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miércoles, 27 de abril de 2011

Prólogo de ANTICRISTO (2009, Lars Von Trier)


La Dama Gris

Déjame que llore. Déjame que te muestre, atravesando la potencia y elegancia de la música de cámara italiana orquestada con clave y pianoforte, cómo mis padres cometieron esencial negligencia, atrapados por la cópula, inacabable y maldita como estancias de espejos que reproducen infinitamente la maldad de los hombres, en la que creían concebir a su secundogénito, pero no fue así, porque el viento rompió la clausura de mi habitación y me hizo descubrir la nieve resbaladiza y mansa. Y qué tristeza de fondo en su unión apasionada, qué necesidad de los cuerpos que mecánicamente hacen encajar y ordenarse brevemente al mundo, si es imposible la perfección y todo es sincronizado caos y maravilla efímera y blanca, si fuera, como iba diciendo, acaecía la maravilla que contemplé entonces por primera y última vez, la nieve resbaladiza y mansa que es metáfora de la vida. Me despedí de ellos, les vi enmadejados, trementes y sudorosos en su atracción inevitable, pero no, yo aún no comprendía que la vida comenzaba en aquella unión, que esa unión es la trampa también porque ensimisma a los amantes, no hay más mundo que el que se crea en sus puntos erógenos y en sus terminaciones genitales.

No, yo sólo comprendía el consustancial frío y la adecuada fricción y lo tremendamente efímero de esta vida blanca que es traicionera, que hace resbalar desde los severos alféizares y nos hace cesar, en caída inacabable e inabarcable, en níveo lecho ahora ya ensangrentado; sí, la sangre y la nieve (en el fondo, el fuego y el agua), qué hermoso si no dieran a entender la última muerte en mi cuerpo y la primera que se dará después en los otros, en los de mis padres, que rozarán la dulce y acolchada locura, que se preguntarán por qué su egoísmo no les permitió escuchar las tentativas y añagazas de la Dama Gris, que penetró en mi estancia con el traicionero viento, por qué ellos fueros soberbios y creyeron que el mundo latía en sus pulsiones acompasadas, si el mundo siempre está afuera, en lo que no es esta confortable y cálida casa del West End londinense, si el mundo no se filma en blanco y negro, sino en el color del viento y en la frágil constancia de la nieve.


Y yo caigo, yo sigo cayendo a lo largo de los segundos, los minutos y las horas a través de toda su lacerante eternidad psíquica y su agónica destrucción corpórea, y ellos siguen allí inconscientes, atrapados en aquel blanco y negro posmoderno, y yo, en esos breves segundos, tuve el mundo en mis manos: el pulso del viento y la pureza de la nieve intacta, el recuerdo de la inconsciencia y la miseria de los cuerpos. Supe lo que era el mundo o la traición, supe lo que era  la vida con sólo un año y medio de existencia.

PETRUS ROMANUS