Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Ángel Acosta Rodríguez. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Miguel Ángel Acosta Rodríguez. Mostrar todas las entradas

viernes, 7 de diciembre de 2012

Crítica de 'RAN' (1985) de Akira Kurosawa


El emperador Kurosawa sin su lobo-samurái Toshiro Mifune vuelve adaptar una obra de Shakespeare, El rey Lear, como ya hiciera en Trono de sangre (1957). Y menuda obra, con un toque particular y con referencias a la historia del Japón feudal del siglo XVI. Desde el minuto uno Kurosawa, en todo su esplendor, nos devasta y deleita con una fotografía espectacular rebosante de color, desde la cacería inicial a la épica batalla que se sucede a la hora de metraje, y que nos desborda sin aliento hasta la última campaña. Lo mejor de Ran, la mayor parte de la película, pero sobre todo la primera batalla, con una banda sonora deslumbrante, con un vaivén de fieles samuráis portando sus símbolos de guerra que aparecen surgidos de la ira, deslealtad, codicia y afán destructivo de los señores de la guerra que olvidan los códigos de conducta samurái, y envuelta en un halo de oscuridad la hacen memorable, ofreciéndonos un espectáculo visual. Pero la cosa no queda ahí, sigue aportando aquello que es imperecedero, la condición humana, el ansia de poder, la creencia en un ser supremo que parece existir y que deja que el hombre siga su camino de pecado pero que sin embargo deja su sello protector.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

martes, 3 de abril de 2012

ALIEN (1979) vs. ALIENS (1986)


Tras el éxito cosechado por Ridley Scott se dio paso al regreso de la máquina perfecta, pero lamentablemente esto no ocurre. Alien, el octavo pasajero (1979, Ridley Scott) forma parte de la historia como una de las mejores películas de ciencia ficción, en todos sus aspectos cinematográficos. A raíz de ella permanecen en la memoria personajes memorables como el alienígena y la Teniente Ripley. El primero sigue siendo explotado hasta la saciedad y sin sentido, y la segunda siguió apareciendo en las sucesivas secuelas, salvándose solo la realizada por James Cameron. Tenia un gran recuerdo de Aliens, el regreso (1986), sobre todo por tanta aparición de ese ser diseñado para matar, salvo a Sigourney Weaver y a Michael Biehn; porque claro, una vez que vimos que Biehn lidió contra Terminator, pues no iba a ser menos contra Alien, y encima estaba acompañado de maquinaria pesada. Pero tras otro visionado quedé chafado.

La obsesión de la humanidad por conocer nuestros orígenes y la búsqueda de vida inteligente mas allá de nuestro sistema solar no tiene límites, hasta tal punto de engañar a toda una tripulación y anteponer vidas por unos indicios de vida extraterrestre. Siempre se nos ha considerado meros espectadores en el universo infinito, como a una raza inferior, esperando a que nuestra lenta evolución nos lleve a viajar por el espacio en búsqueda de aquello que anhelamos, y en esta ocasión no iba a ser menos pues se nos muestra como a unos huéspedes para el desarrollo alienígena y posterior colonización, algo aterrador, que desconocemos.


Alien, El octavo pasajero dio otra vuelta de tuerca al género, tras la obra de Stanley Kubrick. Las escenas en las que vemos a la tripulación descendiendo de la Nostromo para explorar las señales alienígenas a través de las cámaras de los protagonistas son portentosas, sobre todo al ver la nave Alien con forma de anillo mediante interferencias. Sin palabras. Cameron aportó armamento y más aliens, y un final flojísimo carente de credibilidad.

Sin mostrar a la criatura en gran parte del metraje, Ridley Scott logró crear una tensión constante manteniéndonos pegados a la butaca y sin aliento, creando un ambiente  de incertidumbre, agonía y terror ante lo desconocido, acompañado por una gran banda sonora que aterroriza. Memorable es la parte de la película en la que algunos miembros de la tripulación descubren el espectacular interior de la nave y la impresionante plantación de huevos Alien, como las vainas de La invasión de los ladrones de cuerpos (Don Siegel, 1956), mucho más que la ya famosísima escena del Alien saliendo del pecho. También ésta es impresionante. Como lo es también el Alien babeando, en la quadrilogia, icono de la ciencia-ficción.




