jueves, 23 de diciembre de 2010

BIUTIFUL (2.010) de Alejandro González Iñárritu


La integración cultural, el choque de civilizaciones, la diversificación lingüística y, en general los problemas de comunicación entre los hombres, son temas recurrentes en la filmografía de Alejandro González Iñárritu. En su última película, Biutiful (2.010), vuelve a tratar los mismos temas de siempre pero esta vez puestos en relación con la tragedia de Uxbal, un hombre al que le han dado tan solo un mes de vida, y que antes de irse tiene que dejarlo todo preparado por el bien de sus hijos.

El título de la película nos da las claves bajo la que hemos de interpretar el desarrollo de la trama. Con una falta de ortográfica y lo que también es una transcripción de una palabra inglesa a la fonética del castellano nos informa de los problemas de adaptación y los obstáculos que deben sortear quienes se establecen en un lugar ajeno a su nación vernácula, con costumbres ajenas, y lenguajes distintos. Nos adelanta así la primera línea de acción desde la que se vertebra el argumento.

La segunda línea argumental no tiene que ver con el significante y su error ortográfico sino con el significado de la palabra Biutiful. Ello nos pone sobre la pista del tema primordial que desarrolla el filme: la belleza y la estética. Aclaro que contempla un sentido de belleza muy distinto al que entendemos usualmente. Iñárritu no habla de la estética de la moda de Milán, ni mucho menos de la esbeltez de las modelos parisinas. Habla de algo más profundo, de una belleza que trasciende al propio ser y se destila en el comportamiento ético. La idea de bien, decía Platón, es la idea de belleza y viceversa. La ética se identifica con la estética. Ambas se confunden y de este modo obrar bellamente es obrar éticamente. En efecto Alejandro González Iñárritu nos narra la historia de alguien que hace lo que tiene que hacer ante unas circunstancias extremas, a pesar de su propia y doliente mortandad y a pesar sobretodo de lo que su propia muerte puede representar para sus hijos que se hallan a su cargo y dependen de él.



De esta guisa Uxbal, el protagonista, interpretado buenamente por Javier Bardem, tiene que sacarse las castañas del fuego en un crisol multicultural, multiétnico y multilingüístico como es Barcelona. Una ciudad donde desde hace mucho tiempo se ha discutido sobre la identidad nacional, el derecho de autodeterminación y la lengua inmanente. Los problemas culturales que se vienen dando en Barcelona tienen un correlato expreso con la historia de Uxbal.

Desde este contexto, Uxbal ha de habérselas con el futuro de sus hijos, con su ex-mujer desentendida, con su hermano descarriado por las bajas pasiones, y sobretodo con la mismísima muerte, su enfermedad mortal, ese cáncer de próstata que no le deja tiempo apenas para dejar atados los cabos de su vida. Una enfermedad que le aqueja durante todo el argumento y representa el motor fundamental de sus acciones y el punto neurálgico de la textura narrativa.

Por eso Biutiful es un canto al coraje de un hombre que es capaz de remover Roma con Santiago, el cielo y la tierra, o rasgarse las vestiduras en plena vida para sobreponerse a su fatal e irremediable desenlace. Vemos por tanto a un padre que ejerce como padre en un ambiente sórdido y paupérrimo y vemos al mismo tiempo a Uxbal como un punto de entendimiento común entre los hombres, un auténtico canal de comunicación entre las diferentes culturas de la tierra, entre las diferentes razas, entre las diferentes lenguas, y, más aún, entre los hombres y las instancias sobrenaturales del más allá. En su persona confluye la línea vertical con la línea horizontal, el mundo espiritual con el mundo terrenal, y, en definitiva, la vida con la muerte. Por eso Barcelona no es Barcelona sino, antes, un escenario de confluencia, y Uxbaldo lejos de ser Uxbaldo es también un instrumento al servicio de los encuentros culturales y los encuentros espirituales. Todo en el filme tiene que ver con el encuentro, la conexión y los entrelazamientos de toda índole.

Si en Amores Perros (2.000), y en 21 gramos (2.003) se daban tres tramas diferentes que convergían, todas ellas, en un mismo accidente de tráfico; y si en Babel (2.006) se daban cuatro historias y cada historia se enlazaba con la otra mediante una delicada relación de causalidad; ahora, con Biutiful (2.010), el director desarrolla la narración a lo largo de una trama lineal, en cuyo protagonista converge un dechado de subramas que no sólo convienen en enriquecer la trama principal, sino que además coadyuvan en la construcción de los personajes. Es cierto que la deconstrucción narrativa de la que Iñárruti hace gala en esta última cinta es menos notoria que en la llamada trilogía de la muerte, pero lo que está claro es que cuando uno ve la película, apenas cae en la cuenta de esta circunstancia.

