jueves, 20 de octubre de 2011

EL OTRO CINE AMERICANO

Al margen de Hollywood y mucho más al margen de los que se enfundan en sus pretendidos trajes de al margen del margen de Hollywood (por Dios, que todavía exista gente que piense que el cine americano equivale a California, es deprimente), existe una forma de vida cinematográfica  formada por un grupo de directores y actores, que ven la vida desde puntos de vista muy diferentes al del resto de sus compatriotas. Unos tipos, tras pasar por diferentes festivales,  que se conocieron y llegaron a la conclusión  de  que sentían y compartían las mismas maneras a la hora de enfrentarse al cine. Y lo que les une es la preocupación por los hombres y todos sus estúpidos comportamientos cotidianos, unas planificaciones semejantes y un amor por el cine puro: una cámara, digital por supuesto, bajo presupuesto, buenos actores y argumentos que se anclan en un presente perecedero, absurdo y salpicado de pánico.
Como nuestra sociedad está tan empeñada en colocar etiquetas a todo lo que se mueve, estos chicos tienen la suya: Young American Filmmakers.  Aunque alguno sin escrúpulos esté decidido en denominarlo  Cine Indie. Me quedo con lo de Filmmakers. ¿Por qué? Pues por la sencilla razón que cuando te dedicas a  hacer cine, o simplemente narrar, y no eliges otras profesiones más valoradas, despojadas de desengaños vitales y mejor remuneradas, es porque te gusta lo que haces y ya está. Pero no por el mero hecho de compartir tus anhelos y temores, más bien porque es un proceso doloroso del que no te quieres bajar y porque llega un momento en que no conoces otra cosa, no sabes hacer otra cosa, un terrible dolor al buscar el plano perfecto, bañado de juventud, una secuencia novedosa.  Dirigir, para  muchos, es una forma de suplir sus carencias afectivas que anidaron en su juventud, de dar rienda suelta a cualquier estupidez que se les pase por la cabeza, a decir tonterías en una entrevista (como si algunos nos importará) o en un blog, acostarse con fulanas y fulanos y ganar, ganar mucho dinero, ver cuatro películas de estreno y querer ser uno más de la manada. No, no. No es pesimismo es realidad. Uno tiene que ser consciente  que día tras día trabajas para lo efímero e inmediato y que, con suerte, tu trabajo quedará para  un puñado de idiotas como tú. ¿Cómo demostrar tu trabajo? No puedes. En una fiesta nunca serás el centro, a no ser que toques la guitarra, como en Hannah takes the stairs, Hannah, guionista desquilibrada, le dice a su compañera de piso que la envidia porque en una fiesta no pude demostrar su talento. Claro, su compañera de piso canta y toca la guitarra.
Hacer cine es otra cosa. Y creo que esta gente,  a no ser que un día me lleve al desengaño, lo hace. Sin embargo sus influencias, admitidas o no, se vislumbran en sus películas: de la Nouvelle vague, han tomado nota, no sé sin pretenderlo o no ,un aire político los acaricia( la era Bush), Cassavettes, el gran olvidado por todos los que le llevaban como estandarte o los hermanos belgas Dardenne, mencionados por los también hermanos Zellner. Pero yo iría más allá y apuntaría hasta el John Huston de Fat City (1972) e incluso el primer Jarmush.
Lo bueno de este grupo de cineastas es que no son unos meros ensimismados de sus pulsiones, realidades individuales, y sólo les preocupe contar  y aburrir al personal con sus cotidianidades americanas. No. Porque son capaces de atreverse con distintos géneros, como a continuación veremos, de terror, comedia, drama…
Ya advertimos con “Wendy and Lucy” de Kelly Reichardt que convergían dentro del cine norteamericano otros horizontes y otras maneras de hacer películas, bueno, pues aquí está la prueba.

