martes, 10 de mayo de 2011

MIS SECUENCIAS FAVORITAS: Escena final de RAMBO: ACORRALADO PARTE II (RAMBO: FIRST BLOOD, PART II, 1.985) de George Pan Cosmatos.



2.004. Quentin Tarantino. Kill Bill: Volumen 2. En las escenas finales, David Carradine nos deleita con un fantástico monólogo sobre uno de los más famosos superhéroes de nuestra mitología moderna: Superman. Finalmente concluye que Superman representa, mediante su alter ego Clark Ken, una crítica a la humanidad, al mundo entero. Por cuanto que Clark Ken es una forma impostada de Superman, si se quiere una actuación o un subterfugio bajo el que oculta su verdadera identidad. Clark Ken representa la imagen que Superman tiene de la humanidad. Para encajar en un mundo que no es el suyo Superman ha de mimetizarse, hacerse un “cualquier otro”,  hacerse un “uno más”, ser Clark Ken. Para encajar, Superman tiene que hacerse  tan inseguro, torpe y cobarde como la humanidad. 

En otra ocasión, hace ya mucho tiempo, en el programa de televisión “Crónicas Marcianas”, salía un tipo que sabía mucho de cine. De vez en cuando soltaba una perlita. Llevo en mi memoria un comentario sobre una de mis películas preferidas, Ben-hur (1.959). Hay una escena, al principio, en la que Judah Ben-hur y Mesala, el nuevo Tribuno del imperio romano, discuten sobre la conquista de Judea, la tierra de Judah Ben-hur. Carlos Pumares decía que no era una conversación de dos viejos amigos. Aducía que las poses, las formas, las miradas, el cariño inmanente que se percibe entre Mesala y Ben-hur son más propios de quienes en otro tiempo fueron advenedizos amantes y de quienes por fin disfrutan del reencuentro que el destino les concede. Este pequeño detalle cambia toda la interpretación de la película. Bajo este prisma se justifican muchas cosas y se comprenden otras tantas con mayor penetración.

Creo que el cine debe verse un poco así, leyendo entre líneas, reflexionando desde lo que se dice y desde lo que se oculta. Hay que darle vueltas y vueltas a las cosas, al guión, a las escenas, al decorado, a los gestos, a la entonación, a las imágenes, a los segundos y a los terceros planos, al modo en que la luz incide en las secuencias, a todo. Porque todo en el cine dice, todo habla, todo se halla ordenado con arreglo al discurso que un director sostiene en su película. Y es obvio que, muchas veces, más de lo que nosotros nos pensamos, una trama, un discurso, o unas imágenes se traducen en una suerte de dobles y triples sentidos que es preciso descrifrar. Hay significados irónicos cargados de crítica mordaz o cargados de ánimos atentatorios contra los fundamentos de nuestras sociedades, de nuestra humanidad o de nosotros mismos. Leer esos discursos paralelos hacen que la experiencia del cine sea mucho más enriquecedora que cualquier otra manifestación artística que no encierre una suerte de dobles y triples interpretaciones.
                                         
Con tal propósito quiero pasar aquí revista a una de las escenas más interesantes de la tan aclamada Rambo: Acorralado, parte II dirigida magistralmente en 1.985 por el director italiano George Pan. El mismo que un año después, se alzó con semejante éxito, dirigiendo Cobra (1.986), también protagonizada por Sylvester Stallone.




En esta segunda parte Rambo, un veterano condecorado, ha sido excarcelado y enviado nuevamente al Vietnam con el fin de averiguar el paradero de unos soldados americanos desaparecidos. Tras saltar en paracaídas en la jungla, portando únicamente un cuchillo y un arco con flechas, se le dice que no ataque al enemigo y que sólo haga fotografías de reconocimiento. Más tarde el piloto del helicóptero que viene a recogerle recibe la orden de dejarlo abandonado. Apresado y torturado por militares vietnamitas, logra liberarse y liberar a algunos de sus compatriotas, con quienes roba un helicóptero y ponerse a salvo en la base americana.

En la última secuencia de la película vemos como Rambo aterriza. Desembarca corroído por un hambre de venganza terrible. Tiene pendiente una cuenta que saldar con Murdock, un funcionario al servicio del gobierno americano, que incurrió en traición en un momento en el que Rambo se jugaba la vida. Murdok ordenó la retirada de los helicópteros que fueron enviados para rescatarlo. Una traición que se extiende también a los militares encarcelados en Vietnam y, en general, al pueblo americano. Todo los espectadores esperábamos ver cómo  en esta última escena Rambo reventaba de un golpe al funcionario que compuso todo el desaguisado. Todos lo deseábamos. Pero Rambo, más comprensivo (o quizá más iluminado), sencillamente le ajusta los conceptos mostrandole firme y cerca el filo de la muerte: ese machete clavado en la mesa, ese machete clavado a la altura de los ojos del que yace.


