En una
ensalada Billy Wilder sería el vinagre de Módena. Por el color, por el sabor y
por el regusto que deja en nuestro cinéfilo paladar. Sus películas suelen ser
comedias con una pequeña dosis de tragedia shakesperiana donde pululan por
doquier los Otelos y las Desdémonas, los Bassanios y los Antonios. Y El apartamento encierra
en sus escasos metros la verdad de la afirmación anterior.
La
historia tiene paralelismos con la
Brummel , en las distancias cortas es donde se la juega.
Concretamente, en un ascensor. En esos exiguos metros, el corazón de nuestro
protagonista se arrebata hasta conseguir la cima del Everest en un
electrocardiograma, buscando que de sus tímidos labios emerjan las palabras que
hagan que su amada esboce una sonrisa. O, en su defecto o en su exceso, la
promesa de una cita.
El
ascensor es la pequeña metáfora del apartamento. Lugar cerrado en el que todo
ocurre. Fuera de estos dos lugares nada tiene importancia. Es algo parecido a
lo que acontece en el día a día de las personas posmodernas, o quizá antemodernas,
para las que lo que ocurre fuera del móvil o internet es tan invisible como yo
al lado de Errol Flynn.
El cine
de antes tiene el acortado aroma de la elipsis. Busca la magia sin necesidad de
hacer presente el previsible y tedioso hechizo. Y eso lo hace maravilloso. El
de ahora, explícito y prolijo, aburre. Y es que yo siempre he sido de sugerir,
y no mostrar, de mujeres en bikini y no en topless. Billy Wilder,
también. Volvamos a la película.
Hay una
secuencia en las que vemos a Baxter (Jack Lemmon) bebiendo amargamente un
Martini después de haberse enterado viendo la pitillera rota que su amada lo es
de otro; unos segundos después la delatora cámara nos muestra ocho palillos
etílicos en círculo sugiriéndonos embriaguez y derrota. Hemos pasado de un
Martini a ocho a través del alargado sostén de la aceituna. ¡Brillante!
Los
protagonistas son los que tienen que ser. Valga esta especie de pleonasmo como
antesala de las palabras que vienen a continuación: Jack Lemmon es el ciudadano
medio que hace de ello su mejor virtud. Su no brillantez estética hace que
seamos empáticos con él. Con Shirley MacLaine es distinto. Tiene una de esas
caras que no son bellas ni feas, ni simpáticas ni serias, ni agradables ni su
antónimo. Pero sí tiene algo que hace que los hombres se puedan enamorar de
ella: altivez en la mirada. Es de las que te mira y no te está mirando. La
atalaya de su mirada siempre está un escalón por encima de la nuestra.
Posdata: El
apartamento es
una película de fracasados que triunfan como lo hacen los fracasados: sin
plenitud. Siempre hay un pero que todo lo corrompe. Valga esta agridulce
reflexión como fiel reflejo del aroma que desprende la película. Y, por cierto,
el cine de Wilder.
JOSÉ MANUEL CAMPILLO
(www.vienafindesiglo.blogspot.com)
2 comentarios:
Cuanto mas pasan los años , de un humilde fracasado mas le gusta esta película , por que en realidad, no somos nosotros c,c baxter , que intentamos subir en el ascensor y volvemos abajo una y otra vez . Aparte de la relación de amor entre los dos
protagonistas, nos damos
cuenta que el ascenso al " poder" en una empresa son todo favores que hacemos durante años , y que en unos segundos , por nuestro sentido moral , se destruyen .. Critica modaz sobre los ascensos laborables , trama principal del film . No considero fracasados a los personajes les
considero personas que tienen
que salir de la monotonía ,
soledad y aburrimiento . La mejor película billy - diamond .
La escena del espejo es magistral. Toda una lección de cine y narrativa. En un solo plano descubrimos todo el pastel junto a C.C. Baxter. Una de las muchas genialidades de esta obra maestra del cine.
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