En cualquier caso tiene sentido que todas las subtramas converjan en figura de Uxbal pues él no es otro que el gran intermediario de culturas y lenguas, el que comprende a todos, el que habla el lenguaje de Pentecostés, el que es capaz de contactar con los actores muertos de la vida, el que, en resumidas cuentas, contraviene la maldición de la torre de Babel. Esto explica la pertinencia de las tramas adyacentes. La subtrama con los africanos, la de los chinos, y la que se da con algunos miembros corruptos de la policía barcelonesa. Uxbal se constituye de esta forma en la rueda dentada que hace que todo funcione con precisión suiza. Él sabe estar en medio en armonía sin que nada entorpezca.

A pesar de estas virtudes que hemos esbozado, hay secuencias que desfavorecen notablemente la película. Hay subtramas y acontecimientos que quedan forzados y artificiales. Nos falta información adicional para entenderlas con un poco de lógica. Hay una por ejemplo en la que un empresario chino asesina a su amante homosexual y no se comprende muy bien como se llega a esa situación, ni mucho menos los motivos que llevaron a aquel a acometer tal tropelía. En otra imagen vemos una playa con un montón de chinos fallecidos y varados en la arena. La imagen en cuestión representa una estética rayana con la muerte, muy bella eso sí, pero que en nada acompaña al tenor argumental de la primera línea narrativa. Zanjar algunas de estas secuencias, recortarlas quizá, redundaría en beneficio de la historia.


Todo lo cual no quita mérito a la película, que además cuenta con un reparto de excepción. Javier Bardem interpreta a Uxbal y nos deslumbra con una gama de sentimientos tan ambiguos como contradictorios; capta todas las sutilezas y delinea un personaje telúrico y espiritual, comprometido y ansiado de un orden en el mundo; no obstante lo anterior no es menos cierto que en alguna escena que otra decae su calidad interpretativa y se nos vuelve espesa y atorada. En cambio la actriz argentina Maricel Álvarez se erige en la estrella actoral de esta película. Su interpretación no sólo carece de fisuras sino que además exhibe una portentosa capacidad para transmitir sentimientos, sus ojos por ejemplo, se humedecen en las escenas de mayor carga emotiva; siente lo que dice, cada frase, cada gesto, con todo su corazón, mientras que su talento se desborda en cada uno de los fotogramas en los que aparece.

Aparte del estupendo plantel de actores, principales y secundarios, con el que cuenta Iñárritu, y aparte de la magnífica dirección que hace de los mismos, no podemos pasar por alto el bellísimo final que cierra el film. Uxbal muere, pero su muerte es concebida como una puerta más que se abre hacia una segunda vida. Una vida donde se encuentra con su padre, más joven que él, en una paisaje nevado y lleno de pureza. El espectador, después de recorrer las calles desamparadas, sórdidas y deshumanizadas de la ciudad de Barcelona, después de soportar la iniquidad de los agraviados, la algarabía familiar y la muerte  descorazonadora, respira en paz por fin, a gusto de una vez, y encuentra su descanso merecido ante ese bosque inmenso, desolado y purificador.

Para terminar me gustaría recordar el origen primigenio de este filme: aquel concierto de piano en sol mayor de Maurice Ravel que un buen día sonaba mientras que Iñárritu y sus hijos se preparaban el desayuno; al escucharla sus dos hijos rompieron a llorar desconsoladamente. Esa misma mañana un personaje llamaba a la puerta de Iñárritu y le dijo: “Hola me llamo Uxbal”; esa música que dio lugar a todo esto.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS

6 comentarios:

Anónimo dijo...

Me encanta tu critica, pero a ti te ha gustado la pelicula mucho mas que a mí. En efecto, quedan cabos sueltos, lo de los muertos en la arena... y que se podria haber contado todo en menos tiempo, le sobra media e incluso una hora a la pelicula. No obstante, los personajes estan bien construidos.
EDU

Anónimo dijo...

Gracias Edu. Viniendo de ti es todo un honor. Anto.

Anónimo dijo...

muy buena critica tambien sobre biutiful.Pero por que tenemos que criticar siempre si sobre o hace falta aquello. Creo que lo de los muertos no sobra, es algo que forma parte del protagonista (me parece que no llego a conocer a su padre)y no veo mal que crea en el mas allá, stá muy bien eso pk no lo muestra, lo deja a nuestra eleccion; creer en la vida despues de la muerte, que ahí depués. saludos perros. mikel

Lo que Coppola quiera: Blog de cine dijo...

Gracias Mikel. A mi también me gusta el punto ese de más allá que tiene la peli. Hace que trascienda. Saludos..Anto.

Anónimo dijo...

Que haya vida después de la muerte no lo deja a nuestra elección, queda claro que según Iñárritu la hay.
EDU

Anónimo dijo...

En esta vida de lo efímero, la paternidad conflictuada que muestra esta obra de vida me parece un himno a la esperanza.... enfrentar la violencia cotidiana de la existencia y no resignarse es parte de esta obra que llegamos a contar y vivir en este planeta.....

Etziria