Mostrando entradas con la etiqueta Cartelera 2011. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Cartelera 2011. Mostrar todas las entradas

miércoles, 27 de agosto de 2014

Crítica de 'CISNE NEGRO' (2010) de Darren Aronofsky


Podríamos introducir en una coctelera elementos tan dispares entre sí como ‘La mosca’ (David Cronenberg, 1986), Las zapatillas rojas’ (Michael Powell y Emeric Pressburger, 1948), ‘Repulsión’ (Roman Polanski, 1965) e incluso ‘Psicosis’ (Alfred Hitchcock, 1960). Si continuáramos con el experimento añadiendo ingredientes de la propia cosecha de Darren Aronofsky como ‘Pi, fe en el caos’ (1998), Réquiem por un sueño’ (2000) o El luchador’ (2008), no me cabe ninguna duda de que el lujoso cóctel obtenido de tan heterogénea mezcla sería este aclamado ‘Cisne negro’, o cuando menos, un resultado muy similar. 

El cineasta estadounidense ahonda aquí una vez más en alguno de sus temas favoritos, como la obsesión y la paranoia. A modo de fábula moderna inspirada en el famoso ballet de TchaikovskyEl lago de los cisnes’, Aronofsky construye un complejo puzzle sobre los sacrificios del mundo de la danza, tomando como elementos centrales temas freudianos, reflejados en la represión sexual de la protagonista o en la figura de la madre autoritaria. Si 'El luchador' mostraba el ocaso del éxito, 'Cisne negro' parece ser su antítesis, pues refleja la lucha por alcanzarlo por parte de Nina Sayers (una hipnótica Natalie Portman, cuyo excelente trabajo requirió un entrenamiento personal de ballet, ejercicio físico y natación durante meses). Igual que veíamos en aquélla el deterioro físico de los luchadores como consecuencia de su trabajo, en ésta asoma el lado menos amable del baile clásico. Entre bastidores, día tras día y sin apenas descanso, los profesionales del ballet experimentan una sacrificada rutina que pasa factura, no sólo física sino también psicológica. No extrañan, por tanto, esos planos emplazados en la nuca de los protagonistas, idénticos en ambas películas, que parecen constituir una autorreferencia.


'Cisne negro' acierta en reflejar la cara negativa del éxito, a través de las respectivas envidias y rivalidades de las compañeras de Nina (que recuerdan a las que veíamos en su momento en 'Showgirls' [Paul Verhoeven, 1995]), y es ahí donde encaja una pieza espinosa pero al mismo tiempo vertebral del film: el dualismo del ser humano. Nina sólo triunfará en su profesión si aflora su yo más oscuro y opaco pero, tal vez, más primigenio, desde el punto de vista psicoanalítico.


El guión de Aronofsky sale bien parado de toda la complejidad  psicológica de la que está impregnado, además de los bien manejados elementos de suspense y terror que llenan la trama, y lo hace con nota. Su cinefilia sale a relucir en cada fotograma, apreciándose un inteligente y agradecido aroma polanskiano, donde el punto de vista elegido siempre es el de Nina, en el que el límite entre realidad y paranoia no siempre resulta claro. No obstante, en su tramo final se abusa demasiado del efectismo a raíz precisamente de ésto, no sobrepasando (por poco) el límite del ridículo, como por ejemplo en esa secuencia donde el personaje interpretado por Winona Ryder se acuchilla la cara o esa otra donde las piernas de Nina se transforman en patas de cisne. Demasiado ruido, teniendo en cuenta que el estado mental de la protagonista lo conocemos de sobra a esas alturas. Defectillos sin importancia, sin embargo, dentro de esta personalísima obra de un cineasta que ha adquirido un estilo propio a lo largo de su filmografía desde aquella inclasificable ópera prima que tenía por título 'Pi, fe en el caos'. Al margen de sus referencias y gustos cinéfilos, en cada nueva película se aprecia el hecho de que la mayor referencia en el cine de Darren Aronofsky es él mismo.

EDUARDO M. MUÑOZ

viernes, 15 de noviembre de 2013

Crítica de 'ATTACK THE BLOCK' (2011) de Joe Cornish


Attack the Block parte de una idea genial: una invasión alienígena en un barrio del extrarradio londinense, a la que tendrán que hacer frente unos chavales cuyas máximas aspiraciones vitales son la delincuencia, fumar algo de marihuana de vez en cuando, ligar con las vecinas y jugar a la videoconsola. La película está destinada claramente a un público adolescente, y ahí puede que resida su único punto débil, ya que determinado público adulto quizá se sienta ajeno a las andanzas de estos delincuentes con jerga propia que pasan por la vida a ritmo de rap y hip-hop.

Pero más allá de ese universo de extrarradio y adolescentes macarras, lo cierto es que Attack the Block es una espléndida aventura marcada a ritmo de música electrónica, dosis de terror, humor, homenaje a la serie B y al cómic y mucha acción. No hay espacio para el aburrimiento. El guión de Joe Cornish (responsable también de la realización, por cierto, novel) no deja respiro alguno, la historia va al grano y no se entretiene en explicaciones de ningún tipo del origen de los alienígenas. Y ni falta que hace. Lo único que se necesita saber es que unos habitantes que no son de este mundo han llegado a un barrio sedientos de sangre, y los jóvenes necesitan defender su territorio con todo lo que tengan a su alcance. Algo así como una versión de La guerra de los mundos (Byron Haskin, 1953) pero en un barrio obrero.


Al respecto, es un gran acierto la elección de decorados, la mayoría naturales de un barrio periférico real de Londres; que, unido al hecho de que la mayoría de los actores del film no poseían experiencia previa en el mundo del celuloide, confiere una atmósfera absolutamente creíble y veraz del ambiente donde se desarrolla la historia así como de la indiosincrasia y cotidianidad de los personajes. El trabajo de los actores no profesionales es sublime y dota a la cinta de valor añadido. El hecho de estar enmarcada la situación dentro de un  bloque de viviendas, añade sensación de angustia y claustrofobia, sacando a relucir un gran trabajo de dirección novel.

