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jueves, 27 de junio de 2013

REFLEXIÓN SOBRE EL ESTUDIO DE ANIMACIÓN GHIBLI



En 1985 nació en Japón una de las productoras de animación más encantadoras del planeta, con una cantidad de aportes ya bastante respetable y la dirección de dos genios del cine animado como Hayao Miyazaki e Isao Takahata. En España, a modo de antigua referencia, sus obras suelen ser presentadas bajo el eslogan de los creadores de Heidi y Marco. Estamos hablando, cómo no, de Studio Ghibli, aquella entrañable y maravillosa productora que consigue escapar del tradicional acervo agresivo de que adolece comúnmente el cine animado japonés.

Su mayor conquista quizá sea la de haber conseguido calar entre el público de cualquier edad pese a la más o menos habitual orientación infantil de sus obras, competir muy honrosamente con el agigantado poder propagandístico de Disney en varios países del mundo, o solidificar un mito indestructible en tierra japonesa; pero Studio Ghibli consigue además enamorar a los amantes del buen cine. Bandas sonoras inolvidables de Joe Hisaishi, efectos informáticos muy localizados y de escaso alarde gratuito, y un trabajo a mano que es el sello artesanal de todas sus obras pese a la invasión de las nuevas tecnologías, consiguiendo no sólo dar lo máximo al espectador sino también acompañar sus films de una calidez humana que hace que los que disfrutaron de pequeños ya nunca dejen de seguir el progreso de Studio Ghibli.



La autoría de su éxito tiene indudablemente nombre y apellidos, y por ello debemos citar a Isao Takahata, director de La tumba de las luciérnagas (1988), un escenario brutal de dramatismo capaz de recaudar simpatizantes en cualquier país del mundo, Recuerdos del ayer (1991) o Pompoko (1994), pero sobre todo a Hayao Miyazaki, director de éxitos como La princesa Mononoke (1997) o El viaje de Chihiro (2001), que además de conseguir entrar en el impermeable mercado español a lo grande, es decir desde anunciados estrenos en la gran pantalla pese al concepto gris y homogéneo que por lo general allí se tiene del cine japonés de animación, lograron obtener el prestigioso premio Óscar de la Academia. Sus obras más emblemáticas serán sin duda Porco Rosso (1992), una interesante aventura crítica ambientada en la Italia fascista de los años treinta, Nausicaä del Valle del Viento (1984), la primera gran obra del director, y especialmente Mi vecino Totoro, que desde su aparición en 1988 se impuso de tal modo que fue reconocido como el emblema de los estudios, algo así y dicho humildemente como Mickey para Walt Disney Productions.

Mi vecino Totoro (1988) es mágico, irreal y maravilloso. Desde la óptica de dos alegres e imaginativas pequeñas podremos aprender el sentido espiritual de los bosques del Japón, adaptado para el público de una forma amena y divertida en una ficción en la que no faltarán ni el drama ni la risa. Su rítmica música da comienzo a una aventura con intenciones modestas pero que consiguió dejar sello en cientos de miles de corazones de todo el mundo. Quizá sea esa su grandeza, pues sin gozar de grandes pretensiones logró lo que muy pocos han conseguido: que los espectadores no sólo disfruten viéndola, sino que también queden enamorados de la productiva imaginación de Hayao Miyazaki.


En una valoración general, no puedo recalcar otros agasajos para Studio Ghibli que los ya leídos anteriormente, pues aunque el genio artístico de sus cineastas es manifiesta en cualquier obra, su valor no puede explicarse sin dejarse contagiar por una visión pasional. Studio Ghibli es capaz de envolver los sentidos del espectador, estremecerle y alegrarle la tarde. ¿Hay algo más maravilloso en una obra cinematográfica?

GÓMEZ JORDELL

domingo, 5 de diciembre de 2010

RALPH BAKSHI


Uno de los directores más desconocidos en España, pero también uno de los más influyentes en el mundo de la animación, es Ralph Bakshi. Nació en la ciudad de Haifa, en Israel, en 1938, pero terminó por convertirse en todo un innovador cineasta de los Estados Unidos. Sus obras, de animación para adultos, se desarrollan fundamentalmente entre 1972 y 1983, con dos aportaciones más a mediados de los noventa. Alternan los géneros de cine negro, como en Heavy Traffic (1973) o Coonskin (1975), fantasía, como vemos en Wizards (1977) o Fire & Ice (1983), así como otros de diversa índole como Fritz the cat (1972) o Cool World (1993). Fue autor de la primera versión de El Señor de los Anillos llevada al cine. Casi treinta años después, hombres como Peter Jackson tomarían importantes referencias para su propia versión (el movimiento del personaje Gollum, o encuadres como el tomado en la muerte de Boromir son idénticos a los de la obra de Bakshi).

En cuanto a las tecnologías empleadas para su cine, Bakshi fue un gran aficionado al rotoscopio, mediante el cual eran captados los movimientos reales de una persona para luego plasmarlos en papel, lo que garantizaba un realismo impresionante a los movimientos de los personajes. En Fire & Ice o El Señor de los Anillos (1978) tenemos dos importantes ejemplos. Así mismo, Bakshi imprimía dramatismo a algunas de sus obras acompañándolas de imágenes reales pintadas de color liso y modificadas para su encaje en el argumento del film. Por ejemplo, en Wizards, escenas de hombres africanos o soldados de la Segunda Guerra Mundial son añadidas como fondo en la película agregándoles cuernos u ojos malignos para que parezcan demonios.

En mi opinión, su obra más impresionante es precisamente Wizards, de 1977. Traducida en España como Los hechiceros de la guerra, lo cierto es que, a pesar de lo primitivas que pudieran parecernos hoy las técnicas que emplea, el argumento y la banda sonora suplen con creces las posibles carencias. Sumergidos en un tiempo postnuclear, donde la mitad del planeta es pura fantasía de elfos y hadas, y la otra la más moderna tecnología en manos de mutantes y demonios, los protagonistas tendrán que llevar a cabo una heróica epopeya en medio de un fuerte pesimismo trastocado por los horrores de la guerra, y una melancolía que la banda sonora nos evoca sutil y acertadamente.
En fin, no puedo más que recomendaros a Ralph Bakshi y su cine, para mí, de lo mejor de su tiempo.

GÓMEZ JORDELL