El Discurso del rey es una película que mola mazo. Colin Firth lo hace de puta madre. Interpreta con solvencia y sentimiento al duque de York, a la sazón Jorge VI, quien tras la abdicación de su hermano Eduardo VIII del reinado de Inglaterra se alza con la corona. Pero el gran reto de Jorge VI no es reinar sencillamente sino enfrentarse a su problema de tartamudez. La interpretación de Colin Firth no deja cabos sueltos. Colin Firth llena el escenario con su sola presencia. No tiene que decir ni "mu" para que esto suceda. Podemos verlo quieto, pensando o sosteniendo un cigarrillo con su mano derecha y solamente así nos emociona. Traza con elegancia y fuerza cada gesto, acongoja su rostro ante los actos públicos que le tocan en suerte, saca carácter y notamos su seducción potente alrededor de sí. Su sola presencia, su presencia -regia, imponente y varonil-, constituye desde luego una manera de medirse a sí mismo con toda la nación, y más aún, consigo mismo: con su tartamudez.
Pero Tom Hopper ha filmado una película de segundo nivel. Ni está bien rodada ni el guión es para quitarse el sombrero. Tiene claros defectos que distraen el desarrollo de la trama principal. Porque qué otra cosa puede decirse de quien nos deleita con algunos primeros planos esperpénticos que dan en deformar las figuras de los personajes. Estos planos son horribles y desmerencen la película en cada una de las escenas en las que se utilizan. Le adjudican al film una nota grotesca que en nada le beneficia al conjunto. Y eso por no hablar de otras tantas escenas donde se vanagloria a la figura del gran Shakespeare. Joder, estamos ya hartos de ver escenas de este tipo en la filmografía anglosajona y americana. Esta gente está obsesionada con Shakespeare. Al pobre lo meten en todos los fregados. Shakespeare por aquí y Shakespeare por allá. Cuando no son citas explícitas, son niños repelentes, como en esta película, que se saben de memoria los textos de Shakespeare. ¿Cómo diantres han concebido a unos niños así?, ¡esos niños no existen!. Un niño lo último que hace es estudiar o perder su tiempo leyendo a Shakespeare. Un niño normal y corriente piensa en tocarle el culo a la chica de la limpieza o en jugar con su hermano a matar banqueros americanos. Cosas así. En cualquier caso está claro que el guionista no ha sabido captar bien como funciona las cosas en el mundo y se ha dejado llevar por sus gustos particulares.
También es lamentable la construcción del personaje de Lionel Logue que interpreta Geoffrey Rush. La interpretación es buena pero el personaje está mal construido. Este hombre no sólo representa escenas que nada aportan a la trama principal, como aquella en la que pasa un casting para participar en una obra de teatro, sino que además, se erige como un supuesto logopeda que sin tener estudios en la materia, ni licenciaturas de amparo, utiliza, sin embargo, para sus tratamientos, técnicas de cura que remiten una y otra vez a la maldita infancia, o a otras técnicas psicoanalíticas. Yo, la verdad, esperaba que el guión me aclarara como es posible que un tipo que presume de curar a la gente que tiene problemas en el habla mediante la profusa experiencia que adquirió ayudando a ex-combatientes australianos utilice sin embargo técnicas propias del universo científico del psicoanálisis y la logopedia. Y reconozco que tampoco sé cuál es el origen de los problemas del habla. Pero lo que si tengo claro es que una persona no se vuelve tartamuda porque en su infancia haya tenido problemas de falta de cariño, de bullying, o de lo que sea. Hoy en día muchos niños sufren desde una temprana edad procesos de divorcio de sus padres, fallecimientos, orfandad y cosas así y no les pasa nada. Y eso por no hablar de los niños que vivieron la guerra civil española o traumas de esa índole. Por eso si ahora en el guión se da a entender que Jorge VI se volvió tartaja por falta de cariño o porque sus hermanos y sus amigos se metían con él es para no articular palabra. Por eso el guión adolece de falta de trabazón interna. Decae y desmerece.
Las pocas escenas cómicas que se integran en la trama rayan la estulticia y la inmadurez cómica. La gracia se tiene o no se tiene. Y si no se tiene es mejor hacer un guión algo más serio. Todos lo agradeceríamos. Es bochornoso ver la escena esa en donde Jorge VI y Lionel se esconden para que no les vea la mujer de Lionel que llega a su casa de no se sabe dónde. No sé que gracia y qué sentido puede tener esto para unos tíos de 50 años que son hombres como castillos. Pero bueno…
La película mola. Es entretenida pero falla en el guión y en el guión técnico de cámara. A menudo hay distracciones de la trama con escenas que no tienen que ver con el objeto primordial. Hay cosas que no tienen ni pies ni cabeza. Aún con todo, es emocionante verla. Pongámosle un 7.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS