lunes, 24 de octubre de 2011

POSESIÓN INFERNAL (THE EVIL DEAD, 1981) de Sam Raimi


Cuando la carrera de un cineasta resulta prolífica y dilatada en el tiempo, suele ser consecuencia directa del éxito de su ópera prima. Es el caso de Sam Raimi. El director de la exitosa trilogía de Spiderman, protagonizada por Tobey Maguire y Kirsten Dunst en los años 2002, 2004 y 2007 respectivamente, se inició en esto del cine con una película de reminiscencias de serie B y a medio camino entre el terror más clásico y el gore, Posesión infernal, cuyo éxito logró que acabara derivando en saga gracias a las inclasificables Terroríficamente muertos (1987) y El ejército de las tinieblas (1992).

Posesión infernal toma como punto de partida los típicos clichés de historia de terror clásica, donde unos chicos que van a pasar un fin de semana en una casa emplazada en mitad de un bosque tenebroso y solitario, despiertan por accidente a unos espíritus malignos quienes irán poseyendo, uno a uno, al ingenuo grupo. La idea de las posesiones, sin embargo, parece influencia directa de films de terror modernos y no tradicionales cuyo hito principal sigue siendo El exorcista (William Friedkin, 1973).

No es lo que cuenta sino la forma de contarlo el acierto principal de la película de Sam Raimi. Su firma se aprecia en la notable habilidad con que el film está realizado, donde la apreciable carencia de medios económicos se ve suplantada por una imaginación desbordante y un ingenio asombroso. El guión no es nada del otro mundo, los tópicos de la historia están vistos hasta la saciedad, sin embargo Raimi mantiene el interés gracias a una habilidosa manera de crear el suspense. Destacan unos emplazamientos de cámara de lo más originales, donde la sitúa en los sitios más inverosímiles, además del conseguido efecto subjetivo de las fuerzas del mal que habitan el bosque en unos planos que avanzan a toda velocidad;  todo ello unido a un conseguido maquillaje y unos efectos especiales artesanales magníficos (ganadores del apartado propio en el Festival de Sitges), que hacen de Posesión infernal un referente del género que merece la pena ser revisitado (o descubierto).


El gran trabajo en decorados también logra un efecto sublime para la ambientación y el clímax de la película, así como toda la gama de objetos que los chicos descubren en el sótano: el Libro de los Muertos o Necronomicón (“forrado con piel humana y escrito con sangre”, homenaje a la literatura de terror de Howard Phillips Lovecraft), una daga con puñal de calavera, etc. Las situaciones son las típicas de un film de terror convencional, donde siempre hay un valiente que se pone a indagar en la oscuridad, una chica histérica que no quiere pasar la noche en la casa, algún que otro susto cuando estamos desprevenidos y, sobre todo, mucha casquería. Hay incluso un momento en que la cámara queda totalmente empañada por la sangre que hará las delicias de los más freaks.

Pero la autoría de Raimi queda sobre todo registrada en los magníficos toques de humor negro que convierten a la cinta en una gamberrada deliciosa, algo inhabitual en los films gore y de terror. Dichas dosis de comicidad fueron incluidas cada vez más en las continuaciones, hasta terminar consiguiendo con El ejército de las tinieblas una película más cómica que terrorífica. Sin olvidar también que Posesión infernal puede verse desde la óptica de un original film de zombies.


Posesión infernal no es ninguna maravilla pero posee la suficiente gracia e interés para pasar una magnífica velada junto a unos intérpretes desconocidos encabezados por el actor fetiche de Sam Raimi, Bruce Campbell, quien por cierto realiza varios cameos en la saga de Spiderman. Quienes conozcan a Raimi por su faceta más comercial quizá se sorprendan al conocer sus humildes pero prodigiosos orígenes, los cuales preferimos al resto de su obra. Un caso similar a los del cineasta Peter Jackson, que pasó de crear films como Braindead, Tu madre se ha comido a mi perro (1992), a ser uno de los cineastas más cotizados de Hollywood tras la trilogía de El señor de los anillos. Gajes del oficio.

EDUARDO M. MUÑOZ

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