lunes, 4 de noviembre de 2013

Crítica de 'EL APARTAMENTO' (1960) de Billy Wilder


En una ensalada Billy Wilder sería el vinagre de Módena. Por el color, por el sabor y por el regusto que deja en nuestro cinéfilo paladar. Sus películas suelen ser comedias con una pequeña dosis de tragedia shakesperiana donde pululan por doquier los Otelos y las Desdémonas, los Bassanios y los Antonios.  Y El apartamento encierra en sus escasos metros la verdad de la afirmación anterior.

La historia tiene paralelismos con la Brummel, en las distancias cortas es donde se la juega. Concretamente, en un ascensor. En esos exiguos metros, el corazón de nuestro protagonista se arrebata hasta conseguir la cima del Everest en un electrocardiograma, buscando que de sus tímidos labios emerjan las palabras que hagan que su amada esboce una sonrisa. O, en su defecto o en su exceso, la promesa de una cita.

El ascensor es la pequeña metáfora del apartamento. Lugar cerrado en el que todo ocurre. Fuera de estos dos lugares nada tiene importancia. Es algo parecido a lo que acontece en el día a día de las personas posmodernas, o quizá antemodernas, para las que lo que ocurre fuera del móvil o internet es tan invisible como yo al lado de Errol Flynn.


El cine de antes tiene el acortado aroma de la elipsis. Busca la magia sin necesidad de hacer presente el previsible y tedioso hechizo. Y eso lo hace maravilloso. El de ahora, explícito y prolijo, aburre. Y es que yo siempre he sido de sugerir, y no mostrar, de mujeres en bikini y no en topless. Billy Wilder, también. Volvamos a la película.

Hay una secuencia en las que vemos a  Baxter (Jack Lemmon) bebiendo amargamente un Martini después de haberse enterado viendo la pitillera rota que su amada lo es de otro; unos segundos después la delatora cámara nos muestra ocho palillos etílicos en círculo sugiriéndonos embriaguez y derrota. Hemos pasado de un Martini a ocho a través del alargado sostén de la aceituna. ¡Brillante!



Los protagonistas son los que tienen que ser. Valga esta especie de pleonasmo como antesala de las palabras que vienen a continuación: Jack Lemmon es el ciudadano medio que hace de ello su mejor virtud. Su no brillantez estética hace que seamos empáticos con él. Con Shirley MacLaine es distinto. Tiene una de esas caras que no son bellas ni feas, ni simpáticas ni serias, ni agradables ni su antónimo. Pero sí tiene algo que hace que los hombres se puedan enamorar de ella: altivez en la mirada. Es de las que te mira y no te está mirando. La atalaya de su mirada siempre está un escalón por encima de la nuestra.
           
Posdata: El apartamento es una película de fracasados que triunfan como lo hacen los fracasados: sin plenitud. Siempre hay un pero que todo lo corrompe. Valga esta agridulce reflexión como fiel reflejo del aroma que desprende la película. Y, por cierto, el cine de Wilder.



JOSÉ MANUEL CAMPILLO
(www.vienafindesiglo.blogspot.com)

2 comentarios:

Carlitos way dijo...

Cuanto mas pasan los años , de un humilde fracasado mas le gusta esta película , por que en realidad, no somos nosotros c,c baxter , que intentamos subir en el ascensor y volvemos abajo una y otra vez . Aparte de la relación de amor entre los dos
protagonistas, nos damos
cuenta que el ascenso al " poder" en una empresa son todo favores que hacemos durante años , y que en unos segundos , por nuestro sentido moral , se destruyen .. Critica modaz sobre los ascensos laborables , trama principal del film . No considero fracasados a los personajes les
considero personas que tienen
que salir de la monotonía ,
soledad y aburrimiento . La mejor película billy - diamond .

Eduardo Muñoz dijo...

La escena del espejo es magistral. Toda una lección de cine y narrativa. En un solo plano descubrimos todo el pastel junto a C.C. Baxter. Una de las muchas genialidades de esta obra maestra del cine.