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lunes, 30 de junio de 2014

Crítica de 'LAS DOS CARAS DE ENERO' (2014) de Hossein Amini



El nombre de la autora Patricia Highsmith evoca para los cinéfilos algunos de los mejores títulos de suspense del séptimo arte basados en sus novelas, como ‘A pleno sol’ (1960, René Clément), ‘Extraños en un tren’ (Alfred Hitchcock, 1951) o ‘El amigo americano’ (1977, Wim Wenders). Por eso la delicia que conlleva descubrir su nombre en los títulos de crédito de una película de estreno, aparte de ser un verdadero lujo, hace presagiar que el espectáculo va a merecer la pena. Y no nos equivocamos.

Las dos caras de enero’ tiene mucho de thriller clásico en la forma de elaboración del guión, en el punto de vista estético y en el uso de la excelente banda sonora de Alberto Iglesias. Con tan sólo tres personajes el debutante en la dirección (y también autor del guión) Hossein Amini construye una compleja tela de araña en la que se verán atrapados, en una situación de dependencia, de apariencias y de ambigüedad moral. Ningún personaje puede ser juzgado desde el punto de vista ético, ya que en el fondo todos ellos son víctimas a la manera de una tragedia griega. No son buenos pero tampoco malos. El film habla de las consecuencias de haber errado en el pasado, de los traumas psicológicos no resueltos. En definitiva, de la condición humana.


El trío protagonista se introduce cada vez más en un lío del que no podrán salir y del que sólo el destino tendrá la última palabra. No desvelaremos ni un ápice del argumento ya que estamos ante uno de esos films de los que es mejor saber lo mínimo. La película de Amini no sólo posee únicamente un discurso de thriller, sino que juega  a la perfección con otras bazas, como la pulsión erótica entre Colette (Kirsten Dunst) y el guía turístico Rydal (Oscar Isaac), que provocarán los celos del marido de Colette (Viggo Mortensen) y la consecuente rivalidad entre los dos hombres, que recuerda en parte a ‘El cuchillo en el agua’ (1962) de Roman Polanski. Amini sólo se basta para ello de un brillante juego de miradas, recordemos al respecto las escenas donde los tres personajes conversan juntos alrededor de una mesa, en un recurso del cine clásico que el cineasta usa con acierto para que entre en escena el clímax.

La primera hora se puede tachar, sin miedo a equivocarnos, de obra maestra. Todo en ella funciona y atrapa de forma claustrofóbica, desde la interpretación y el interés por los personajes, a una intriga brillante llevada con pulso firme por Hossein Amini. Este cineasta recupera un tipo de cine que a día de hoy se encuentra con cuentagotas, basado en el buen hacer de los actores y en un magistral guión, sin cabos sueltos, con cada pieza en su lugar, que va provocando unos giros absolutamente imprevisibles. La única pega que ponemos es que el ritmo y la fuerza de la primera hora pierde algo de fuelle en el último tramo, justo cuando la trama va reclamando un desenlace. No tanto por fallos de guión, que funciona a la perfección como hemos dicho, sino más bien de dirección. Pero no logra ensombrecer este bello y semiperfecto conjunto que se erige como uno de los edificios más brillantes del género thriller de los últimos años. 

EDUARDO M. MUÑOZ 

martes, 3 de junio de 2014

Crítica de 'SNOWPIERCER' (2013) de Bong Joon-Ho


                      

La última película del director coreano  Bong Joon-Ho  es un arma de doble filo. Por un lado está, como espectadores, una  concepción de mero blockbuster y por otro nuestra decisión de tomar en serio esta obra postapocalíptica. 