En el mismo año del estreno de Attack the Block podíamos disfrutar de otras cintas de temática extraterrestre dentro del mercado comercial como Super 8 (J.J. Abrams), La Batalla de Los Ángeles (Mark Atkins) o Cowboys & Aliens (Jon Favreau), todas ellas de gran presupuesto y dotadas de una ingente cantidad de imágenes creadas por ordenador. Attack the Block, de presupuesto más limitado que las mencionadas, opta por crear unas criaturas más artesanales, de paso acercando el espíritu de la cinta a referentes del cine fantástico como son Critters (Stephen Herek, 1986), Gremlins (Joe Dante, 1984) e incluso debido al aspecto físico de los extraterrestres cual lobos acechando una ciudad con Un hombre lobo americano en Londres (John Landis, 1981).


Attack the Block tuvo un presupuesto de 13 millones de dólares y recaudó en su primer fin de semana en Reino Unido más de un millón de libras. Por su parte, en los Estados Unidos ha recaudado un total de más de un millón de dólares. En cuanto a premios, obtuvo el Premio del Público y a la Mejor Banda Sonora en Sitges, y fue nominada al Mejor Debut Británico en los BAFTA. No se puede hacer más, por nuestra parte, que recomendar esta película a todo aquel que no la conozca. Pasará un rato inolvidable, con sabor a buen cine. 

EDUARDO M. MUÑOZ

sábado, 21 de abril de 2012

THE ARTIST (2.011) de Michel Hanazavicius

"- George, tenemos que hablar..." (The Artist)
Michel Hanazavicius rubrica una película sencillamente soberbia. Su atrevimiento confluye con su pasmosa creatividad. Porque no estamos ante una película muda como cualquier otra. La mudez es funcional. Y el filme avanza desde tres lecturas que discurren en paralelo: 1º) una historia sobre la vanidad y la fama, se superpone con 2º) una reflexión sobre los avances técnicos en el mundo del cine; y 3º) un mensaje esperanzador para una realidad social de aguda crisis económica semejante a la que vivimos en nuestros días. Por eso los diálogos mudos tienen, -siempre-, doble sentido. Valen tanto para una lectura como para la otra. Desde esta multiplicidad de significados vemos a un excepcional Jean Dujardin que logra conmovernos con sus desavenidas andanzas, y su irresistible simpatía. Una película excepcional. Un clásico contemporáneo.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS 

domingo, 11 de marzo de 2012

EL HAVRE (LE HAVRE, 2011) de Aki Kaurismäki



Aki Kaurismäki afirmaba hace unos años que el cine estaba muerto. Béla Tarr se retiraba del oficio alegando que ya no encontraba ilusión en la construcción de películas. ¿Pesimismo insuflado por las características atmosféricas de sus respectivos países? Bueno, sería una explicación. También puede tratarse del alarido moribundo de un tipo de dirigir, de relatar historias, porque al fin y al cabo se trata de eso, que está en vías de extinción. Kaurismäki vive en Portugal desde hace veinte años, es más, en cuanto puede reniega de su tierra natal, así que eso del clima no me convence. Béla Tarr es para darle de comer a parte. Creo que tanto el finés como el húngaro aman demasiado al cine, y por eso son dos de los directores europeos más interesantes y necesarios de las últimas décadas.

El Havre fue una de las películas más curiosas del año pasado, Kaurismäki llevaba cinco años sin rodar y desde luego la espera mereció la pena. Advierto que es una película que no puede llegar a todo tipo de espectador. Es muy probable que produzca fuertes dosis de rechazo e indignación a aquel que no esté familiarizado con la obra de este director, más que con la filmografía, apuntaría al personal universo y a la puesta en escena de este autor. Kaurismäki hace tiempo que entendió el verdadero sentido del Rock ‘N’ Roll, término tan denostado en los tiempos vulgares que corren: enfoque libre, gusto por posicionarse lejos de lo autoritariamente establecido a patadas, y gamberrismo. No en vano este estilo musical tiene un protagonismo primordial en la obra del finés en general y en El Havre en particular (en la banda sonora o en el desarrollo de la trama principal juega un papel primordial).


Kaurismäki aborda un tema tan delicado como la inmigración ilegal filtrando su peculiar universo plagado de tipos con rasgos faciales característicos, desheredados pero llenos de humanidad. Estamos ante una fábula dotada de una realidad asfixiante pero en la que se hace un hueco a la esperanza, en la que existen hombres en los que confiar, vamos, en un Capra de lo cotidiano y los suburbios. Marcel Marx, personaje recuperado de La vida Bohemia (1992), es un escritor que no escribe, exiliado en la ciudad portuaria francesa de Le Havre. Se gana la vida de limpiabotas hasta que un día se encuentra a un joven africano, al que busca la policía, en el puerto. A partir de aquí Marcel se volcará, junto a sus vecinos de barrio, por enviar al chico a Inglaterra. El Havre desde el inicio está plagada de secuencias geniales, con grandes dosis de comicidad, pero claro, la comicidad a la que nos tiene acostumbrados Kaurismäki, que todo hay que decirlo, es muy personal. El gusto por un tipo de estética (automóviles y trajes de los años sesenta) nos retrotraen a un tipo de cine admirado por Aki Kaurismäki: Jean-Pierre Melville, Robert Bresson, Jacques Tati o Federico Fellini (por aquello de los tipos con caretos), y nos deja claro que el autor lo que quiere es fantasear con el presente, pero con un presente agridulce. El caso es que a partir de un tema tan delicado para la Europa de hoy nos retrate, con la fotografía de su habitual Timo Salminen, con la dirección de actores y con unos diálogos tan bien encajados (se nota que el autor es también un gran admirador de la época dorada de Hollywood ) un canto a lo más dulce del ser humano: la empatía y la fraternidad. Vamos, el amor al individuo por el individuo aunque hagas asco a la sociedad que unos pocos han organizado para ti en detrimento de unos millones.

Lo más difícil en la actualidad para un director es crear un sello personal, una atmósfera que te distinga de la manada artística. Kaurismäki lleva cerca de treinta años demostrando que es posible otro tipo de cine, aunque no guste a la mayoría. En sus obras caben la alegría, la desolación, lo indolente (en el peor sentido de la palabra), lo abúlico, la deshumanización, la humanización y el Rock´N´Roll. Porque sí, porque esto último es lo más importante para acercarte a Kaurismäki, si lo odias nunca llegarás a entender esta película. Hay una secuencia en El Havre que resume a la perfección todo lo que se podría escribir sobre el film y sobre el tema que trata: el chico africano está sólo en la casa de Marcel Marx, todo le es ajeno, es un extraño en una civilización que generación a generación le sigue subyugando, pone un disco y suena un blues. El chico no comprende pero siente. En su mirada refleja todas las incongruencias del presente y de una factura remota que Occidente se niega a pagar.


