Para el intelectualismo socrático, que defiende la idea de que el que conoce el bien es incapaz de hacer el mal, Querido Caín (el título del libro en el que está basada la cinta) es un oxímoron. Para nosotros, no tan ingenuos como el ágrafo ateniense, el título es perfectamente válido y real. Se puede querer y desear el mal. No es lo aconsejable, pero es.
Esta es una de esas
películas sobre las que la crítica debe acercarse como si lo hiciera a un niño
que está visitando a Orfeo en su
plácido hábitat: de puntillas. Se debe mecer el guión, pero sólo eso. La
historia no permite la caricia, esta es demasiado cercana y estropearía el swing de la trama.
El ajedrez, esa
suerte de boxeo mental, desempeña un papel importante en esta ópera prima de Jesús Monllaó. Caissa ayuda a dinamizar una historia que por momentos, como Napoleón en Rusia, no avanza al ritmo adecuado.
Ahora les voy a
sugerir dos cuestiones que aparecen en la historia y que traen a mi memoria
reminiscencias filosóficas: la primera es el giro antropológico que se produce
en la trama, aunque he de advertirles que no deben olvidar a Descartes y su hipótesis del genio
maligno siempre presto a actuar. Un giro antropológico que tiene la misma
fuerza que el que se produjo en Atenas gracias a Sócrates y a los sofistas. La Naturaleza dejó su paso al hombre para que este
empezara a conocerse a sí mismo. Veinticinco siglos después aún lo estamos intentando,
pero esto es otra historia. La segunda cuestión a la que hacía referencia es la
que tiene que ver con Hume y su
crítica al principio de causalidad. El pensador escocés desmontó, utilizando como
ejemplo unas bolas de billar, la idea de conexión necesaria entre la causa y el
efecto. Estos filósofos son así de raros. En la película comprobamos que de la
causa sí se sigue, necesariamente, el efecto.
Tiene el aire de Jaque al asesino (1992, Carl Schenkel), pero en versión española. Y en esta ocasión esto es un cumplido. No es un thriller manido, lleno de tópicos. Es una historia amena y con algún que otro toque sutil. Los españoles ya hemos interiorizado en cine la idea de Ortega. El cine es gerundio, no participio. Hemos aprendido a hacer cine haciéndolo. Los americanos empiezan a conformarse con lo hecho. Con la repetición incesante de una misma idea.
Tiene el aire de Jaque al asesino (1992, Carl Schenkel), pero en versión española. Y en esta ocasión esto es un cumplido. No es un thriller manido, lleno de tópicos. Es una historia amena y con algún que otro toque sutil. Los españoles ya hemos interiorizado en cine la idea de Ortega. El cine es gerundio, no participio. Hemos aprendido a hacer cine haciéndolo. Los americanos empiezan a conformarse con lo hecho. Con la repetición incesante de una misma idea.
Es malo el doblaje,
los actores no brillan, hay partes del puzzle que no terminan de encajar bien
y, sin embargo, es una película a la que le damos el aprobado. Incluso, por
momentos, el notable. Es como el Manchester
de Ferguson. Tenía una mala defensa,
un mal entrenador, no jugaba bien. Pero... ganaba.
Posdata: Siguiendo
con el Manchester, utilizamos las palabras de George Best para terminar: «Hace
años dije que si me daban a elegir entre marcar un golazo al Liverpool o acostarme con Miss Mundo iba a tener una difícil
elección. Afortunadamente, he tenido la oportunidad de hacer ambas cosas».
O aquellas de: «Gasté un montón de dinero en coches, bebida y mujeres. El resto
simplemente lo malgasté». Se preguntarán ustedes qué tiene que ver esto con la
película. La respuesta es nada. ¡Pero, ¿qué más da?!
JOSÉ MANUEL CAMPILLO ORTEGA, autor de “Kant
y Sofía van al cine”.
2 comentarios:
La película empieza con buen ritmo. Presentando una historia que parece interesante y a la vez oscura. Los actores convencen y a pesar de que en ciertos momentos parecen un poco forzadas ciertas situaciones, se sobrelleva bien.
El carácter del protagonista, que en principio es el punto fuerte de la película, se va desdibujando un poco a medida que ésta avanza, cuando en teoría tendría que ser lo contrario. Por ese motivo se quedan en intenciones y ápices de giros argumentales que podrían resultar efectivos pero se quedan cortos y flojos.
Bueno. Yo creo que el ritmo no decae. Pero es verdad que, por momentos, el desarrollo de la trama es más efectista que efectivo.
Un saludo.
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