jueves, 7 de junio de 2012

LOLITA (1962) de Stanley Kubrick


«Lolita, luz de mi vida, fuego de mis entrañas. Mi pecado, mi alma. Lo-li-ta: la punta de la lengua emprende un viraje de tres pasos desde el borde del paladar para apoyarse, en el tercero, en el borde de los dientes. Lo-li-ta.
Era Lo, sencillamente Lo, por la mañana, un metro cuarenta y ocho de estatura con pies descalzos. Era Lola con pantalones. Era Dolly en la escuela. Era Dolores cuando firmaba. Pero en mis brazos era siempre Lolita».

Con tan fino y admirable estilo da comienzo Nabokov a una de las novelas más influyentes del siglo XX. No por su calidad, que también, sino por lo que su elegante pluma traza sinuosamente en el papel: la condenable idea del amor entre una menor y alguien mucho mayor. Aunque quizá en su condena esté su atracción. Ya afirmaba Freud que cuanto más censurado está algo, más placer psíquico nos proporciona (mayor es la descarga mental, diría él).
Nabokov es un maestro de la sutileza. Kubrick también. La censura no lo es menos. La película que realizó Kubrick sobre el libro de Nabokov está llena de sutilezas, de giros, de premoniciones; pocas veces de expresiones claras, directas y evidentes. Ahí radica uno de sus mayores encantos: en su atrevimiento de mostrar el pecado, de hacerlo visible a nuestros ojos, pero sin la peligrosa luz cegadora que puede llevar implícito.

Sugerir y no mostrar casaba bien con el estilo de Kubrick. Y con el de cualquier buen director. Para la mostración de lo evidente ya está la realidad.
La película comienza por el final. Un flash-back nos muestra cuál será el destino de uno de los protagonistas principales del film.
Aparece un coche sumergido en una intensa niebla (metáfora de la oscura e intensa vida que en los últimos años ha llevado el protagonista, Humbert Humbert –James Mason-) acercándose a un castillo. En el interior, un ebrio Clare Quilty (Peter Sellers) descansa de su alocada noche sin ser consciente de que la muerte está a punto de llamar a su puerta.  Humbert busca ajustar cuentas con su pasado y en él solo encuentra un culpable, el brillante, enigmático y pérfido Quilty. Es a él al que hace responsable de sus desdichas, sin entender la verdad de todo lo ocurrido: que el único culpable es el propio Humbert.

Un poco más adelante, la voz en off del propio Humbert nos cuenta que ha decidido pasar el verano tranquilamente en Ramsdale, antes de comenzar el curso escolar. Unas brillantes traducciones de poesía francesa han hecho que le concedan una cátedra en New Hampshire, en Ohio.  
La primera casa que visita Humbert es la de Charlotte Haze (Shelley Winters). La señora Haze aparece como una mujer excesiva en todo (locuaz, histriónica, avasalladora), en contraste con el distante y pausado Humbert. Mientras Charlotte le enseña la casa, la mirada de desaprobación del profesor nos indica que no es esta en la que quiere pasar su tranquilo verano.
Mientras le enseña las estancias aprovecha para indagar en la situación sentimental del ya cansado Humbert. Le dice que es separado, lo que dispara en ella cierto apremio para afirmar que es viuda, mostrando a las claras que no hay nadie que pueda impedir un futuro acercamiento entre ambos.

Cuando ya está a punto de marcharse (es evidente que ya no va volver), ella le dice que, por favor, vea el jardín. La primera visión de este jardín nos enseña a una joven con un llamativo sombrero de paja, con los pies cruzados de manera sugerente haciendo un ángulo de 110 grados con su bonita silueta y el libro al que está dirigiendo su mirada.
Él la contempla asombrado. La joven Lolita lo mira, ocultando sus ojos con unas gafas en forma de corazón, manteniendo su pose: insinuante y, a la vez, bellamente indiferente. Para Lolita, de la presencia de Humbert no emana nada que le llame la atención. Para él, Lolita lo cambia todo. Decide alquilar la habitación.
Ella es dulce, sensual, y con el encanto, como se verá más adelante, de la femme fatale (aquella que ya mostraría con acierto Merimeé en Carmen, o el Abate Prevost en Manon Lescaut).