El universo de Ridley Scott nos deja atónitos desde los míticos títulos de crédito hasta la aparición de la criatura pasando por el androide, el cultivo de huevos, la lucha por la supervivencia y el miedo a lo desconocido ante un universo oscuro, sobre todo la soledad que representa su inmensidad, y desestabilizador por el poco conocimiento que se tiene de el que pondrá a prueba la capacidad de lucha de Ripley y compañía. Sigue sin atraerme el final de Alien, el octavo pasajero, esa forma tan fácil de poner fin al Alien, sobre todo por la fuerza de atracción que produce la compuerta abierta y que sobre la teniente apenas ejerce; pero aún así esta a años luz de Aliens, el regreso y sucesivas.

Una vez derrotado el Alien y de regreso a casa nos encontramos con que el planeta extraterrestre, cómo no, ha sido colonizado por el hombre. En esta ocasión James Cameron con una visión de la secuela militarizada hasta la médula aprovecha el tirón para demostrar una vez más que segundas partes nunca fueron buenas. Y esta no iba a ser menos. Todo se repite, es el mismo cuento pero diferente director. Nos encontramos con una serie de confrontaciones entre altos cargos y subordinados, no tanto ya entre los "rangers del espacio", que son una unidad de arrogantes que perecerá ante lo inevitable. Mucho Alien por aquí y por allá, para que al final volvamos a ver otra vez a Ripley, esta vez a bordo de un montón de chatarra que es capaz con músculo y medio de vencer al todo poderoso Alien, y  encima idéntico final al del octavo pasajero. Sólo destaco de esta continuación el descubrimiento de la Reina Alien, que es impresionantemente impresionante, incubando y desprendiéndose del cordón umbilical para pasar a la acción, pero que se desvanece con una rapidez que no hace honor a su capacidad destructora.


MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

miércoles, 21 de diciembre de 2011

LUCÍA Y EL SEXO (2001) de Julio Medem


¿Qué hay entre el Sol y Luna?, pues hay una serie de personajes a los que el azar y el mundo de las casualidades, como ya ocurriera en Los amantes del Círculo Polar (1998), ha llevado a reunirse en una isla del Mediterráneo.
 
Julio Medem, para algunos utilizando el sexo como uno de los reclamos, nos muestra una buena y bonita historia de amor ante todo, a pesar del contenido sexual. La película refleja, en parte, los grandes motores e impulsos que dominan la vida de Lucía, el sexo y la pasión sentimental. Ambas unidas por lo real e imaginario impreso en la novela de su pareja Lorenzo, que ilumina su mundo y a su vez la envuelve en periodos de oscuridad. A través de este maravilloso cuento Lucia nos va mostrando lo que fue su relación. Intenta descubrir en qué punto se han perdido. Nos va descubriendo las entrañas de su pareja, esos secretos que deben permanecer ocultos, pero que el destino saca a la luz, y el lado oscuro, la  angustia  y los temores de la figura de Lorenzo, el Sol que ilumina las vidas de Elena y Lucia que dependen enteramente de él, como fuente de energía.


La película esta llena de simbolismos referentes a la Luna y el Sol. Al igual que en las fases lunares esta nace, crece y muere, y vuelve a surgir, los personajes de Lucia y el sexo pueden volver al punto de partida y comenzar una nueva vida llena de “felicidad” ficticia, pero que irremediablemente tiene un destino fatal. Lorenzo crea para Alsi (Isla), pseudónimo de Elena en la red, un cuento lleno de ventajas en el que se puede volver y dejar atrás el dolor. También se hace referencia, bajo la atracción de la Luna, al impulso y al deseo sexual, como bien muestran las primeras escenas sexuales en el mar ante la mirada de la Luna; allí se pondrá fin al encuentro entre Lorenzo y Elena pero surgirá la vida.
    
Es un viaje a un mundo tranquilizador y lleno de ilusión, un nuevo comienzo para una nueva vida, también para Lucia, pero que anteriormente ya había iniciado Elena y más tarde Carlos. Lorenzo también acudirá, pero a modo de reencuentro y redención. Cálido y ardiente movido por el sexo y la incitación a el, pero que al final se retrae; un pequeño mundo de sueños nocturnos, aquellos en los que Lorenzo da rienda suelta a su imaginación con la niñera, protagonizada por Elena Anaya.    