No estoy seguro que sea, como se ha llegado a señalar, una de las mejores películas hasta la fecha del autor. Sin embargo reconozco que es una de las obras necesarias y obligatorias, que hacen grande a este director: puro Kaurismäki. Lo que me sorprende, y causa gran extrañeza, es que aún se mantenga en cartelera en dos salas madrileñas.

JUAN AVELLÁN

miércoles, 11 de enero de 2012

BLACKTHORN. SIN DESTINO (2011) de Mateo Gil


Ahora que se acerca “La Gala Inútil” por excelencia, del paupérrimo y abandonado cine español, sí claro, los Goya; me gustaría señalar la única película que merece la pena del año pasado, Blackthorn. La obra en cuestión se estrenó  con escasa publicidad (si la comparamos con un Torrente o Fuga de cerebros) y en el mes de julio. Estaría encantado por  conocer al avispado distribuidor que pensó que esta película era idónea, por aquello de ser un western, para este mes. 
Blackthorn ha sido tildada de pura estética, sin fondo ni historia y un alarde cinéfilo absurdo. Pues muy bien. Pero los mismos que suscriben esto alzan a los altares The Artist (2011), la película genial para ellos, de la temporada. Y si saco a colación la película de Hazanavicius es porque tienen, sin pretenderlo,  un nexo  común: son obras arriesgadas. Nada más. The Artist parece que va recoger muchos éxitos (no llevarse a engaños, no es por méritos propios, es  porque el amigo americano lo quiere. Por cierto aunque muchos lo ignoren, es francesa). Abordar  en España un género tan poco de moda como el del Oeste, en Bolivia, con actores de la talla de Stephen Rea o Sam Shepard podía asegurarte un salto sin red. Y en cierta manera así fue. La película de Mateo Gil pasó sin pena ni gloria, no duró ni dos semanas. A lo mejor al estar nominada a once candidaturas en los Goya todavía tiene tiempo de arañar algo de taquilla. Sinceramente lo dudo mucho, ojalá me equivoque y me trague, gustosamente, mis palabras, ya que lo mucho que conseguirá es un Goya al montaje  o  a la dirección artística, vamos, premios de consolación.


Estética. Eso ya es un sin sentido. Pregunto, ¿qué obra cinematográfica no es estética? Pues eso. La genialidad de Gil es trasladar la acción a un paisaje tan poco visto  y dispar como es el de Bolivia. Un paisaje sin talento para retratarlo no sirve de mucho.
Fondo y argumento. Si mal no recuerdo Blackthorn se pretendió vender como una continuación de Dos hombres y un destino (George Roy Hill, 1969). Nada que ver. El argumento se centra  sobre la hipótesis de que Sundance Kid y Butch Cassidy, legendarios forajidos, no murieron en Bolivia en un tiroteo. Sundance herido de muerte  se queda por el camino pero Cassidy, Sam Shepard, se instala en el país con el único propósito de volver a los Estados Unidos. Por el camino se encuentra a un joven ingeniero, Eduardo Noriega, que acaba de robar una mina,  que le embauca y trastoca sus planes. El toque español lo encontramos en la dimensión de este personaje, un golfo que roba a los pobres para quedárselo él, capaz de engañar a un perro viejo como Cassidy,  una especie de Robin Hood que nunca mató a nadie, detalle que juega un papel primordial en el guión. Si me pongo a imaginar un español en el Viejo Oeste sería el que encarna Noriega. En el fondo del argumento  subyacen las históricas reivindicaciones políticas de los indios bolivianos. Hacerlas evidentes serían panfletarias, redundantes y no aportarían nada a la acción, sólo  confundir sin más.


Actores  lacónicos. Hay que reconocer que la actuación de Noriega no está a la altura de dos grandes como Stephen  Rea y Sam Shepard, se esfuerza y hasta a veces es creíble. Sin embargo, y aunque sean evidentes estos defectos, es el idóneo para ese personaje, la mirada enigmática del actor lo dice y lo desdice todo. Stephen Rea, soberbio en el papel de agente de justicia que se queda, como Cassidy, anclado y alcoholizado  en un pueblo, angustiado por la certeza de que los forajidos nunca murieron. La secuencia del reencuentro entre Rea y Cassidy, años más tarde,  es el momento álgido interpretativo de Blackhorn. Sam Shepard, que canta en la banda sonora, no puede estar  mejor como  ese forajido silencioso y silenciado porque su tiempo se acaba,  su sola presencia física se ajusta a la perfección a un Cassidy viejo. Finalmente, entre los secundarios sobresale  Magaly Solier en el papel de amante india de Cassidy.
Alarde  cinéfilo. De cretinos sería no señalar las más que evidentes referencias al género. Sobretodo a Peckinpah,  Leone o Ford: la amistad, la lealtad, el compromiso por los desfavorecidos, el final de una época, los paisajes apabullantes al servicio del encuadre… Algo que todos los días vemos en el cine mundial, y ya no te digo en el español. La película parte de reminiscencias y referencias anteriores pero no juegan un papel clave en la realización  o el guión. Imagino que si en lugar de aparecer en los créditos Mateo Gil fueran los hermanos Coen, la película seria un continuo buen hacer clásico. Qué cosas.


