viernes, 7 de octubre de 2011

EL HOMBRE DE AL LADO (2.009) de Mariano Cohn; y de Gastón Duprat


Tras las exitosos documentales Enciclopedia (1.999), Yo presidente (2.006), o El artista (2.007), los directores argentinos Mariano Cohn y, Gaston Duprat, irrumpen nuevamente en el mundo del celuloide para deleitarnos con su último trabajo, El hombre de al lado (2.010). Una cinta que no sólo hace gala de una factura técnica impecable, sino que además en la edición del año 2.010 de los Premios Goya se coronó con una nominación a la mejor película hispanoamericana y en el Festival de Sundance se alzó con el premio a la mejor fotografía dramática.

Se trata de un largometraje protagonizado por Rafael Spregelburg y Daniel Araoz, que pese a estar construido sobre la base de una trama sencilla presenta sin embargo una riqueza de significados que se prestan a múltiples lecturas. El punto de partida es un conflicto vecinal en donde Víctor (Daniel Araoz) abre un hueco en el paramento vertical de su casa con el fin de construir una ventana. Sólo quiere atrapar unos rayos de sol. Pero esa ventana invade la intimidad de la familia de Leonardo (Rafael Spregelburg), el vecino de enfrente, un prestigioso diseñador de reconocida trayectoria internacional. 



Desde este conflicto vecinal, los directores Mariano Cohn y Gastón Duprat, articulan un discurso con el que sacan a relucir los más usuales problemas de convivencia que existen entre los hombres del mundo, tal cual somos cada uno de nuestro padre y de nuestra madre. Unos problemas que precisamente por ser muy concretos y muy cercanos, se destilan desde categorías más abstractas como las propias del mundo de la sociología, de la psicología, de la economía, de las ciencias jurídicas, o de las bellas artes. La reflexión transcurre desde lo particular hasta lo universal. Y de esta manera la cinta nos enfrenta a una lectura social, económica, psicológica, y antropológica donde se plantea la posibilidad de que el hombre se entienda con el hombre. La confrontación, el choque, el desencuentro y las desavenencias poco a poco conforman un entramado complejo que finalmente desemboca en una muerte tocada por la envidia, el rencor y el desprecio subrepticio de un hombre hacia otro hombre.



La trama contrapone dos estilos de vida muy diferentes, dos formas de estar, de ser y de vivir en el mundo.  Victor contra Leonardo. Propietarios contra proletarios. El hombre de acción contra el hombre refinado por el diseño, el arte, la música, y la filigrana intelectual. El rico contra el pobre. Lo rústico contra la Hight Tecnology. El Heavy Metal contra la performance artística. La alta arquitectura de Le Corbusier contra la arquitectura de una casa normal y corriente. La fuerza del carácter contra el apocamiento. Los puños de quien se toma la justicia por su mano contra la impotencia del derecho civil. El corazón contra la inteligencia. El ánimo autoritario e impositivo contra el ánimo negociador y benevolente. El estado de soltero contra la institución de la familia. La valentía contra el miedo. Lo verdadero contra las falsas apariencias. Lo varonil contra lo femenino. David contra Goliat. Vito Corleone contra Leonardo Da Vinci. Caín contra Abel. Y todo ello se desarrolla sobre el fondo de un latido sexual que atraviesa la película de parte a parte. 



Felicito a Mariano Cohn y a Gastón Duprat por este largometraje tan lleno de lecturas y de significados pero que aún con todo no está exento de algún desvío destacable. Las escenas están bien contadas. Los planos son cuidados. El argumento entretiene, instruye y dictamina. El complejo de las secuencias están montadas con rigor escrupuloso: los encuadres, el decorado, el vestuario, todo está bien medido. Sin embargo, no se trasluce esa magia natural que emanan las mejores películas de todos los tiempos. No nos da la sensación de ver o de sentir la vida misma. Las atmósferas no acaban de convocarse con la densidad deseable. Porque rodar una película no se limita a contar buenamente lo que sucede en una historia. Hay que ir más allá, hay que contar sobre la base de una atmósfera densa, definida y presente, hay que describir esa atmósfera, matizarla, enriquecerla, darle alma propia. Esta carencia hace que a pesar de las bonanzas de este filme se trasluzca un cierto regusto acartonado que sin embargo podemos dejar pasar por todo lo alto de la concha.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

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