domingo, 19 de diciembre de 2010

LA ÚLTIMA CENA (1.976) de Tomás Gutierrez Alea


Ni la inaudita banda sonora, ni la deficiente técnica de cámara, ni la pobreza de medios que se evidencia a lo largo y ancho de la narración cinematográfica, aciertan a soterrar en el olvido a una película como ésta, tan universal e inmarcesible como necesaria. La última cena se sobrepone a todas sus carencias con un guión sobresaliente y la actuación de un selecto elenco de actores que interpretan, todos ellos, sin excepción ninguna, con una naturalidad que asombra por su verismo y buen hacer.

La película se basa en la lectura de El Ingenio firmada por el historiador cubano Manuel Moreno Fraginals. En dicha obra, el citado analiza con detalle y profundidad la industria azucarera de la isla de Cuba, así como la vida cotidiana que se venía dando en torno a ella durante los siglos XVIII y XIX. El hecho que se narra es un hecho real que sucedió en un ingenio próximo a la ciudad de La Habana, propiedad del Conde de Casa Bayona.



La acción trascurre en una Semana Santa. El aludido Conde visita su finca azucarera y ordena al mayoral que reúna a 12 de sus esclavos para lavarles los pies en la ceremonia litúrgica del jueves santo y para cenar con ellos en su mesa esa noche. De esta manera emula el ritual de la última cena de Jesucristo con sus discípulos. Y en el juego de esta representación el conde imparte la doctrina cristiana, la doctrina de la humildad y la obediencia, la de la resignación y el cumplimiento de los deberes diarios. Vemos así como los propietarios utilizan la religión cristiana como instrumento idóneo para mantener a raya los instintos y los odios de los esclavos sometidos. La fuerza de las ideas es más poderosa que la fuerza del látigo. El adoctrinamiento es el arma esencial con que unos pocos modelan la conducta de los trabajadores. Los ánimos rebeldes se aplacan de esta forma. Pero en esa última cena también está Sebastián, un esclavo que ha sido castigado en varias ocasiones por intentar escaparse, un esclavo que sueña con ser libre y que se opone al adoctrinamiento falaz, un esclavo que al final de la cena, cuando el conde ya duerme, diserta con un cuento que acabará libertando a sus congéneres, y a nosotros los hombres. Sebastián comparece   golpeado a la cena, herido y maltratado por su mayoral Don Manuel quien le cortó una oreja, le crujió con el cuero y le deformó la cara con la fuerza de los puños. El domingo de resurrección, Sebastián, armado con un machete, se vuelve un hombre libre, se vuelve un nuevo hombre que vaya por el monte.



Hay un trasfondo marxista en todo esto. La religión, decía Marx, es el opio del pueblo. Esta cinta en manos de su director Tomás Gutiérrez Alea no sólo es una obra de arte sino también un arma libertadora. Un discurso con el que se pretende convocar a quienes someten las fuerzas del capitalismo salvaje. El hombre ha de romper las ataduras que le imponen los modos de producción y sus emanaciones culturales. Estas superestructuras que funcionan en el orden religioso, estético, cultural, y educativo, lo enajenan y lo deshumanizan, lo ordenan con el fin de producir sin rechistar. De esta manera el hombre satisface su rencor y sus ánimos rebeldes con los bellos ideales religiosos. Un engaño encubierto que como tal se saca a relucir y se pone sobre la palestra para su toma de conciencia.

El guion funciona en el sentido apuntado; su virtud se la debemos a Constante Diego, Tomás González, María Eugenia Haya y al mismísimo Tomás Gutierrez Alea, quién desde entonces ha ido poco a poco ganándose un reconocimiento internacional fuera de toda duda con películas de la talla de  Hasta cierto punto (1.983), Fresa y Chocolate (1.993), o Guantanamera (1.995). El guion de La última cena no tiene desperdicio. Basta escucharlo para que se le caiga a uno de las manos. Los diálogos, las frases, los discursos destacan por su gran hermosura, por su profundidad y su justeza de términos. La fuerza del guion planta sus bases y forja unos cimientos sobre los que se asienta una película que ni la música, ni el limitado guion técnico podrían echar por tierra.


Pero además la interpretación de los actores deslumbra por su categoría y su sobrada solvencia. Todos los actores, absolutamente todos, alcanzan unas cumbres cuya altura no estamos acostumbrados a ver ni en las series ni en las películas españolas. El actor chileno Nelson Villagra interpreta al conde de Casa Bayona con una naturalidad y un verismo para los que, por mucho que buscásemos en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española no encontraríamos adjetivos calificativos adecuados. Su interpretación es sencillamente soberbia, igual que la interpretación del resto del reparto donde brillan figuras dignas de ser nombradas como Silvano Rey, Luis Alberto García, José Antonio Rodríguez, Samuel Claxton, o Mario Balmaseda.


La última cena es una obra maestra del cine latinoamericano. Una cinta que demuestra que para hacer buen en cine no se necesitan presupuestos millonarios ni promoción publicitaria. Un buen guion y un elenco de actores con oficio es más que suficiente. No en vano, en pro de su valía puede exhibir un dechado de galardones obtenidos por acá y por allá, en todo el mundo. Premios de Inglaterra, de Venezuela, de Portugal, de Brasil, de Francia, de España y de Estados Unidos. Todos ellos son premios merecidos. Nadie que haya visto la película se atrevería a negarlo.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Interesante, interesante... La veré.
EDU

Anónimo dijo...

TE va a gustar. El guion es acojonante y el tal Nelson Villagra hace una actuación espectacular. La puedes encontrar en películasyonkis. También he visto por ahí un blog de cine cubano que la tenía insertada. Anto