La planificación de la película, como reconoce el propio Mateo Gil, podría haber sido mejor a no ser por problemas de producción (siempre la misma, triste y real canción). Lo que fastidia es no saber qué hubiera hecho el director con una  producción más holgada. Pero eso no impide que esté plagada de secuencias y planos magistrales (el río, el desierto salado por enumerar algunas) que demuestran y consagran a Gil como uno de los grandes directores actuales. Esperemos que no se deje llevar por el desánimo y no caiga en las leyes estéticas imperantes y en los falsos, y muy ignorantes, cantos de sirena. La fotografía de Juan Ruíz Anchía se ajusta con una gran precisión a la belleza cromática de las localizaciones bolivianas, nos envuelve y nos devuelve a un tipo de cine que habíamos olvidado.
Nos importa un bledo cuantas estatuillas se llevará, para lo que sirven. Lo que nos pone de muy mal humor es que a Blackthorn no le dieran la oportunidad que se merece, que fuera fustigada y condenada a una miserable cartelera estival y que me privaran de disfrutarla en pantalla grande. Porque es una obra redonda, sin fisuras evidentes, completa, fantásticamente narrada y desarrollada. Algún día se hará justicia.
JUAN AVELLÁN

sábado, 7 de enero de 2012

THE ARTIST (2011) de Michel Hazanavicius


Hace unas semanas aterrizó en nuestras carteleras una obra que, en los tiempos que corren, es algo más que arriesgada. Porque convencer a un productor que ponga dinero para una película muda y en blanco y negro, me parece de ciencia ficción. Y si encima el tema que trata es el cine dentro del cine, el paso del mudo al sonoro, el tipo debe ser un marciano o se acaba de escapar del frenopático . Por eso, todo mi respeto al director por obstinarse en sacar adelante un proyecto en las antípodas del cine actual. Pero ahí queda la cosa. The Artist se me antoja larga y soporífera, con subtramas mal definidas y un argumento excesivamente manoseado.

George Valentin (Jean Dujardin) es una estrella , con bigote a lo Errol Flynn, del cine mudo, que un día se encandila de una joven extra (Bérénice Bejo). Valentin se niega a adaptarse a los nuevos tiempos que corren y se queda fuera del juego de Hollywood . George se encierra en una espiral de autocompasión y bebida, hasta que es redimido por la joven extra, Peppy Miller, ahora convertida en una estrella del cine sonoro. Bueno, éste es un resumen bastante sintético y simplón de la película pero es con lo que me quedé. Hazanavicius puede jurar y perjurar que durante la preparación de la obra , visionó todas las película mudas que pudo y leyó todas las biografías que cayeron en sus manos. Le creo. Sin embargo The Artist sólo me recuerda a dos grandes obras maestras, que por cierto de mudas nada, como son Cantando bajo la lluvia (Stanley Donen, 1952 ) o El crepúsculo de los dioses ( Billy Wilder, 1950). La primera , Donen retrata lo traumático que fue para algunos actores , el paso al cine sonoro. Es más, recuerdo una secuencia en la que se dice una frase, “ las películas habladas no tendrán futuro “ , que vuelve a mi cabeza como un relámpago, sentado en una incómoda minisala palomitera. ¿Qué hay de innovador en todo esto?. En la segunda, Wilder, además de anticiparnos a un Hollywood marcado por las leyes de mercado y el manierismo , que dejaba de lado a las criaturas que tanto adoró, dinero les ofreció y luego escupió, convirtiéndolas en animales enfermos, dinosaurios postrados , lamiéndose la cola ante un cataclismo inevitable. Pero en The Artist poco aparece ésto, porque está más interesado en un final optimista y poco verosímil, en el que todo se reduzca a bailar claqué , homenaje, supongo, a otros grandes olvidados: Ginger Rogers y Fred Astaire.


El que ni conozca las películas de Donen o Wilder ni Y el mundo marcha (King Vidor. 1928), de la que The Artist también es deudora, y ésta sí que es muda, pasará un rato agradable o incluso se le antojará una joya. Sin embargo la película de Hazanavicius es una continua repetición de unos temas, tales como la falsedad del sueño americano, la crueldad de Hollywood, la bajada a los infiernos y posterior redención , más que masticados, y creo que con mejor solvencia, por una lista interminable de películas anteriores a ésta. Empero me sorprende, muy gratamente, que se situara en el Top 20 de recaudación y que se coloque como gran favorita para los Oscar .Bueno, no por méritos propios, más bien porque se cruzó en su camino un extraño mecenas , un tal Harvey Weinstein. Por lo visto un tipo que si se empeña, puede que The Artist sea una de las grandes triunfadoras en la próxima Ceremonia de los Oscar. Por último, más curioso resulta que ninguna película francesa haya ganado el Oscar a la mejor película, si en cambio a la mejor película extranjera . Sólo nos queda esperar qué ocurre.


No encontramos planos memorables ni una realización digna para recordar, exceptuando uno genial: aquel en que Peppy Miller abraza el frac colgado en un perchero de Valentin . La elección de Dujardin, aunque resulte solvente su, mera imitación , de las formas y tics de los actores del cine mudo,y su físico, demasiado actual, me resulta inadecuado para la época que se pretende abordar. Bérénice Bejo, la coprotagonista, en cambio resulta bastante creíble su recreación de la futura estrella del sonoro. John Goodman, que interpreta al bonachón productor, resulta una mera comparsa burlesca . Y Malcolm McDowel, que se ha convertido en una mala caricatura de si mismo, aparece, a modo de cameo y no sé sabe muy bien para qué, en una secuencia.


The Artist es una apuesta aparentemente arriesgada, con grandes pretensiones, y valientes teniendo en cuenta la situación del cine occidental, pero no termina de conseguir las metas que a priori se había marcado. Una obra, que así que pasen un par de años, el tiempo la ajustará en su debido lugar: el olvido. Lo que no entiendo esa pretensión por vender un producto como la obra definitiva, fresca y transgresora, adjetivos que cada dos meses cuelgan a cualquier largometraje. No creo que esta película se ajuste a estas definiciones.

JUAN AVELLÁN

domingo, 11 de diciembre de 2011

UN MÉTODO PELIGROSO (A DANGEROUS METHOD, 2.011) de David Cronenberg


El director canadiense David Cronenberg, director de culto para muchos y conocido por las tan laureadas La mosca (1.986) o Inseparables (1.988) nos decepciona ahora con Un método peligroso, una adaptación, fallida y destemplada, de la obra de teatro The Talking Cure escrita por el guionista, director y dramaturgo Christopher Hampton.

Con esta malograda cinta Cronenberg nos remonta a los tiempos en que Sigmund Freud, publica entre 1.893 y 1.901 los primeros bosquejos de la teoría del psicoanálisis y la interpretación de los sueños. El trajín del psicoanálisis, las primeras exploraciones a los primeros pacientes sometidos a esta teoría, el método de la asociación libre de ideas, la escucha con atención flotante y otras técnicas propias de la teoría psicoanalítica constituyen el contexto a través del cual se desarrolla una historia de amor, tan peculiar y anodina, como insustancial, huera, frívola, desazonada y vacía.


