jueves, 22 de marzo de 2012

RECUERDOS (STARDUST MEMORIES, 1980) de Woody Allen


Pongámonos en situación. En el año 1980, con apenas nueve películas en su haber, Woody Allen era ya un cineasta reconocido. En 1977 obtiene con Annie Hall los Oscars al Mejor Guión y a la Mejor Dirección, y la cinta fue reconocida como Mejor Película del Año. Pero Annie Hall nos importa por otro motivo. Su importancia es de órdago dentro de la carrera del neoyorquino, pues supone un punto de inflexión. Sus primeros títulos fueron un conjunto de disparatadas comedias a cuál más divertida, pero cuyo armazón se limitaba a una estructura interna compuesta por un montón de chistes. Este modo de hacer cine evolucionó poco a poco hacia un tipo de comedia más seria y sofisticada. El entrenamiento lo empezó dos años antes en la genial La última noche de Boris Grushenko (1975), donde realizó una comedia al más puro estilo Bob Hope pero acariciando al mismo tiempo temas y reflexiones filosóficas que ya nunca abandonaría en su carrera. Annie Hall supuso, en este sentido, la definitiva demostración de que Woody Allen era capaz no sólo de hacernos reír, sino también de reflexionar.

Recuerdos es un film claramente autobiográfico, pese a que Allen lo haya negado hasta la saciedad. Su alter ego es Sandy Bates, encarnado por él mismo, un cineasta de éxito sumergido de lleno en una crisis existencial debida a un bloqueo creativo que le impide seguir realizando films cómicos. Sandy Bates sólo ve muerte, horror y sufrimiento en la existencia humana, por lo que no puede seguir haciendo reír a la gente. Recuerdos gana en intensidad y dramatismo si se tiene en cuenta la situación personal que atravesaba Woody Allen tras el fracaso de crítica y público que supuso la bergmaniana Interiores (1978), donde se adentró de lleno en un drama sin ápice de ningún elemento cómico que tan sólo consiguió desconcertar. Recuerdos ha de entenderse, precisamente, como una declaración de principios.


Rodada en un bellísimo blanco y negro obra y gracia del maestro Gordon Willis, el film, aunque interpretable desde parámetros puramente personales de la vida real de Woody Allen (resulta increíblemente divertida al respecto la secuencia en la que una estrafalaria señora se acerca a Sandy Bates y le dice que le encantan sus películas, “sobre todo las primeras, las cómicas”), posee unos más que evidentes ecos del gran cineasta italiano Federico Fellini, más concretamente de la que probablemente sea su obra maestra: Ocho y medio (1963). Recuerdos es sin duda alguna el Ocho y medio de Woody Allen. Ya desde su comienzo se observa en la secuencia inicial en el vagón de tren, homenaje directo al film de Fellini.  

La otra ineludible cita cinematografica (aunque no la única, ya que en el film se alude a otros brillantes títulos, como Ladrón de bicicletas [Vittorio de Sica, 1948]) nos sitúa en otra obra maestra, Los viajes de Sullivan (1941, Preston Sturges). Woody Allen toma ideas de una y otra película para adaptarlas a su universo personal, y es ahí donde la delgada línea que separa el homenaje del plagio quizás no resulte demasiado nítida. La atmósfera que envuelve al film es de comienzo a fin puramente felliniana. Allen hace suya la narrativa tan característica del cineasta italiano para sumergirnos en un mundo interior formado por sueños, recuerdos e imaginación. Recuerdos carece de argumento en el sentido tradicional del término, tan sólo refleja el estado psicológico de Sandy Bates por activa y por pasiva, no de forma lineal sino formando una compleja espiral. Allen emplea únicamente imágenes surreales y oníricas para conducir el relato.



Recuerdos no figura entre las obras maestras de Allen, nosotros al menos no lo consideramos así. Soporta peor la prueba de los visionados que el resto de su extensa filmografía y, además, posee un ritmo desigual. Sin embargo resulta sumamente gratificante disfrutar del resultado obtenido por el neoyorquino al unir temas de su cosecha (como son la fugacidad del amor, la suerte como motor de las relaciones humanas o la evasión de la realidad), y conseguir integrarlos en una estética y un ambiente tan surrealista.

Igualmente el film posee momentos memorables. Por ejemplo la ya aludida secuencia inicial, que termina en una playa repleta de basura (donde el filósofo Allen parece decirnos en ella que, sea cual sea el tren que tomemos en la vida, todos finalizaremos el viaje en el mismo estercolero); aquella otra en la que Sandy Bates corre a través de un oscuro bosque para poder reunirse con unos extraterrestres y preguntarles por los grandes enigmas de la humanidad: “¿Existe Dios? ¿Por qué hay tanto sufrimiento humano?”; sin olvidar las respuestas del director a las preguntas lanzadas por el público en el coloquio, todas ellas sin desperdicio: "Di un curso de filosofía existencial en la Universidad de Nueva York. El examen final constaba de diez preguntas y no pude contestar ninguna, las dejé todas en blanco. Saqué un diez.” Motivos de peso para descubrir o revisar uno de los films más olvidados, denostados, pretenciosos y europeos de Woody Allen.

EDUARDO M. MUÑOZ