En cuanto a la primera concepción Snowpiercer  cumple  a la perfección con los patrones y clichés de este tipo de películas. Es más, la propuesta de Bong Joon- Ho está muy por encima de la media a la que últimamente nos tiene acostumbrados el género. La decisión del director de adaptar un comic francés de los años 80 (Le Transperceneige)  es muy acertada. Propuestas tales como la vuelta a la era glacial, la convivencia de los últimos humanos  dentro de un tren de movimiento perpetuo y las referencias sociopolíticas,  no son unos temas muy comunes en las películas dirigidas al puro entretenimiento y a un público muy específico. Desde este punto de vista Snowpiercer es una obra original, con un ritmo manejado con buen oficio  y con un reparto plagado de actores de primer orden; un correcto, pero encasillado en papeles de héroe, Chris Evans, una estupenda Tilda Swinton y los siempre geniales John Hurt  Ed Harris. Este elenco, la maestría de Bong Joon-Ho, sobradamente demostrada en obras anteriores como Memories of Murder y The Host, al emplazar la cámara y la resolución de las secuencias de acción, un punto de partida que rezuma originalidad y un cínico y negro sentido del humor, hacen de Snowpiercer algo más que una mera película palomitera cuyo único fin es llenar las salas multicines .



                         

Sin embargo, ¿Snowpiercer  encarna la revolución de este tipo de cine?. No. Es un colmado de buenas intenciones, y aquí entramos  en el segundo punto de vista con el que abordábamos la película, de una marejada de temas pseudofilosóficos, éticos y religiosos que no terminan de saciar nuestras expectativas. A Snowpiercer le falta valentía, es decir, parece como si  Bong Joon- Ho después de poner toda la carne en el asador, preocupado por otros quehaceres, dejase que  se quemara. Al plantear algo tan arriesgado como un holocausto climático del que solo unos pocos han logrado sobrevivir dentro de un tren , configurados en torno a clases sociales ,los pobres en la cola y las clases pudientes, colmadas de privilegios, en los primeros vagones, esperas que ese discurso radical lo mantenga hasta el final.  Los problemas del film  de Bong , tras un estupendo arranque que , hábilmente manejado, desconcierta al espectador, empiezan a perder fuerza cuando nos sitúa en todos los lugares comunes  , en desarrollos más que  manidos  ; la figura del líder atormentado y dubitativo (Chris Evans), el gurú intelectual ( John Hurt) , los esbirros sádicos y sin conciencia  de la  mano de la mala malísima (Tilda Swinton), el apoyo y motivación al héroe  por parte de su segundo de abordo con un triste porvenir  (Jamie Bell) y un entorno hostil  propiciado por el deseo y capricho del líder-creador  (Ed Harris).  Lo que parece un encauzamiento por parte del director una vez iniciada la revuelta, con un buen manejo del tempo narrativo y visual,  que propicia en el espectador  la sensación de que es cogido de la mano y llevado por los vagones del tren, pierde fuerza y confunde según nos vamos acercando a la locomotora  y al final Snowpiercer.


                                    

De buenas intenciones el mundo del cine está lleno pero eso no basta para intentar dar una vuelta de tuerca al género

JUAN AVELLÁN

miércoles, 30 de abril de 2014

Crítica de 'OCHO APELLIDOS VASCOS' (2014) de Emilio Martínez-Lázaro


Ocho apellidos vascos ya es la película española más vista en nuestro país, y la segunda más taquillera de la historia de nuestra cartelera, superada tan sólo por Avatar. Ya ha sobrepasado en recaudación a Titanic y Lo Imposible, y ha sabido imponerse al estreno de blockbusters del tamaño de The amazing Spider-man 2: El poder de Electro o PompeyaAdemás, ha logrado colarse en el top ten de la taquilla mundial.

Estamos, qué duda cabe, ante el mayor fenómeno cinematográfico del año en nuestro país. Emilio Martínez-Lázaro y su equipo han acertado en el centro de la diana conquistando a media España con esta comedia protagonizada por Clara Lago y Dani Rovira. Pero, ¿qué nos cuenta Ocho apellidos vascos para haber amasado tal fortuna? ¿Cuál es la clave de su  éxito?