El único reclamo que presenta esta historia es la relación extramatrimonial que mantienen un hombre casado como Carl Jung y su paciente Sabina Spielrein. Si quitamos las cuatro escenitas de cama con que nos dora el gusto y el componente sadomasoquista con que Carl y Sabina nos arrebata nuestro espíritu más puro; si borráramos de un plumazo la extraña y morbosa contradicción que se evidencia en quienes así mismo tratan de dar cura a sus pacientes neuróticos, histéricos, obsesivos, compulsivos, sádicos y masoquistas; si quitamos todo esto, -digo-, no nos queda nada interesante que ver en la película. Rocco Siffredi tendría más mérito que Michael Fassbinder. Y Bella Donna algo más que Keira Knightley.

Lo demás no son más que vana charlatanería, palabras y palabras de un universo vacío, un bla, bla, bla, que no hace más que llenar el tiempo del largometraje con bosquejos y trazos de la teoría del psicoanálisis; textos, reproducidos con voz en off, de la abundante correspondencia epistolar que Carl Jung y Sigmund Freud mantuvieron desde que se conocieron hasta la ruptura de su amistad. Toda la discusión teórica que evoluciona desde puntos de vista encontrados nos acaba embotando la cabeza. No alcanzamos a ver con claridad las ideas que se exponen: se utilizan muchos conceptos teóricos del mundo de la psicología, se habla por activa y por pasiva de la idea de psique, de líbido, de pulsión, de instinto, de represión, de resistencias, de asociaciones libres, de los que más o menos nos hacemos una idea de lo que significan pero que de ningún modo alcanzamos a penetrar completamente. Por eso la cinta está muy bien para que la revisen en la facultad de filosofía los que ya vienen aprendidos pero no es apta para el disfrute de gente normal y corriente que como un servidor se suele parar cuando el semáforo se pone en rojo o cuando pasa una chica bonita por el paso de cebra.


Es cierto que la cinta cuenta con todos los reclamos para ser acreedora de un éxito comercial considerable, pero no es menos cierto que Un método peligroso no pasa de ser un producto cargado de buenas intenciones, una cinta algo fallida que no alcanza, ni por asomo, las altas cotas que David Cronenberg consiguió con la sensacional “Inseparables” (1.988) y que en lo que a su desdoro se refiere, ni siquiera ha conseguido romper con los rígidos moldes que la obra de teatro en la que se basa le impone. 

Dentro de la filmografía del director canadiense estamos ante una película menor, con buena factura pero sin alma y carente por completo de la más mínima inspiración. El drama no tiene dinamismo, está anclado en pocos escenarios, con grupos de actores que no se mueven demasiado. El guión, también fallido, corre a cargo de Christopher Hampton quien nos deleita con un torbellino de conceptos freudianos y nos transporta al séptimo sueño en menos que canta un gallo.



Sólo he visto a par de actores haciendo un buen papel. Mientras que Keira Knightley nos deleita con su gama de muecas desaforadas y estrafalarias, con su abanico de gestos, posturas y actitudes sobreactuadas, aderezadas con ecos sadomasoquistas, y con una seducción algo más forzada que natural, Michael Fassbender da vida al ilustre psiquiatra Carl Jung, y nos deslumbra por su elegancia y su pose, haciendo gala de una exquisita sensibilidad y de un misticismo íntimo y contenido de pupila dilatada. Viggo Mortensen interpreta a Sigmund Freud y se convierte en Sigmund Freud, como nadie da muestras de un sentido del humor retranqueado, suave e irónico a la vez, dando vida aun personaje robusto en su calado intelectual y serio como cualquier científico que se precie de serlo.

Un método peligroso no es una película apta para todos los públicos sino sólo para psicólogos, psicoanalistas y gente del mundillo. Quizá si hojeásemos alguna revista de esas de psicología o si nos pasásemos un día por el Vip´s y nos compráramos unos cuantos libros de esos de autoayuda y superación creo que fácilmente podremos entender el guión con algo más de claridad y darnos cuenta que aquello que sea eso del psicoanálisis es algo que no puede explicarse con un par de escenas de cama, ni mucho menos con cuatro cartas de un par de amigos. Desde luego que las escenas de cama están muy vistas en el cine y la verdad es que ya no nos despiertan el más mínimo interés.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

miércoles, 30 de noviembre de 2011

GEORGE HARRISON: LIVING IN THE MATERIAL WORLD (2011) de Martin Scorsese


Vale, pues ésta es otra tomadura de cráneo a la que nos tiene acostumbrados (No Direction Home (2005) y la aborrecible, aunque todo hay que decirlo , se la curro más, Shine a Light) el señor Scorsese en este tipo de obras. Porque aquí no vamos a juzgar al director Scorsese  por su cine  de ficción. No, porque estamos tratando el documental musical. Le agradezco, infinitamente,  su interés  por la cultura musical anglosajona de los últimos cincuenta años, que éste gran legado no se pierda, no se diluya con las nuevas generaciones. Es más, que no olvidemos que un día el rock era puro, arriesgado como una bofetada en la cara a destiempo. Sólo por eso le pagaría una cena. Pero en George Harrison  Living In The material Word  dónde está el director. Pues nada, que él eligió la idea y todo el trabajo se lo llevó el montador. A lo mejor estoy loco o no muy al tanto de la mafia discográfica, pero un documental musical, bueno, ya sé que es un poco difícil revivir a Harrison, implica un poco más. Y en este momento pienso  en El último Vals (The Last Waltz, 1978) su gran obra en este género. Si quieres hacer un documental, sobre el beatle  más infavalorado, eclipsado y retraido, se lo dejas a la BBC  y tú a lo tuyo.  Como guinda, algunos señalan, que como la productora es la segunda mujer de Harrison, Olivia Harrison, pues  que se dejaron cosas escabrosas en el tintero. Anda ya .Vamos que después de 208 minutos de metraje, nos interesa mucho si Harrison era un cocainómano, un mujeriego o un plagiador. Ya puestos, Scorsese  podría haber hecho unos bonitos planos del retrete de Friar Park, más que nada por curiosidad. Sólo queremos a  George Harrison, su obra musical y, si somos un poco beatlemaniacos  morbosos, su papel en la banda. Y por aquello de la causa-efecto, qué fue de su vida tras los Beatles. Esto Martin Scorsese o su montador, David Tadeschi, lo llevan con gran solvencia. Como sabíamos que  Scorsese es un gran tipo, en ese sentido no nos iba a defraudar.  Porque pagar ocho euros, con voces en off en la sala de cine (vale señores, que compraban sus discos, quizá ahora que son capitalistas, en Discoplay  (¡anda ya!) pero este señor en el 61, cuando aquí imperaba el  folclore y Machín,  era, o casi, un grande) te  sientas y asistes a un Salvame Deluxe, sería para quemar contenedores. Pues allí que nos vamos a los Golem, un sábado a las 17 horas.