La escena más conmovedora esta acompañada de una banda sonora que estremece; es aquella en la que Lorenzo "el farero" regresa a su isla y por arte de magia se reencuentra con Elena, madre de su hija, y pondrán fin a las heridas abiertas por la pérdida de Luna.
    
Un cuento lleno de ventajas cuya principal ventaja es lo que transmite, como logra hacer Julio Medem.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

martes, 27 de septiembre de 2011

INTELIGENCIA ARTIFICIAL (A.I. ARTIFICIAL INTELLIGENCE, 2001) de Steven Spielberg


Como homenaje en año de estreno a la obra cumbre de la ciencia ficción 2001: Una odisea del espacio (1968), en contenidos, forma de creación y al gran cineasta Stanley Kubrick, Steven Spielberg estrenó hace una década A.I (Inteligencia Artificial).
    
La película está basada en diferentes relatos cortos, Brian W. Aldiss entre otros -Los superjuguetes duran todo el verano y Pinocchio-. Kubrick y Aldiss dieron forma a lo que sería el guión en base al relato pero éste quedó estancado y Kubrick se puso en contacto con su colega Arthur C. Clarke e Ian Watson, experto en robótica, para dar otro toque al guión. Y ahí quedó la cosa, y el mando lo tomó Spielberg transcurridos los años y sobre todo por el fallecimiento de Kubrick.


En el mundo del cine suelen aparecer seres que por una circunstancia o por otra logran quedarse en nuestra retina por su incontestable don de revelarse ante su creador, como lo fueron el monstruo de Frankenstein y la máquina HAL 9000; y por su capacidad por conseguir un sueño, como lo hace el protagonista David, interpretado por un genial Halley Joel Osment que por ese momento estaba en estado de gracia interpretativo, un Meca creado y programado para suplir la falta de un ser querido y dotado de sentimientos que poco a poco van tomando forma y conciencia cuando se le activa el protocolo para ir mucho más allá, a un mundo de sueños, fantasía y pesadillas perpetradas por la raza humana.
    
En el fondo marino, en el interior de un vehículo junto a su osito Teddy, se ha encontrado a David "El Centinela" que es el último vestigio de la humanidad. Sí, el Meca cuyo abandono por su madre y evolución le lleva a emprender un viaje, como lo hiciera Dave Bowman en su nave espacial en la película de Kubrick, para encontrar a su Hada azul y que le convierta en un niño de verdad para poder ser amado por su madre adoptiva. David, a modo de Centinela es un homenaje a dicho relato de Athur C. Clarke y a Kubrick, es la huella fehaciente de lo que fue el hombre. David es el eslabón perdido de los robots, el enlace entre el hombre y las máquinas; a través de él se descubre como el hombre, movido por el afán de crear a imagen y semejanza individuos capaces de reproducir y llevar a cabo tareas desechadas por los humanos, jugó a ser Dios y creó una serie de máquinas hasta llegar a un Meca idéntico en apariencia a sus creadores, con capacidad para amar y tener sentimientos propios de un humano pero no se puede comparar pues somos únicos. Máquinas y hombres no pueden compartir enlaces emocionales ni convivir cuando el ser humano se ve amenazado, pero sobre todo por que el hombre no esta preparado para ello, por lo que decide hacer como siempre, aislar su creación. Y la diferencia con los robots se verá al final cuando estos movidos por sus emociones hacen realidad el sueño de David.


Su cerebro es un tesoro de información. Sus recuerdos muestran lo que fue su vida con sus padres, más tarde con Gigolo Joe (Jude Law) que le llevará a descubrir la cruda realidad de la especie de robots abandonado y mutilada, y al final un viaje en solitario para intentar volver a renacer.