Lo que vemos en el film de Martínez-Lázaro parece no tener nada de especial, ya que su esquema, de una forma u otra, lo hemos visto miles de veces en el cine y la televisión. Se trata de una comedia de situación del tipo chico-conoce-chica y quiere conquistarla, donde ambos deben actuar, además, delante del padre de ella para que no se descubra cierta verdad que no desvelaremos. Las situaciones que surgen a partir de ahí, para desconcierto sobre todo de dicho padre (un impagable Karra Elejalde), consiguen que la risa esté asegurada.

Lo que hace especial, sin embargo, esta película (y es sin duda la clave de su éxito) es la forma que tiene de acercarse y reírse de esos prejuicios tan irracionales y al mismo tiempo tan nacionales y nuestros que llevamos tan idiosincrásicamente en nuestras entrañas. Esos mismos que hacen que un madrileño no pueda ni ver a un catalán, ni un (en este caso) andaluz a un vasco, y viceversa. El guión de Ocho apellidos vascos (de Borja Cobeaga y Diego San José) no se queda por tanto en el mero terreno de la comedia romántica al uso, sino que arriesga en su propuesta de hacer al mismo tiempo una sincera, autocrítica y divertida mirada a los prejuicios de nuestro país y conseguir que todos nos riamos de nosotros mismos. Y decimos todos, porque si existe alguna persona andaluza o vasca que se haya podido sentir ofendida, es porque no ha entendido la propuesta. Palabra de andaluz.




La fórmula de Ocho apellidos vascos funciona a la perfección porque respeta y utiliza con acierto las reglas básicas de toda comedia romántica. Una de las lecciones fundamentales que nos ha dado el género desde tiempos de Billy Wilder es que el ritmo no debe decaer nunca. Lo cumple sobradamente. Además, el conjunto de los actores están brillantes en todas y cada una de las secuencias, en función de la acción, del primero al último. Poseen una química extraordinaria y transmiten gancho y frescura (gran descubrimiento el de Dani Rovira y espléndida actuación de Clara Lago, pese a que el acento vasco que merece su personaje brille por su ausencia). Por su parte los chistes están religiosamente medidos y dejan incluso algún tiempo para que el público ría, hasta que aparezca el siguiente. Su guión, milimétricamente construido, aporta tanto buenos diálogos como esperpénticas situaciones. Por otro lado, utiliza con gran acierto una de las bazas de toda comedia que se precie: introducir al personaje principal en un mundo que le es ajeno y extraño a la vez, sacando todo el provecho posible de la situación. Y, por supuesto, sabe emplear el tópico: “Los polos opuestos se atraen”, con acierto.

Como si de un edificio se tratara, todo en esta comedia sabe estar en su justo lugar, para que no se venga abajo. Algunas cosas se hubieran podido hacer mejor, como por ejemplo su previsible final, típico de este tipo de comedias. Pero al final el esquema prototípico es el que manda. Matices al margen, el gran logro de Martínez-Lázaro ha sido conseguir una brillante cinta a través de una fórmula que hace años hubiera sido una quimera y nadie se hubiera atrevido a hacer: satirizar sabiamente el tan delicado y espinoso tema de ETA. Consecuencia, por otra parte, de que las cosas en España han cambiado a mejor.


Ante el éxito, el equipo ya trabaja en la segunda parte. Su título: Nueve apellidos catalanes. ¿Conseguirán igualar o superar el fenómeno? En su debido momento lo averiguaremos. 

EDUARDO M. MUÑOZ

martes, 11 de marzo de 2014

Crítica de 'HER' (2013) de Spike Jonze



La soledad me ha seguido toda mi vida. A todos lados. En las tabernas, en los autos. Por las aceras, en las tiendas. Por todos lados. No hay manera de escapar de ella. Dios me hizo un hombre solitario”. La cita, como la mayoría habrá adivinado, no pertenece a Her, sino a Taxi Driver (1976, Martin Scorsese). Sin embargo, salvando las distancias, dicha cita podría aplicarse a modo de monólogo del protagonista en el brillante film de Spike Jonze, ya que la soledad es su quintaesencia. Como metáfora queda reflejada visualmente a través de fastuosos rascacielos, en el contacto con la tecnología, en los flashbacks; sin olvidar los no pocos momentos cotidianos que presenciamos de su protagonista, Theodore, un Joaquin Phoenix soberbio, impecable y desgarrador.