Es muy loable que el director-montador se decantara por la figura Harrison, un eterno segundón, viviendo  a la sombra de dos genios en The Beatles  y, según señala el documento, un poco envidioso por el éxito de sus colegas. Está claro que durante la época de la banda, George  y  Ringo eran meras comparsas de Lennon y McCartney, y de elegir hubiera preferido un documental sobre Ringo, lo mejor sin lugar a dudas de la película, si lo que queremos plasmar es la lucha de una marioneta dentro de uno de los grupos más influyentes de la música moderna. Sin embargo en George Harrison  Living In The material Word  observamos muchos de los temas que preocupan a Scorsese, como la religión o ese tipo de individuos geniales pero  arrastrados por la vida, navegan sin mucha suerte o sin toda la que hubieran deseado.
El documental está estructurado en dos partes (con descanso  en el cine de 5 minutos para que hagas pis)  la primera, la más dinámica, trata sobre el joven Harrison, cuando se juntó con Lennon y McCartney y su etapa con los Beatles . Hasta aquí todo bien. El problema viene en la segunda parte, las entrevistas están mal hilvanadas, se abusa de las experiencias místicas del protagonista, tanto que hasta un fan de Santa Teresa se plantearía el ateísmo, y unas prisas por contar demasiados datos , algunos superficiales, sin orden ni concierto. Dejando a un lado  a Ringo  y Eric Idle  (Monthy Python), el resto de las entrevistas aportan poco y aburren. En suma la segunda parte produce grandes dosis de tedio  soberano. Ya ni te cuento, si a ti el exbeatle te la trae un poco floja. Qué eres un fan, pues quédate en casa y escucha sus discos que la mayoría de las veces, en este tipo de obras, es lo mejor que puedes hacer y no aburras a tu pareja, que lo más seguro es que se planteé muy seriamente el tipo de relación que tenéis. Porque George Harrison Living In The material Word promete muchos archivos inéditos, pues no. No hay nada que tú no sepas quitando alguna foto de Harrison  en la India , algún video doméstico y alguna revelación escabrosa (la separación de su primera mujer, con Eric Clapton de por medio o el intento de asesinato de un perturbado en su residencia de Friar Park) , el resto lo conoces. Y es que a mi este tipo de documentos  no me dejan de parecer  un banal ejercicio de taxidermia colectiva, sazonado por un preocupado  ahogo económico.

Al salir a los 8 y media  del cine, ni tienes una necesidad imperiosa de escuchar sus canciones, como las tenías al principio, al comprar la entrada, ni nada que se le parezca.  Eso es que algo falla. Y no creo que sea culpa tuya  y que de repente se haya caído el mito (mitificar, algo muy peligroso) ,sólo es que te has aburrido con un documental sobre un tipo que te ha hecho pasar momentos inolvidables. Y es que, aunque Harrison  fingiera huir de ello, como dice el gran Ringo “siempre seremos Beatles aunque estemos muertos”. Esto es tremendo para cualquier individuo, me refiero a que nunca puedas escapar de tu pasado hagas lo que hagas en el presente o en el futuro. Sólo por esa afirmación, merecieron las más de tres horas empleadas.
Por último, ¿qué sientes tras la película?. Algo así como ir a ver un viejo amigo, con el que ya no tienes trato desde hace muchos años, sólo tus recuerdos de antaño, momentos y viejas canciones del ayer, que te empujan como el veneno de una serpiente. Cenas en su casa y te vas.  Cogiendo el coche, el autobús o el metro, de camino a tu casa piensas en todo aquello. Y nada de eso sabes que pasó, porque George Harrison nunca estuvo en tu vida. No es tu amigo, pero algo quedó de él. Quizá en aquella cena, en su casa, alguien quería robarte lo más íntimo, y lo más inteligente que hiciste fue ser el primero en irte y coger un taxi.

Un consejo, abstenerse los fans de los Rolling Stones y Martin Scorsese.
JUAN AVELLÁN

domingo, 20 de noviembre de 2011

UN DIOS SALVAJE (CARNAGE, 2.011) de Roman Polanski


No me gusta ser demasiado duro con los directores de cine a los que tengo en alta estima. Por eso y por ser algo condescendiente podría decir que Un dios salvaje es una de esas películas que de vez en cuando hacen algunos directores por el mero hecho de hacer algo, de dar que hablar o, sencillamente, por sacar algo a costa del renombre que uno se ha labrado en este mundillo. Cuando no se encuentra una productora solvente y cuando tampoco hay demasiada inspiración creativa se suele recurrir a este tipo de soluciones prácticas. Ya lo hizo Julio Medem con su decepcionante e innombrable Habitación en Roma (2.010) y la verdad es que no salgo de mi asombro cuando compruebo que la gente no tiene el menor reparo en meterle gato por liebre a los espectadores y en gastarse al mismo tiempo un pastizal en promoción.

Un dios salvaje es una adaptación de la obra de teatro homónima de la autora francesa Yasmina Reza. Aunque en rigor realmente no se trata tampoco de una adaptación al cine de una obra de teatro sino de una obra de teatro cinematografiada. Y es que querer adaptar al cine una obra de teatro es tanto como pretender hacer una adaptación del Cuarteto de cuerda para helicóptero de Karlheinz Stockhausen para la flauta esa de 9 agujeros con la que teníamos que interpretar ciertas piezas en el colegio si queríamos aprobar la asignatura de Música. Craso error, porque el problema no es que la adaptación sea buena o mala. El problema es que no se puede hacer una adaptación en condiciones. Las leyes de la narración teatral son muy distintas de las leyes de la narración cinematográfica. La adaptación limita en exceso todas las posibilidades que ofrece el cine: lo empobrece. Este es el problema. La película hubiera sido muchísimo mejor con otra forma de contarlo. Con más escenarios, con más localizaciones, con más interpretes, con más antecedentes, con más exteriores, con más plasticidad hubiera sido una película de referencia en la filmografía de Roman Polanski. Sin embargo, Un dios salvaje no es ni una mínima parte de lo que podría haber sido en manos de un director con ganas de trabajar.