Como si de una película de Stanley Kubrick se tratara (como lo demuestra la escena en la que David, Gigolo Joe y los jóvenes humanos hacen su entrada en la ciudad en un automóvil que recuerda muchísimo aquella de La Naranja Mecánica (1971) en la que Alex y sus drugos van por la carretera en el coche a toda pastilla y gritando), A.I. contiene muchos elementos del cine kubrickiano, en especial la concepción del mundo y del hombre, en este caso son los robots. Los personajes viven sumergidos en grandes momentos de la historia, épocas que marcaran un antes y un después, y aquí no es menos pues estamos en la era robótica, la instauración de la inteligencia artificial que tanto deseaba el hombre, y más tarde la visión de un nuevo mundo, apocalíptico, dominado por las maquinas sin presencia humana, esta solo como recuerdo a través de David. Personajes cuya conducta y sentimientos ya están programados de antemano, también se verán abandonados ante su propio destino.


El salto espacio-tiempo de la película es espectacular. A pasos de gigantes David ha sobrevivido y permanece moribundo frente a su Hada, mientras la raza humana ha desaparecido. Desde el momento en que David se arroja al mar y es despertado por la nueva generación evolucionada de robots han transcurridos miles de años y el espacio-tiempo es similar al de 2001: Una odisea del espacio. Los personajes de Kubrick siempre fracasan, como le ocurre al Meca pues no consigue su propósito de convertirse en niño pero si logra humanizarse y volver a ver a su madre, gracias a los robots que consiguen clonarla por un día. De esta manera David se “autoinmola”, poniendo fin así a su vida durmiendo junto a ella hasta el fin de los días. Su amor es real pero él no, tal y como anuncia el cartel promocional.  

Una película que muestra el Apocalipsis, valores antropológicos que parecen heredados por los robots por parte de la raza humana, pero sobre todo llena de sentimientos, un cuento de hadas que junto con una magistral banda sonora y espectaculares efectos visuales  hacen de ella una cinta que cumplió su propósito: un homenaje a Stanley Kubrick.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

miércoles, 17 de agosto de 2011

JÓVENES OCULTOS (THE LOST BOYS, 1987) de Joel Schumacher


En 1987 reaparece otra vez el mito por excelencia del cine de terror, el vampiro, seductores de la noche, en algunos casos claro, pero esta vez encarnado en un grupo de adolescentes de un pequeño pueblo de California llamado Santa Carla, ciudad cuyo índice de violencia  es anunciado a diestro y siniestro.

Por aquella época y tras el visionado de la cinta quién no soñó por aquellos entonces en pertenecer a la cuadrilla al mando de un jovencísimo e inmortal Kiefer Sutherland, quién no quiso ser Michael, el bueno, el guapo y ligarse a la bella de la película, o combatir el mal a través de un trío de muchachos a lo Van Helsing cuyos métodos e instrumentos en la caza del vampiro fueron adquiridos a través de unos meros cómics. Es película de culto para algunos.

En su época y tras un nuevo visionado después de 24 años de su aparición hace gala de no haber envejecido tan mal, más quisieran muchas otras de la época pasar el corte y el paso del tiempo. Pues esta es una de ellas. Película de Joel Schumacher que en los tiempos que corren podría hacer frente a esa saga tan sobrevalorada, noña e insulsa apta para jovencitas, es decir, Crepúsculo (2008, Catherine Hardwicke). Nada tiene que envidiar a esos bodrios de la actualidad sobre vampiros, excepto Déjame entrar (Tomas Alfredson, 2008).   

 
Esta cinta sobre jóvenes de ida y vuelta, pasados de rosca, cuyo lema es agradar por encima de todas las cosas es una mera historia comiquera de vampiros adolescentes cuya estética es inconfundible de marcado estilo ochentero, de corte rockero, medias melenas, crestas, chupas de cuero, motoristas sin cascos, gamberros, fiestas nocturnas en la playa… cuyo resultado es: una excelente película bastante aceptable que se deja ver, una banda sonora que en la actualidad suena bastante bien, como por ejemplo People are Strange de The Doors. Recomendable también la canción Cry little sister. Gran maquillaje de los vampiros y una buena mezcla de suspense al principio de la película, terror en la escena de la matanza en la playa para ver el grado de compromiso de Michael con el grupo, pequeñas dosis de humor y la aventura, para dar caza y fin a los dueños de la noche son señas de un film nada malo. Aunque la resolución sea bastante precipitada, pero hoy en día se sigue haciendo.


