martes, 17 de marzo de 2015

Crítica de 'PERDIENDO EL NORTE' (2015) de Nacho G. Velilla




A través del tópico, un guión rutinario y personajes planos se perfila ‘Perdiendo el norte’, la nueva película del cineasta Nacho G. Velilla, responsable de cintas como ‘Que se mueran los feos’ (2010), y co-creador en el marco televisivo de series populares como ‘Aída’ y 'Siete vidas'.

La película no aporta nada nuevo a lo ya visto en este tipo de comedias. En esta ocasión el guión de Antonio Sánchez, David S. Olivas, Oriol Capel y el propio Nacho G. Velilla (¿hacía falta tanto guionista para un resultado tan discreto?) aprovecha la coyuntura económica española actual, donde tantas personas han tenido que emigrar a la búsqueda de un futuro mejor, para reflejar dicha situación desde el punto de vista humorístico.

Podría resultar novedosa por reflejar un tema actual, pero en realidad la película no se aleja de los planteamientos ya vistos en ‘Vente a Alemania, Pepe’ (1971, Pedro Lazaga), y en cierto modo algunas situaciones recuerdan al film de Carlos Iglesias Un franco, catorce pesetas’ (2006). El film de Velilla incluso hace un guiño al respecto en el personaje de José Sacristán, que bien podría ser el mismo que interpretó el actor en el film de Lazaga, un emigrante español de la época que se quedó a vivir en Alemania. Pero el equipo de 'Perdiendo el norte' se esfuerza por adaptar la fórmula al humor y lenguaje televisivo del que procede Nacho G. Velilla (de hecho la película podría muy bien funcionar como capítulo alargado de una de sus series) para intentar acercarla un mayor número de público. Tanto que incluso han introducido cameos de personajes famosos procedentes de Atresmedia, no se sabe si como fórmula de emular los Torrentes del señor Segura o como forma de hacer publicidad a programas del grupo de comunicación. Sea como fuere, ahí tenemos las apariciones del presentador Arturo Valls y del cocinero Alberto Chicote, este último totalmente desafortunado interpretándose a sí mismo.




El problema del film radica básicamente en que las situaciones expuestas están más que explotadas dentro del género cómico (¿cuántas veces tendremos que ver la típica boda que se frustra en el último momento?) y los gags resultantes no funcionan todo lo bien que debieran, ya sea en el apartado de los problemas con el idioma o en los derivados del cruce entre diferentes culturas y formas de ver el mundo (¿a alguien le suena el  título ‘Ocho apellidos vascos’?). Los chistes, por otro lado, resultan manidos, ya que explotan hasta la saciedad los tópicos populares hacia los alemanes (desde las vacaciones en Mallorca hasta las bromas relacionadas con Angela Merkel y su austeridad económica). Y no podía faltar la subtrama amorosa que siempre tiene que aparecer por un lado u otro, en esta ocasión además carente de todo interés, pese a ser uno de los gruesos del film.

Lo mejor de la película es la aportación de Julián López, quien demuestra una vez más estar dotado de un talento innato para la comedia; y el personaje de José Sacristán, que mediante la metáfora del alzheimer nos recuerda aquello de que quien olvida su historia está condenado a repetirla (el mejor detalle, quizá, de este previsible guión). El resto de los actores no destacan, ya sean por sosos (Yon González, Blanca Suárez, Úrsula Corberó) o por desaprovechados (Javier Cámara, Carmen Machi, Malena Alterio), fruto de una dirección de actores muy mejorable en el marco de un guión que no da más de sí. Algunos chistes funcionan de forma aislada, y se consigue en general un ritmo acertado, pero no lo suficiente para que los errores acaben superando a los aciertos de esta cinta de la que se podría haber sacado mucho más partido.


EDUARDO M. MUÑOZ

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