Por eso en esta cinta casi todo sucede en un único escenario: el salón de una casa, en Nueva York. El peso de la película recae en el guión, en los actores y en los conflictos que se generan entre unos y otros. Através de estos conflictos Roman Polanski nos presenta la verdadera faz de nuestros modales civilizados, nuestra hipocresia cívica, nuestras ocultas disfunciones afectivas y forja una crítica demoledora contra los valores de nuestra sociedad occidental. Los personajes pierden los papeles, y pierden por momentos sus formas respetuosas. Detrás de la etiqueta, detrás del protocolo, detrás de la cortesía civilizada, de las corbatas, detrás de las ideas grandilocuentes, detrás de toda la refinación de los gustos artísticos y detrás de la estética moderna, detrás de todo eso, y detrás las sedosas blusas blancas de Kate Winslet no hay más que un emergente calado de problemas de convivencia entre los hombres. Polanski denuncia las falsas apariencias, la hipocresía social, el orgullo infantil de unos hombres hechos y derechos. Todo esto tiene su antecedente más directo en aquella maravillosa película de Luis Buñuel: El ángel exterminador que en 1.962 deshizo los paladares más exquisitos del panorama cinematográfico internacional. Como en aquella de Buñuel, Roman Polansky pone la carga crítica en los pilares de nuestra bien avenida sociedad. 

Salvando las más que solventes interpretaciones de una gran Jodie Foster y de un Christoph Waltz en estado de gracia, y salvando como digo a la notable Kate Winslet y a un magnífico John C. Reilly, hay que marcar la tacha en ese guión que firma Polanski y Yasmina Raze. Porque el guión no hace justicia a la buena traza que presentan los actores. El guión es forzado y rígido, acartonado, y por tanto la trama no deviene con naturalidad, con frescura, y con la espontaneidad necesaria para este tipo de obras de teatro. Si un director nos va a alojar durante 79 minutos en el salón de una casa, lo mínimo que puede pedirse es que el ambiente no se nos haga irrespirable, agobiante y claustrofóbico. La cinta necesita escenas de exteriores, y de un surtido aparente de localizaciones. Ni siquiera la comedia que se supone que es (yo no me reí nada), acierta a descargar el sopor que genera tanta discusión. Y eso por no hablar del desenlace que más que un desenlace parece que han cortado la película por la mitad. No sabían ni como continuar ni como terminar. Está claro. 


No sé como los críticos no han querido darse cuenta de esto. La mayoría de las críticas que he leido sobre la película son suaves y cariñosas, en muchos casos hay que leer un poco entre líneas para descifrar el verdadero sentido de la crítica, su verdadero alcance. Hay que leer lo que no se dice antes que lo que se dice y hay que ir más allá de la censura salvaje que impone la economía capitalista a los medios de comunicación. Nadie dice ni mu cuando hay una productora que se está gastando un porrón de pasta en promoción.  


Éste tipo de películas se les podría dar muy bien a directores como Woody Allen que ha vivido nueve matrimonios y lleva media vida haciendo el mismo tipo de comedias sentimentales; pero no a directores como Roman Polanski que disponen de una gran capacidad para crear atmósferas inquitantes y profundas. Personalmente no recomiendo ir a ver Un dios salvaje. Hay mejores cosas que ver. Es mejor descargarla del Emule o del U-torrent y listo. Lo importante es que no nos sobrevenga esa sensación de estar perdiendo el tiempo.


ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

sábado, 12 de noviembre de 2011

NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS (2.011) de Enrique Urbizu


En esta ocasión el director Enrique Urbizu nos deleita con un thriller de acción de temática policial, judicial y terrorista que hará las delicias de quienes siempre gustaron de los thriller americanos. La acción transcurre de la mano de Santos Trinidad, un reconocido policia de expediente impoluto, venido a menos desde que la vida, -lo que se adivina de su vida-, le pasa la factura: un hombre sólo, caído en la desidia, dado a la bebida y a las putas pero que sin embargo es capaz de desarticular, el solito, una célula islamista que prepara un atentado en un centro comercial de Madrid.

José Coronado eclipsa. Su interpretación es sencillamente magistral. Sostiene la película en todos los sentidos. Y no sólo gracias a una excelente caracterización sino sobretodo a su poderosa personalidad. Da vida a un héroe diferente al que nos tiene acostumbrado la factoría americana. Santos Trinidad es un policía contenido, nada excesivo en sus maneras, no es malhablado, ni grita, ni se pierde con actitudes desmedidas, en realidad no es un tipo demasiado duro. Enrique Urbizu sabe estar por encima de la radicalidad de aquellos héroes desalmados que escupen a la vida con un gapo de color negro. Santos Trinidad es, sencillamente, un tipo intermedio que, por su talento, siempre anda un paso por delante de la investigación judicial y policial. 


No obstante la cinta presenta una trama algo compleja y, en ocasiones abstrusa. El espectador no puede seguir muy claramente el desarrollo lógico de los acontecimientos. Las escenas y las pistas de la investigación que componen el hilo conductor del argumento, en muchas ocasiones, vienen dadas de la nada. Si Santos Trinidad, a lo largo de su iter, da con la cabeza de la célula islamista no se debe tanto a una acertada interpretación de las pistas o a una astucia sin igual, sino más bien a que el propio director, a la hora de construir la sucesión narrativa de las escenas, ha cruzado en su camino estas pistas. Algunas de las pistas no las descubre mediante su inteligencia sino en tanto en cuanto que le son dadas de una manera insólita y a aparecen ahí, en mitad de su camino. De esta manera, el azar, como una suerte de inspiración divina, conduce a nuestro protagonista hasta la solución del caso.


No sé yo en qué medida esta forma que tiene el director de gestionar las pistas de la investigación en su película obedece más a una carencia del guión y por tanto a una solución improvisada, que a un efecto pretendido que diera en redundar en una cierta cualidad mística de Santos Trinidad. En cualquier caso lo que sí es cierto es que en el discurso cinematográfico subyace una enfrentamiento religioso y cultural, y sobretodo un choque de civilizaciones donde de una manera muy velada el integrismo islámico se enfrenta al cristianismo.

