En un único plano el personaje interpretado por Woody Allen en Manhattan, Isaac Davis, enumera una tras otra las razones por las que merece la pena vivir creando así una de las más bellas secuencias de la película.
Melancólico y deprimido por un desengaño amoroso, Isaac necesita psicoanalizarse a sí mismo e intentar encontrar sentido a la vida. Las razones que enumera no tienen desperdicio: Groucho Marx, el segundo movimiento de la Sinfonía Júpiter de Mozart, el cine sueco, Marlon Brando, Frank Sinatra, Flaubert o Cézanne. Todas ellas maravillosas, pero quedan sin embargo en un segundo plano ante la fundamental: el rostro de Tracey, el gran amor que dejó escapar.
Al levantarse del sofá y dirigirse hacia el mueble donde tiene guardado un regalo muy especial que le hizo ella, una harmónica, Isaac comprende su error y será consciente a partir de ese momento de una lección vital que ya nunca olvidará: el verdadero sentido de la vida es el amor. De este modo la banda sonora de George Gershwin sirve en esta ocasión para que el relato adquiera un tono optimista, tras la melancolía a la que hemos asistido reforzada además por el uso del blanco y negro.
Las razones por las que vale la pena vivir es un motivo recurrente en el cine de Allen y en mayor o menor medida lo ha usado en otras ocasiones. La más usual es la idea del cine como vehículo salvavidas, que posteriormente ha reflejado en films como La rosa púrpura de El Cairo (1985), Delitos y faltas (1989) y Hannah y sus hermanas (1986).
EDUARDO M. MUÑOZ
5 comentarios:
Precioso. Me encanta. Sin duda, la vida está llena de pequeñas grandes cosas que hacen que merezca la pena. Un post muy bonito. Enhorabuena, Eduardo y Feliz Navidad.
Gracias Carol. Feliz Navidad para tí también. Un afectuoso saludo.
Esta si es una de las películas de Allen que merecen ser recordadas! Un saludo!
Que maravilla de película, no me canso de verla.
Miki, saludos.
No me extraña Miki. Es una obra maestra.
Saludos,
Eduardo Muñoz
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