lunes, 4 de abril de 2011

LA MITAD DE ÓSCAR (2011) de Manuel Martín Cuenca


El otro día en una escuela de montaje, alumnos con preparación cinematográfica, defendían que el cine español era una basura, que cualquier producción mediocre procedente de la dorada California, era más soportable que el conjunto del cine español. Últimamente oigo hablar mucho del cine español y todo el mundo parece un gran experto en su historia. Pues vale.
Al cine actual realizado en las “Españas” se le puede criticar mucho y errores de cálculo lo desbordan, pero que hay cineastas que se dejan la piel en hacer otro tipo de cine es una realidad. El cine, como todo en nuestra cultura actual, peca de amiguismo, de ser un perrito faldero Norteamericano, porque de las otras regiones del continente, francamente nos la suda, y de politiqueo. El cine español lo que necesita es que le dejen en paz unos y otros, y si tiene que venir un Torrente a salvarlo, pero se siguen  rodando películas arriesgadas como La mitad de Óscar, pues aquí paz y después gloria.
Otro problema de trasfondo, no por ello menos importante, es el desprecio por nuestra propia cultura y un abúlico interés por nuestra identidad. Y cuando hablo de identidad me refiero a la continental no a esa de la banderita y los campeonatos del mundo. Al afrontar una idea y desarrollarla, nunca me podré poner en la piel de un asesino en serie de Tejas ni queriendo. Por Dios, si hasta Leone impregnó de cultura europea algo tan genuinamente norteamericano como eran los Western. Mucho mamoneo veo aquí y mucho tertuliano con la L de prácticas.
De La mitad de Óscar destaco que su director Manuel Martín Cuenca apostara por este proyecto, más todavía, que alguien se lo produjera y que el coguionista  Alejandro Hernández diga que admira a Tarkovsky (hubo un mundo en el que podías decir Tarkovsky, sin que te patrocine una compañía de teléfonos ni te miren  como a un leproso) y “en historias sin puntos de giro ni actos, un mundo complejo sin concesiones y demoledor”. Razones suficientes  para que me empujaran al cine (la película fue estrenada el 18 de Marzo y se exhibe  actualmente en un sólo cine en Madrid, los Golem: cine de “culturetas”, raritos e invertidos de la intelectualidad). ¿Qué pasa , estamos ante una película con altas dosis tóxicas de metafísica, que sólo aquellos que reciten al revés la Crítica de la razón pura, podrían entender?. Pues no. El argumento es bastante simple y el tema del incesto está alejado de cualquier grandilocuencia o sentimentalismo barato. Se afronta de una manera real y cotidiana, como debe de ser.


Óscar es guardia de seguridad en una salina medio abandonada en Almería. Es un tipo solitario que la única correspondencia que recibe es su subscripción al Diario de Navarra. Su única relación con los otros es un guardia de seguridad jubilado que le lleva la comida , una chica con la que solamente practica sexo y un abuelo senil encerrado en un geriátrico.  Tras el ingreso en el hospital de su abuelo, la hermana de Óscar vuelve, después de dos años desparecida, a Almería.
Lo arriesgado, como mencionaba antes, de esta película es su ritmo pausado, demasiado lento a veces, el protagonismo del sonido ambiente y la falta total de música que subraye la emoción en el espectador. Heredera del cine de Jaime Rosales (La soledad, 2007), incluso aparece en los agradecimientos de los créditos finales, que ya ves, sirven para darte cuenta de cosas como éstas, en su tipo de emplazar la cámara como un testigo ausente de la acción de los personajes, con planos estáticos en el que los personajes se desenvuelven con parsimonia (en exceso en algunas ocasiones), en los que el director pretende fusionar a los actores con la belleza desértica de Almería. Los personajes son, porque están involucrados con el paisaje que les rodea (el desierto ocre, los amaneceres mediterráneos…) y esta intención, buscada por Martin Cuenca, se logra satisfactoriamente aunque a veces visualmente aburra. Demasiadas pretensiones, a los personajes les falta algo más de emoción, a veces da la impresión que son marionetas en manos de la acción, que no terminan de cuajar, aunque alabamos llevar a cabo el reto que supone una obra como esta.
Destaca la colaboración  de Antonio de la Torre  en un papel muy pequeño de taxista, aunque la escena entre el protagonista y él no termina de encajar dentro de la tónica y  el argumento de la película, y la interpretación, sobria, pero que ayuda a involucrarnos en la vida de Óscar, de Rodrigo Sáenz de Heredia. Verónica Echegui, en el papel de su hermana y Denis Eyriey dan la impresión de andar un tanto perdidos en la película.



La mitad de Óscar  está filmada con muy buenas intenciones y trata un tema escaso en el cine, pero que no termina de anclarse en la retina. Aun así es de agradecer que este tipo de obras tengan cabida en la cartelera. ¿Por cuánto tiempo?

JUAN AVELLÁN

1 comentario:

Miguel Artiaga Maciá dijo...

Un ritmo muy de "autor" que no termina de enganchar. Lo mejor para mí, la construcción de los dos personajes protagonistas.

Un saludo!