sus decorados, el maquillaje estudiado, los pendientes elegidos, todo. Desde hace mucho el cine referencial viene representando el camino a seguir. Por eso si el Quijote aparece en la primera escena no es en balde. Sobretodo cuando hay un capítulo de éste donde se queman los libros. Esto me hace pensar que quizá Bradbury también se inspiró en Don Quijote. Creo que los libros elegidos, los lugares los momentos en los que se encuentran importan un significado. Los directores no suelen dejar estas cosas al azar. El final de la película es hermoso. Coincido contigo. Pero el final conlleva una fisura básica: en un lugar donde, como dicen, la ley no alcanza no hubiera sido necesario quemar los libros, podrían permanecer las bibliotecas. Esta pequeña fisura de la trama resta redondez al conjunto.
Agregar que posee una excelente presentación de títulos. Esa imponente voz en off mientras las imágenes se van sucediendo, hace evidente la carencia de la palabra escrita.
Saludos.-
Así es Any. Algo que también hiciera su compañero de la revista Cahiers du cinema, Jean Luc Godard, en, por ejemplo, su película El Desprecio (1.966)
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