Goliath . David y Nathan Zellner. 2008

Goliath es un gato y está perdido. A partir de esta idea los hermanos Zellner fabrican una comedia amarga en la que su personaje, a raíz de este desencadenante, observa (porque al igual que nosotros se convierte en un agente paciente), como toda su superflua  vida comienza a impregnarse de miseria. Los Zellner manejan a su personaje por una sociedad fatua, falta de ideales, individual y miedosa, y no hay mejor crítica que la que se limita  a sugerir más que a señalar.  Los hermanos saben de cine y lo demuestran. Una comedia no es sólo un compendio de chistes fáciles o escatológicos, lo visual es un pilar maestro aunque parezca que se haya olvidado, el cine actual ya no sugiere, lo que hace es recalcar, subrayar y aburrir con palabrería. El cine no es sólo palabra, es sonido y fotografía, y eso muchacho, pues ya ves, se olvidó.
La película se abre  con el protagonista, encarnado por uno de los hermanos, justificándose ante su exmujer  por móvil, bueno, más bien dejando un mensaje en el buzón de voz. Llega a casa, comida preparada y un poco de porno asiático. Búsqueda del gato con la única herramienta que podría llamar la atención del felino: un exprimidor de zumo (impagable la secuencia  del desesperado propietario  con el susodicho trasto  conectado a un altavoz, al borde de una autovía). Le degradan  en el trabajo y encuentra a su gato, muerto en un arcén. A partir de ahí su obsesión es la caza  de un pederasta que vive cerca (el otro hermano Zellner es quien le da vida) cuya única forma de expresarse es un micrófono que aproxima   a sus cuerdas vocales.
Es una comedia  con muy mala sombra, dirigida por  unos tipos que están muy cansados de ver que nada a su alrededor funciona, que la vida, nuestras relaciones sociales, y la tecnología burocrática siempre andarán en conflicto.
Luke & Brie are on a first date. Chad Hartigan. 2008


El título ya lo dice todo, la acción de la película se sitúa en la primera cita de Luke y Brie. Encorsetándola, diríamos que estamos ante una comedia romántica. Pero no es sólo eso. Ante una premisa simple y universal,  el tan agotado chico conoce a chica, Hartigan desarrolla  un tema poco tratado por el cine: la fascinante ceremonia del primer encuentro. Poco a poco el director nos introduce en el universo de los dos personajes y de  todos los complejos, debilidades y fobias que subyugan al ser humano. La película  aparentemente no pretende ninguna transcendentalidad. Lo dicho aparentemente. Porque Luke & Brie are on a first date al finalizar  nos lleva a plantearnos muchas cosas sobre nosotros y a preguntarnos sobre el futuro, probablemente incierto, de los dos personajes y, aunque algunos digan qué demonios tenemos que ver con una pareja americana, asistimos ante algo muy familiar.
Hartigan planteó el rodaje  en cinco días, con dos localizaciones, pocos dólares y dos cámaras. De ahí la frescura del film. ¿Qué lleva a un grupo de jóvenes cineastas a esto? Sencillo, lo mismo que movió a los antiguos directores cuando se dieron cuenta que el cinematógrafo era un arma muy poderosa, contar historias, y con ello empatizar y entretener al espectador. La televisión y la MTV ha hecho mucho daño, sin embargo ellos apuestan por lo más ancestral, desde las cavernas, que es narrar de forma efectiva. Saben mucho del  Free Cinema inglés, Nouvelle Vague (ya que dudo que conozcan  las patrias  Escuela de Salamanca y la de Argüelles ) y de los, ya, viejos directores americanos antes de que se vendieran a las exigencias del mercado. Algo, desgraciadamente, tan presentes en todas las Artes.
La planificación del director podría plantearse como heredera directa de los realizadores de televisión de estos momentos, sin trípode, ajustes de foco  en el momento menos indicado y largos planos secuencia. No lo creo. En esta película todo gira ante el trabajo, por cierto solvente, de los dos actores. George Ducker en el papel de Luke y , una vecina del director sin nociones de interpretación, Chad Hartgan, que  intervino en el guión para dar más similitud a la postura femenina.
Baghead. Jay y Mark Duplass. 2008.