Una vez instalado en la casa, comienza el peligroso juego del desamor: Charlotte lo quiere a él, él quiere a Lolita, y Lolita no quiere a nadie, si acaso los caprichos momentáneos que vayan surgiendo en su casquivana mente.
Charlotte, al ver que Lolita va a ser un incordio, ha interrumpido con malos modos la velada en la que estaba dispuesta a seducir a Humbert, decide enviarla a un internado. La noticia es para Humbert una catástrofe, a la que se le suma otra no menor, Charlotte le escribe una carta en la que le declara su más incondicional amor, y en la que le pone en una grave disyuntiva: o se casa con ella o debe irse. Afirma que no podría vivir con él sin acariciarlo y besarlo.

Humbert decide aceptar la propuesta. Es la única manera de poder permanecer en la casa. Y él está dispuesto a hacerlo. Esperará la vuelta de Lolita el tiempo que sea necesario.
Está fascinado por ella, como escribe en su diario: «Me vuelve loco la doble personalidad de esta pequeña ninfa. Tal vez de todas las ninfas. Esa mezcla en mi Lolita de una soñadora ternura infantil, y cierta temerosa vulgaridad. Y sé que es una locura escribir este diario, pero el hacerlo me proporciona una extraña emoción, y solo una amante esposa podría descifrar mi microscópica escritura».
Cuando Charlotte descubre y lee el diario de Humbert, los acontecimientos se desbocan con la fuerza de un tornado. El corazón de la señora Haze está destrozado por el dolor. No solo ha perdido la batalla del amor, sino que quien le ha infligido la derrota ha sido su propia hija.

En este momento de la historia la fatalidad aparece para ayudar a Humbert. Charlotte sale a la calle corriendo, ofuscada por el dolor, y sufre un accidente mortal. El destino se ha confabulado con H.H. Ya nada se interpone entre él y su amada, excepto la variabilidad de Lolita.
Decide ir al internado a buscarla para que regrese con él.
Aquí paramos la narración de la trama. Humbert ya se ha entregado a Lolita y a su destino. Un destino cuyo ornato son el sufrimiento y el dolor, como no podía ser de otra manera. Los amores desdichados siempre lo llevan implícito. Pero, ¿quién vence a los encantos de la femme fatale?
JOSÉ MANUEL CAMPILLO ORTEGA

6 comentarios:

Foxman dijo...

Me encanta esta película, sobre todo la escena donde Peter Sellers baila, o la escena del hotel en que Clare Quilty acosa al profesor Humbert, una película muchísimo más sútil que la versión ulterior.

Lo que Coppola quiera: Blog de cine dijo...

Una de las grandes peliculas del maestro Kubrick, sin Duda.

Saludos,
Eduardo Munoz

Manderly dijo...

Coincido con Freud: siempre nos atrae lo que no se puede o debe tener.
Excepcional película!
¿Quién es peor: el que provoca o el que se deja provocar?
Saludos.

CAROL LEDOUX dijo...

Qué peli más buena! Una de las que más me gustan de Kubrick.

Y muy buena la redacción del argumento.

saludos!

domive dijo...

Eii gran blog! Te sigo aquí y en twitter :)

Si te quieres pasar por el mío:

www.elrincondedomive.blogspot.com

Un saludo! :D

Jon Alonso dijo...

Pues, creo que voy a ser tu seguidor número 67(buena cosecha). No conocía tu espacio. Me gusta, está bien hecho, ilustrado; muy trabajado. Te añado a mis favoritos desde mi blog. Esta película es irrepetible como su creador literario y el cineasta que la llevó a la pantalla Nabokov y Kubrick eternos genios. Recibe un cordial saludo