lunes, 18 de marzo de 2013

Crítica de 'KAGEMUSHA: LA SOMBRA DEL GUERRERO' (1980) de Akira Kurosawa




Kagemusha: la sombra del guerrero, es un drama épico de gran altura que se desarrolla en el contexto histórico del japón medieval del siglo XVI. La puesta en escena deduce el esfuerzo hercúleo que suponen los fastuosos trabajos de producción. La gestión de los recursos, la disposición adecuada y la ordenación de grandes ejércitos de samurais y de largas caballerías enjaezadas acarrearon serios problemas de financiación para la compañía Toho. Al final se resolvieron gracias al apoyo económico de los afamados George Lucas y Francis Ford Coppola a través de la Century Fox. Más allá de los problemas financieros que sobrevuelan siempre los proyectos más ambiciosos del mundo del celuloide, Kurosawa impone su sello personal en este drama cuyo marcado trance se desenvuelve a través de una trama sencilla y bien narrada; una trama que quizá pueda pecar de ser demasiado larga (son más de 2 horas y media), pero que ante todo inocula en el espectador la sensación de que se haya ante una gran obra maestra. Las doctrinas tradicionales del acervo cultural japonés (wu wei, la fuerza de la no-acción, etc...), unido al juego de las apariencias y la estrategia militar, y unido a los egoísmos narcisistas de los nefastos gobernantes, representan los cimientos sobre los que se asienta uno discurso cinematográfico tan lúcido como aplastante. Un discurso que concurre aderezado con una riqueza plástica tan impoluta como conmevedora y de una fuerza visual tan arrolladora como significativa. Aunque es cierto que hay escenas que rompen ligeramente el equilibrio del montaje y el equilibrio de la estética general de la película; como también es cierto que hay momentos en que la técnica de la iluminación no consuma su función expresiva; ello no obstante estos defectos se compensan sobradamente con aquellas otras escenas donde gracias a una loable iluminación alcanzan una proyección metafísica bellísima, inusual y poderosa, muy típica del estilo de Kurosawa y, en general del cine japonés. En cualquier caso el desmerecimiento de unas pocas escenas no eclipsan el total de la cinta, ni mucho menos menoscaban su riqueza visual.  Porque Kagemusha rezuma por doquier una belleza metafísica que se emparienta con la muerte y la sabiduría;  y que redunda en el embelesamiento de nuestros más refinados sentidos. Akira Kurosawa ha construido una obra universal, capaz de traspasar el devenir de los tiempos, la ignorancia de los vulgares, y el olvido de las nuevas tecnologías. 

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

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