Si por algo destaca dentro de la historia del cine Batman
Begins es, sin duda, por la obsesión que tuvieron sus creadores a la
hora de mostrar algo de lo que carecían las anteriores películas del Hombre-Murciélago:
los verdaderos orígenes de Batman. Se produce así un viaje iniciático a las profundidades
psicológicas de su personaje. Mientras que Tim
Burton no quiso ahondar en este punto más allá de un flashback hacia la mitad de Batman (1989), y se limitó a mostrar
a un superhéroe atormentado y marginal cercano en esencia a sus villanos en Batman
vuelve (1992) (lo cual no afecta para que ambas sean espléndidas
películas, dicho sea de paso); los guionistas David S. Goyer y Christopher
Nolan apostaron de firme en dicho aspecto para renovar la franquicia Batman dotándola
de un realismo inusual hasta la fecha para una película basada en un personaje
de cómic.
Batman había sufrido una muerte cinematográfica en toda
regla desde el fracaso comercial y de crítica de Batman y Robin (1997). La saga iniciada por Tim Burton
devino en caricatura, no sólo debido a la burda caracterización del héroe sino
también de los villanos, consiguiendo que su director, Joel Schumacher, se preocupara únicamente
del espectáculo visual (a quien le guste esa saturación de colores vivos que llenaban la pantalla y los decorados, por cierto) y el entretenimiento a costa de una historia
vacía. Fue por eso por lo que Nolan no lo tenía fácil para recuperar la saga
del Hombre-Murciélago, para colmo partiendo desde cero (una secuela no hubiera
tenido sentido ante semejantes precedentes ni una precuela tampoco). Por si esto fuera poco,
Nolan venía de hacer tres películas dentro del cine independiente y era
la primera vez que se enfrentaba a una superproducción de estas
características. El reto era alto, muy alto, pero la industria salió
victoriosa.
Nolan y David S. Goyer, este último gran conocedor del
personaje Batman, fueron fieles a los textos originales y prepararon el guión sobretodo
a partir de Batman: Año Uno de Frank
Miller, The man who falls (Dennis
O’ Neil y Dick Giordano) y Batman:
The Long Halloween (Jeph Loeb
y Tim Sale). Sólo así se entiende la
infinita sensación de respeto por el personaje original que desprende cada
fotograma. En su libreto, optan por dotar al personaje de un hiperrealismo
insólito a la par que una explicación de toda la idiosincrasia de Bruce Wayne/Batman
con pelos y señales: desde el origen de sus juguetitos a la causa de sus miedos, sin olvidar los porqués de los diseños del Bat-traje o el Bat-móvil.
De esta forma se abandona drásticamente el humor al que ya
estábamos acostumbrados en la franquicia y pasamos a una seriedad que confiere
al relato un carácter legendario, épico si me apuran (sello personal que
también predominará en las secuelas y que incluso en Man of Steel, la reciente
película sobre otra leyenda del cómic, Superman,
también podemos apreciar [bajo la batuta de Zack Snyder pero producida por Nolan y escrita por David S. Goyer]).
Para reforzar ese estilo y esa idea, Nolan se sirvió de un espléndido reparto,
donde los personajes secundarios hacen aún más grande el relato y lo
enriquecen, contando con actores de lujo para la ocasión como Liam Neeson, Morgan Freeman, Katie Holmes, Michael Caine y hasta el
mismísimo Rutger Hauer. Sin olvidar
a Christian Bale, ¿el mejor Batman
de la historia? Ahí lo dejo.
El espectáculo está servido, esta vez con menos acción (pero
atención a la escena trepidante de la pelea en el tren y a la persecución en
coche) y más desarrollo dramático de personajes, más gadgets, más villanos y hasta un nuevo Bat-móvil. Y veremos todo como lo más
normal del mundo, como si en todas las ciudades fuera de obligado cumplimiento que existiera un
Bruce Wayne con traje de murciélago para acabar con la corrupción y la
delincuencia. Tal es su realismo.
EDUARDO M. MUÑOZ