Es curioso que la estructura del argumento es la misma que se solía utilizar en las tragedias de la antigua Grecia, la de los tiempos de Sófocles y Esquilo. Como en aquellas la idea de destino o una cierta estructura circular componen la textura narrativa. Por tanto si en aquellas el personaje principal, guiado por su destino y por los dioses, huía de la muerte para encontrarse con la muerte; en este filme Santos Trinidad que al principio de la película comete un asesinato y huye de sus perniciosas consecuencias (como sí estas fueran una forma de muerte) destruye las pruebas incriminatorias y yendo en busca de los testigos de su delito acaba por desarticular una célula islamista que planeaba un atentado en Madrid. El alto precio que paga es su propia vida y su descanso eterno. Yendo a por una cosa encuentra otra y sin quererlo así, Santos Trinidad cumple su destino y la misión encomendada por los altos valores que le mueven a jugársela.

En resumidas cuentas podemos decir que el filme tiene sus hallazgos, pero quizá sea la interpretación de José Coronado la que lo salva de la mediocridad más olvidadiza y la que oculta buena parte de los defectos técnicos y argumentales. La cinta no pasa de ser un producto cargado de buenas intenciones, ideal para todos los públicos, y entretenido para los que cómo a mí nos encantan los héroes de acción más intrépidos y valerosos.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

miércoles, 9 de noviembre de 2011

MELANCOLÍA (MELANCHOLIA, 2011) de Lars von Trier



Nunca hemos sido por lo general fieles devotos del cineasta danés Lars von Trier. No cabe duda de que algunos de sus films son firmes experimentos notables, como ese Dogma titulado Los idiotas (1998), y que en algunas ocasiones nos ha tocado el corazón de forma alarmante y desoladora, como en el digno musical Bailando en la oscuridad (2000), y no le quitamos mérito por ello. Pero en nuestra opinión su obra se caracteriza más por la polémica y por altas dosis de sobrevaloración dentro de los círculos cinéfilos, que por su calidad de cineasta indiscutible propiamente dicho.

Sin embargo su último film, Melancolía, nos ha sobrecogido el espíritu. En ella hallamos un producto al margen de polémicas y de discursos artificiosos, limpio, inmaculado y sincero. Ya en su composición, bastante literaria, que incluye prólogo y dos partes, se aprecia su intención de crear una amarga pero bella fábula sobre el fin del mundo. Sigue existiendo polémica en Melancolía pero no ya en su discurso cinematográfico, sino en ese momento del Festival de Cannes 2011 donde Lars von Trier hizo unas desafortunadas declaraciones en las que soltó la perlita de que entendía a Hitler. El símil fue desacertado desde luego, pero acorde sin embargo con lo que cuenta su película, esto es, una visión nada alentadora de la condición humana.


Lars von Trier transmite en su film un universo moral decadente donde la humanidad carece de cualquier muestra de ética. En su primera parte lo refleja a través de un acontecimiento que se supone que debiera ser la muestra más alta de felicidad entre dos personas que se aman: una boda. Aquí el cineasta danés construye una gama de personajes dentro de un acontecimiento glorioso que deviene en farsa, obteniendo así una novia (Justine, interpretada con maestría por Kirsten Dunst) con bipolaridad, un padre afectuoso que sin embargo abandona a su hija cuando ella le pide que se quede a pasar la noche en el Hotel donde se está realizando la celebración, un jefe que encarga a Justine que trabaje pese a ser el día de su boda, una madre que augura delante de todos que la boda será un fiasco en menos que canta un gallo, sin olvidar al cuñado que no deja de recordar que la boda ha sido financiada por él. Este mundo de lo humano tan vil y putrefacto se fundamenta más adelante, cuando Justine sostiene aquello de: "La tierra es malvada".

En el primer tramo de la cinta conocemos a Justine y el mundo que le rodea, mientras que la segunda parte está centrada en su hermana (Charlotte Gainsbourg), único personaje que demuestra dosis de humanidad. Justine es una mujer con una enfermedad del alma que consigue que se vaya autodestruyendo poco a poco. Viste de blanco al comienzo en un intento banal e inútil por ser feliz para más tarde cambiar su vestido por una camiseta negra, a juego con su espíritu. Melancolía es, sobre todo, la composición armónica de un apocalipsis interior, íntimo, personal, reflejado metafóricamente en otro mucho mayor, donde la vida en el planeta Tierra dejará de existir a causa de un astro que colisionará con nosotros llamado Melancolía.


Melancolía se mueve, por tanto, bajo dos terrenos: el drama humano y la ciencia ficción apocalíptica. Menuda mezcla surge de todo ello. Lars von Trier erige tal perfección con su nueva creación que provoca un efecto hipnótico del comienzo al fin. Ya el prólogo es antológico, magistral y soberbio, donde unas bellísimas imágenes en cámara lenta acompañadas por los magníficos acordes del Preludio de Tristán e Isolda de Richard Wagner (cuya belleza acompaña a toda la cinta como banda sonora única) provocan momentos mágicos e irrepetibles muy difíciles de olvidar, de esos que nos acompañan obsesivamente durante días y días cuando nos ha gratificado alguna película en grado sumo. Un comienzo arrebatador cuyas potentes imágenes sirven a modo de resumen de lo que va a acontecer después. Von Trier es capaz de lograr desde entonces un aura de misterio fatalista conmovedor, a medio camino entre lo romántico, la fábula, lo mágico, lo poético y lo apocalíptico, que acompaña a todo el film sin necesidad de abusar de efectos especiales que, dicho sea de paso, hubiera sido lo común en otros directores. Se eleva con ello al Olimpo de los grandes cineastas.

El trabajo con los actores es manífico. Todos ellos están dotados de brillantes interpretaciones. Mención especial merece Kirsten Dunst (en un papel pensado originariamente para Penélope Cruz), que ha pasado de ser famosa por la saga Spiderman a erigirse como gran actriz al bordar un difícil personaje cuyo trabajo ha sido reconocido con el Premio a la Mejor Actriz en el Festival de Cannes de 2011. Completan el brillante reparto Charlotte Gainsbourg, Kiefer Sutherland, Charlotte Rampling,  John Hurt (quien otrora fuera primera víctima del octavo pasajero) y Alexander Skarsgård, para una joya del cine reciente.

EDUARDO M. MUÑOZ