La historia se desarrolla en un futuro no muy lejano. No sabemos nunca el año exacto pero deducimos que es así porque muchas de las situaciones que vemos en el film empezamos a intuirlas a día de hoy, el instinto visionario de Jonze es para echarse a temblar (¿es necesario recordar esa necesidad imperiosa que tenemos de no poder separarnos de los teléfonos móviles y las redes sociales?). El marco, el de una gran ciudad, se supone que Los Ángeles, que ya es un canto a la soledad en sí misma, con esos viandantes caminando por el asfalto cual modernos zombies inmersos en sus artefactos electrónicos como si no necesitaran de nada más.


Her refleja de un modo original lo que para Spike Jonze es un hecho evidente en sí mismo: La relación perfecta no existe por la incapacidad de comunicarnos y expresar nuestros sentimientos. Después de la incomunicación, la relación se tambalea y termina muriendo. Así, la soledad permanece como la única verdad inmutable del ser humano. Jonze se sirve de esta premisa para mostrar lo que parece algo descabellado pero que gracias a una inusual  delicadeza te lo crees de cabo a rabo y, de  paso, consigue una magistral reflexión sobre la relación del hombre moderno con las tecnologías: La relación amorosa entre un sistema operativo con voz femenina (una Scarlett Johansson invisible pero que sin embargo está presente al espectador en todo momento, algo así como una versión femenina y sexy de HAL 9000) y un hombre que acaba de sufrir una dolorosa ruptura sentimental.

Spike Jonze acierta creando un bello pero al mismo tiempo desgarrador y triste relato sobre el hombre y el contacto con su mundo, apoyado por un espléndido guión que fue merecedor del Oscar de Hollywood en la última edición de los Premios de la Academia, el primero, por cierto, que escribe en solitario. Pero además de todo lo anterior, no hay que olvidar que Her es también una curiosa historia de amor, de las más originales que se recuerdan. Un romance que atrapa, divierte, emociona y nos hace reflexionar a partes iguales, porque en el fondo habla de lo que somos, de unos seres que necesitan (e incluso reclaman) ser amados, ya sean sistemas informáticos o personas.


Acabemos nuestro escrito renegando de la Academia de Hollywood, que no gozó de la sabiduría necesaria para nominar siquiera a Joaquin Phoenix por su espléndido trabajo. Uno de esos  papeles difíciles (aquéllos donde el actor tiene que dar todo de sí y mostrarse creíble sin aspavientos, gesticulaciones y sobreactuaciones varias, en situaciones cotidianas y sin más compañía que una voz femenina). No todos los días se puede disfrutar de una interpretación tan veraz. Por cierto, Scarlett Johansson también merecía su nominación aunque no la veamos nunca en pantalla, pues sólo el uso de su voz la ilumina. Pero de los absurdos e injusticias que llenan la historia de los Oscar, nos ocuparemos otro día. Hoy, sólo nos queda aplaudir ante el colosal trabajo de Spike Jonze. Bravo.

EDUARDO M. MUÑOZ

miércoles, 29 de enero de 2014

Crítica de 'EL LOBO DE WALL STREET' (2013) de Martin Scorsese


Pese a sus 71 años, el genio de Martin Scorsese sigue estando en plena forma. Después de deleitar al mundo entero con esa declaración de amor al cine titulada La invención de Hugo (2011), el cineasta neoyorquino regresa con un título fiel a las entrañas de su filmografía, al Scorsese más gangsteril. Resulta difícil no emparentar El lobo de Wall Street con reconocidos títulos dentro de su carrera como Uno de los nuestros (1990) y Casino (1995); en ella existen tantas mujeres, excesos, lujos, dinero a expuertas y personajes sin escrúpulos como en las mencionadas, sólo que aquí los brutales asesinatos se cambian por la droga y la codicia.