Porque es lógico que después de llegar de las alturas con un helicóptero humeante y con pérdidas importantes en el depósito de queroseno, después de ver las cosas con algo de distancia, desde arriba, con otra perspectiva, es lógico pensar que Rambo ponga un pie en tierra y lo primero que haga sea tomar la ametralladora, embellecer su brazo con la larga ristra de balas y buscar, no a Murdok (¡ojo!), sino al verdadero responsable de su drama, al que recibirá las balas de verdad: a la burocracia, a la política, a la economía, o si se quiere a esas estructuras tan inhumanas como destructivas con cuya sorda y silenciosa actuación se atropellan las sensibilidades de los hombres de carne y hueso que tienen familia y que respiran y se duelen. Sin embargo es cierto que no se puede disparar a una estructura igual que se dispara a una persona. La película funciona aquí en el plano simbólico y el atentado se hace a los símbolos. Se dispara a los archivos administrativos para matar la burocracia. Se disparan a los sistemas de comunicación para matar a la política administrativa. 


Las estructuras y las personas no se llevan bien. No se pueden llevar bien. Tienen naturalezas diferentes. Una persona puede amar a un país pero un país no puede amar a una persona. Rambo se lo dice a su coronel en una última alocución desesperada: "Amo a mi pais, sólo quiero que mi país me ame tanto como yo le amo a él". Pero Rambo no puede ajustar los conceptos a una estructura, ni hacer que una estructura, -la idea de país- sienta amor. Éstas estructuras son invisibles, intangibles, inexpugnables. Rambo no puede matarlas ni llevárselas a la cama: le sobrepasan. Ni siquiera puede hacerlas entrar en razón como se podría hacer entrar en razón a un maldito perro sarnoso de mierda. Rambo, como tantos otros, es solo una nada, una nada enfrentada a una estructura de la que es una víctima más y contra la que no puede -valga la redundancia- hacer nada. Una estructura que le lleva a la mendicidad. John Rambo se topa con su impotencia, con su absoluta frustración. John Rambo puede ser el más fuerte de los hombres, el mismísimo Supermán o Rocco Sifredi, pero eso no va hacer que pueda cambiar las instituciones, la política o una estructura burocrática y económica que le es completamente ajena. Es un hombre como cualquier otro, que sabe que si se empeña en vivir al margen de las instituciones acabará como Diógenes Laercio viviendo en un tonel, pasando de todo, reducido a su mínimo  estado de autenticidad pura. 

Por eso Rambo baja del helicóptero y se lo llevan los demonios hacia un ataque de furia con que ametralla todos los archivos administrativos, todos los sistemas informáticos, todos los aparatos tecnológicos de comunicación, todo cuanto cae bajo la mirilla de su santa ametralladora, todo cuanto represente un símbolo o un sustitutivo aparente de esa estructura invisible responsable de toda esa basura estructural. El símbolo de la burocracia, el símbolo de las comunicaciones, y el símbolo de la estafa política reciben su bala de plata. Y no en vano, las últimas ráfagas se dirigen contra el cielo, contra Dios mismo, acompañadas de un desgarrado grito de rabia incontenible un grito de frustración defenestrada. Contra Dios mismo, porque Dios, -la idea de Dios- también tiene su parte de responsabilidad en todo esto. Dios tambien es farsa, Dios también es opio. Dios también es una emanación cultural del sistema económico. Una sustancia más adormecedora de nuestras conciencias.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

2 comentarios:

E. Muñoz dijo...

La metafísica de Rambo. Toma ya ;-)

Antolín Martínez dijo...

Vaya que es rebuscada la apreciación, pero toda vez argumentada como se hizo, pues hay que darle la razón. No son grandes películas, pero quizás algunas escenas sean intensas en contenido. Ha sido para mí muy grato dar con este blog de cine. Me parece muy bueno. Conseguí el enlace en el blog del amigo David (Cine para usar el cerebro). Algunas ideas me las llevaré para mi blog. Pido permiso para ello. Aunque si no me lo dan... ¿me van a demandar por el plagio de una idea? Es la de las secciones, como la de las secuencias preferidas, etc. Me gusta porque varía el menú del solo comentario de un filme. Saludos desde Vzla.