El reparto es bastante bueno. Podemos ver a unos jovencísimos Kiefer Sutherland en el papel de David, líder de los vampiros, Jamie Gestz interpretando a Estrella y Jason Patric, como Michael, ejerciendo de hermano mayor, Corey Feldman (de Los Goonies [1985, Richard Donner]) y a una veterana como es Dianne Wiest, toda una madraza.

Todo esto y el buen paso de los años hace que esta cinta sea para algunos una obra de culto. La frase de la película:  ¡¡¡Mi hermano se ha convertido en un vampiro de mierda!!! ¡¡Verás como mamá se entere!!!”.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

jueves, 21 de julio de 2011

EL PADRINO, PARTE III (THE GODFATHER, PART III, 1990) de Francis Ford Coppola


Sin necesidad de dar continuidad a una de las sagas más populares e históricas, que no se haya dicho ya de esta colosal trilogía, Coppola se ve arrastrado a poner fin a su crisis económica y a realizar este último Padrino. Su final es maravilloso y espectacular pues es inolvidable ver como sufre el gran Michael Corleone, que en las anteriores entregas muestra lo mejor de sí mismo como actor y dejando para los tiempos el mejor papel, indestructible ante sus enemigos y destructor de su matrimonio, frío y calculador, y al que vemos como todo se vuelve contra él en este fin de campaña.

Esta tercera entrega es equiparable a las dos anteriores y debe verse como un conjunto y no desprestigiarla, aquí se profundiza en el ocaso de Michael, en sus pecados y en lo que ha sido su vida. Michael comprende que ya no deberá tener un sucesor en su hijo sino que debe dejar que siga su camino, que sus negocios deben ser legales por lo que a su entender y desconocimiento decide embarcarse rumbo al Vaticano. El inicio de la película nos lleva al día en el que Mike antepone la propia sangre y que le marcará hasta el fin de sus días.  
Durante los 160 minutos de película intentará redimirse para acabar como acabó la segunda entrega, solitario y abandonado. Si en la segunda parte las relaciones llegan a un punto de explosión aquí es al contrario e intenta desligarse del mundo que le llevará a la tragedia; ya  en la segunda cinta vemos a un Michael destruido por su propio poder y dando a entender su arrepentimiento del cual saldremos de dudas en la continuación de la saga cuando Don Corleone se confiesa, muy a su pesar, con el Arzobispo y le dice: "¿De qué sirve confesarme, si no me arrepiento?". Da un giro en sus negocios y se adentra en el mundo de la iglesia, en la boca del lobo, llevado por sus remordimientos y la aceptación de lo que fue. Pero al final la redención y el arrepentimiento no  sirven de nada, solo muestran lo que es y quién es Michael; él mismo dijo en el segundo padrino al senador: “mostramos la misma hipocresía”.


Una frase de Michael Corleone resume lo que ha sido su vida al mando de la familia Corleone, aquella en la que muere Don Tommassino: “porque a ti Don Tomassino todo el mundo le ha querido y a mí sin embargo siempre me han temido”.
     
El final de la trilogía es bastante digno, es decir, muy digno y contiene momentos que bien pueden ser recordados e integrados en aquellos apartados de escenas favoritas o simplemente sobrecogedoras. Este padrino es idéntico al primero en cuanto a todos los elementos argumentales. Aún así estuvo nominada a 7 premios de la academia de Hollywood. Posiblemente ha ido ganando con el paso de los años a pesar de la ausencia de algunos protagonistas como Tom Hagen, y lo ya comentado sobre el papel de su hija Sofia, aunque en las anteriores sagas aparecen miembros de su propia familia;  porque como ya dijo Coppola era imposible alcanzar el nivel de las dos entregas anteriores.