Estamos ante una película de tres horas de duración, pero que no tiemble nadie, Scorsese siempre demostró ser un virtuoso del ritmo y del montaje y aquí lo sigue haciendo. La película no se hace larga nunca porque lleva la virtuosa firma de Scorsese, que mantiene en todo momento un pulso firme, vertiginoso y a toda pastilla con el espectador, y ya lo creo que lo gana.


El lobo de Wall Street es una película desconcertante, nerviosa, gamberra, desquiciada, alocada, electrizante. No hay otro ejemplo de lo mismo en toda su filmografía. En ella somos testigos de la ambición sin límites de un broker (Jordan Belfort) y del mundo que le rodea, de sus juergas y fechorías inmorales, en tono jocoso y dicharachero para hacerlas digeribles. El discurso que predomina en el film es el de la comedia absurda, tanto que en ocasiones las situaciones se acercan al surrealismo y a lo inverosímil, si bien a lo largo de su metraje asistimos a pasajes no tan divertidos para su protagonista que confieren a la cinta un tono más dramático (sobre todo al final), al igual que es fácil advertir una crítica social desde el principio. Todo ello en una orgía constante de despampanantes mujeres, drogas, alcohol, fiestas, yates y coches de lujo, un mundo que pueden permitirse estos lobos gracias a sus estafas millonarias. Perdón, a su trabajo.

Estos lobos de Wall Street capitaneados por un enorme Leonardo DiCaprio en estado de gracia siguen los mismos patrones que los gángsters que Uno de los nuestros, la única diferencia es que Wall Street vive bajo la bandera de la ley (aparentemente) y no existen crímenes bajo su fachada (al menos no vemos sangre). Pero por lo demás, estos tipos no merecen más respeto que un gángster. Por todo ello Martin Scorsese parece encontrar un filón en la obra autobiográfica de Jordan Belfort, demasiadas similitudes con su propio universo cinematográfico como para dejar escapar el guión de Terence Winter (guionista de lujo en cuyo currículum albergan libretos tan destacados como el de Los Soprano o Boardwalk Empire).


Una de las bazas de este film, dejando de lado las artes prodigiosas del maestro Scorsese, es su fabuloso reparto, en el que destacan (parece ya un tópico, pero hay que decirlo) Leonardo DiCaprio, uno de los grandes intérpretes de la escena actual, que va camino de convertirse en leyenda; que realiza un fantástico dúo con un soberbio Jonah Hill, que tanto recuerda al formado por Robert De Niro y Joe Pesci  (y atención a la breve pero intensa aparición de Matthew McConaughey, robando protagonismo al mismísimo DiCaprio).

Sin embargo, hay quien la tacha de obra maestra y yo no iría tan lejos. Si bien es una  película que contiene, sin duda, secuencias imborrables a enmarcar dentro de lo mejor del cine de Scorsese y su visionado resulta una delicia gracias a una infinita sabiduría escondida tras la cámara, el carácter repetitivo de muchas de sus secuencias consiguen inconscientemente un tono machacón en el que todo empieza a sonar a conocido pasado el ecuador de la hora y media. Y si a ello sumamos que su final resulta predecible cuando empieza a rondar el fantasma de Uno de los nuestros, restamos gancho al asunto. Con 40, 50 o 60 minutos menos, hubiera sido otra obra maestra, al menos, dentro del trabajo de Martin Scorsese. No hacía falta subrayar tanto la moraleja. El espectador la hubiera captado igual sin necesidad de caer en la repetición y la sucesión de gags. Por lo demás, otra obra imprescindible de un cineasta irrepetible dentro de la historia del cine que cumple una de las reglas de oro de la industria del séptimo arte: conseguir que el espectador no aparte la vista de la pantalla.

EDUARDO M. MUÑOZ