Los Duplass en su segundo largometraje abarcan el género de terror, sin dejar de lado los principios comunes a esta generación  DIY (Do It Yourself). La idea surgió durante el rodaje de su primera película, The Puffy Chair (2005) , cuando alguien del equipo planteó  qué era lo que podía dar miedo en una película de terror. La respuesta llegó en forma de film.
Un grupo de actores que se mueven por los circuitos alternativos, y hastiados de éstos, lo que plantea una especie de crítica a su propio movimiento, deciden hacer una película en la que ellos serán los protagonistas. Los cuatro  cogen sus bártulos y se encierran en una cabaña alejada en el bosque, intentando desarrollar un argumento sin mucho éxito ya que a  los personajes parece preocuparles más sus impulsos y conflictos sexuales. Una noche en la que se reúnen, con alcohol de por medio, para conseguir sacar en claro alguna idea, tras una ventana de la cabaña aparece la imagen de un perturbado con un cuchillo y una bolsa sobre su cabeza. Hasta aquí se cumplen los patrones clásicos del género, pero no por mucho tiempo, porque los Duplass prefieren profundizar en otros temas más que ajustarse a los añejos planteamientos de una película de terror: la amistad, la soledad, el cansancio existencial, la estupidez pseudoartística y las relaciones de pareja. Los directores saben manejar los tempos del ritmo narrativo y el suspense, intercalando situaciones de comicidad (en algunos momentos nos recuerdan a Hitchcock) y una refrescante manera de mover las subtramas en pos de afianzar la trama principal: el supuesto psicópata que los acecha . El espectador, poco agudo, y después de un mal día de trabajo, puede perderse y aburrirse. Lo que plantea  Baghead  es, y otra vez me repito, la estupidez y soledad humana que al final del film se confirma. No es  una película de terror al uso.

Hannah takes the stairs. Joe Swanberg. 2007.

El título que más nos gusta, literalmente,  algo así como Lucy in the sky with diamonds (The Beatles) y más que nada porque la gente piensa que poner un título  a una obra es como poner nombre a un perro o a un hijo no deseado: pasamos el trámite y ya está. Pues no, un título encierra y aglutina, es como el puñetazo con el que te presentas, todo lo que quieres transmitir con tu obra, algo contundente con el que abrimos el apetito, un aperitivo. ¿ O no estamos en una sociedad plagada de etiquetas?
Para Swanberg Hannah vive en las estrellas: nada la satisface. En cada momento de su vida, el director la quiere plasmar corta y rápida, y de esa manera la apercibimos los espectadores,  se transmuta , se adapta a su tren , elegido, de vida . Una parada de autobús da cuenta de sus continuas transformaciones, la  que imagino como sala de espera ante la vida, provocadas por los caprichos de la protagonista. Swanberg nos presenta a Hannah como a una persona en busca continúa de una relación estable, sin embargo termina por cansarse de sus novios pronto y echarse en los brazos de otra relación, un espíritu contradictorio que no sabe  muy bien que es lo que quiere.
Hannah trabaja en una productora como guionista, tras dejar a su novio, un tipo que deja de trabajar porque se quiere dedicar profesionalmente a no hacer nada, inicia una relación con uno de los compañeros de trabajo. Lo que empieza como una amor divertido y apasionado termina con una ruptura fría y fútil, ya que desde la base era inocua. La película termina con el inicio de otra relación, con el otro compañero de trabajo, amigo del primero, que nos deja entrever que tampoco llegará muy lejos por la persistente búsqueda inútil de Hannah por  la relación perfecta.  
Swanberg  nos propone un cuadro en el que la única culpable de la desidia de la protagonista no es Hannah, los otros personajes tienen su parte de culpa, porque se comportan como seres abúlicos y fatigados por lo que les rodea.  Hannah takes the stairs  se sustenta en una buena dirección de actores, unos diálogos inteligentes, incide en la idea de  una sociedad rápida, automarginada, encerrada en una crisis  crónica emocional y de ideales,  y una planificación, como no podía ser de otra manera, directa. El director, partiendo de la historia particular de Hannah, nos lleva hasta un fino análisis de la sociedad norteamericana, por no decir occidental. En suma, una obra amarga y  con pocas pretensiones  (aparentemente) sin embargo necesaria.
JUAN AVELLÁN

1 comentario:

Hablando de pelis dijo...

Interesante post... Una cinematografía bastante desconocida para mí la norteamericana independiente