Por tanto debemos ver este cierre como una buena película que muestra la decadencia y la redención y vuelve a las ambiciones y  la condición humana, mucho más en las anteriores.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ

sábado, 26 de febrero de 2011

EL PLANETA DE LOS SIMIOS (THE PLANET OF THE APES, 1968) de Franklin J. Schaffner


Posiblemente estemos ante unas de las grandes películas del género de ciencia ficción de todos los tiempos cuyo final es tan impactante como espectacular. Y que perdura en el tiempo y que tanto fue homenajeado.
En el transcurso de un viaje espacial procedente de la tierra en el año 1972, la nave tripulada a las órdenes del coronel Taylor (C. Heston) y sus cuatro acompañantes, entre ellos una mujer, aterriza de forma misteriosa en un planeta desconocido en el año 3978. El viaje de los voluntarios a la velocidad de la luz pone a prueba las teorías del espacio-tiempo suponiendo que ellos apenas envejecerán en comparación con el resto de los mortales. En busca de forma de vida y por la supervivencia se verán sometidos en contra de su voluntad por la raza dominante en ese planeta, los simios (chimpancés, orangutanes y gorilas); comenzando así una lucha por salvar sus vidas y enfrentándose a la postre ante una nueva tarea, empezar de nuevo como especie abandonada e involucionada. Esto es lo que se supone que deberían haber contado las sucesivas secuelas pero no fue así. La película es una adaptación de la novela de Pierre Boulle cuyo argumento es que dos chimpancés realizan un viaje interespacial de luna de miel.
Utiliza una banda sonora asombrosa (Nominada al Oscar a Mejor Banda Sonora, 1969). Desde que la nave comienza el descenso al planeta y el posterior peregrinaje de los tripulantes hasta que son capturados, podemos observar el vacío y el paisaje lunar de este nuevo planeta logrando crear tensión, ansiedad y claustrofobia que hará sentirnos con un profundo sentimiento de soledad y abandono. Hasta tal punto que el coronel Taylor y uno de sus acompañantes llegan a tener una pequeña confrontación. Destacable la utilización del zoom en el arduo caminar de los tripulantes y en el transcurso de la persecución de los gorilas. Espectacular resulta la cámara en mano, destacando una secuencia en la que Taylor sube unas escaleras perseguido por los gorilas.


A través de un gran vestuario de colores (Nominada al Oscar a Mejor Vestuario, 1969) podemos apreciar la diferencia de clase social que impera en la época y que se asemeja a la actual (oradores y políticos, militares, científicos y la plebe). La crítica a la sociedad es meritoria en la que se muestra a los gorilas-militares como simples marionetas sin cerebro; orangutanes-políticos y oradores que con su demagogia esconden mentiras antropológicas, (el doctor Zaius es conocedor de la zona prohibida, sabe lo que allí se esconde, el origen de su especie que evolucionó a la inversa que la actual; y por tanto intenta a toda costa eliminar al coronel Taylor como medida preventiva para preservar el futuro de su pueblo y futuras generaciones, hace ascos sobre que el hombre puede volar), chimpancés científicos sometidos a herejía cuyos conocimientos tecnológicos les permitirían realizar lobotomías. Parece ser que desde tiempos inmemoriales, gobiernen simios u hombres, todo se repite. El maquillaje es asombroso, con una buena caracterización de simios que a la postre le valió el Oscar honorífico que en la época no existía.
Olvidémonos de los fallos sobre la dilatación del tiempo en el viaje espacial, la teoría de la Relatividad y errores antropológicos y cosmogónicos; tenemos que dejar pasar si el viaje a través del Universo esta en concordancia con la ciencia. Lo realmente interesante del film es como estos simios emulan el papel de la sociedad humana.
Uno de los ejes de la película es lo que todavía hoy obsesiona al ser humano, el origen de la especie elegida. Si el que ahora domina la tierra es el hombre es el simio en el film, éste último sometido a estudio evolutivo a lo largo de la historia por el hombre. Viceversa en la película.


También es de vital importancia como el propio hombre se ha destruido a si mismo a lo largo del tiempo a través de las guerras, de hecho la película fue rodada en el transcurso de la Guerra Fría. Pone en evidencia la obsesión y los pecados del ser humano y nos viene a decir que independientemente de la especie dominante en el planeta siempre caeremos en la misma espiral de destrucción y caos. Aquí los simios llevan el mismo camino que llevaron miles de años atras los hombres. El valor de la película reside en su mensaje, el mayor peligro del hombre es el propio hombre.
Al final, uno de los mejores finales de la historia. Impactante: “¡Malditos todos!, ¡Ellos lo hicieron!”.

MIGUEL ÁNGEL ACOSTA RODRÍGUEZ