jueves, 20 de enero de 2011

BELLA DE DÍA (BELLE DE JOUR, 1967) de Luis Buñuel


Las obsesiones y los temas favoritos de Luis Buñuel son plasmados una y otra vez en su cine. Hasta tal punto que una película suya se reconoce enseguida, como todo buen cine de autor. Sin embargo es prodigioso cómo consigue hacer que cada film parezca distinto y que cada constante adopte una nueva perspectiva cada vez. Como si reinventara su cine continuamente. Por eso era un absoluto genio. La película que nos ocupa es uno de sus mejores trabajos.

Bella de día cuenta la historia de Sévérine (Catherine Deneuve), una bella mujer casada con un atractivo hombre. Desde la primera secuencia de la película el espectador sabe que ella tiene sueños donde libera sus fantasías sexuales y masoquistas. Sin embargo, con su marido no es capaz de ejercitar sexo alguno. Duermen en camas separadas y ella siente rechazo cuando él le toca. Es una reprimida que sólo logra liberar su libido mediante el sueño, y más adelante con la prostitución.


La película se mueve todo el tiempo en esa dicotomía: sueño y vigilia. No será la única, ya que también se podría extraer otra en la contraposición entre razón y pulsión. Son dos caras de la misma moneda: el alma humana. En Sévérine hay una lucha constante entre estos dos componentes, pero la apuesta de Buñuel es claramente por el predominio de lo irracional. No se explican los comportamientos en ningún momento del film pero tampoco es necesario. El motivo es que Buñuel nos está dando su visión, una vez más, de la condición humana. El hecho de que los protagonistas sean de clase alta acentúa aún más la crítica y el análisis antropológico.

Buñuel realiza un descenso a lo más íntimo de la naturaleza humana para descubrir nuestro verdadero yo, no el que observamos en la superficie sino el que habita en las profundidades de nuestro ser. Las apariencias engañan, son una máscara. Todo ello mostrado  como algo muy normal, no hay víctimas ni verdugos. A lo más que llega la protagonista es a sentir remordimientos debido a su educación católica. Buñuel se aproxima de nuevo a la religión, manifestándola como impedimento para que el ser humano pueda desarrollarse plenamente. Lo que parece querer decir es que si no fuera por los remordimientos (consecuencia directa de la moral religiosa)  no haría falta la expiación de nuestros pecados.

Otra ironía de la película es que la prostitución no está tratada como un drama para quienes la ejercen, más bien lo contrario. Sévérine se hace prostituta para liberar sus pasiones, aunque al principio sea reacia y se sienta culpable. Es algo normal también en las otras mujeres de la historia. Una de ellas llega a decir que lo hace para ayudar a su novio económicamente y que él lo entiende. El film está lleno de este tipo de detalles. Todas las bajezas humanas son precisamente eso, humanas, nos pertenecen y por eso no producen extrañeza alguna.


Bella de día es también muy rica en símbolos. Sabemos desde  Freud que los sueños son la puerta de entrada al inconsciente y esto  influyó a los surrealistas sobremanera. Pues bien, como en la mayoría de películas de Buñuel aparecen animales y sonidos que nos remiten a otras cosas. Por ejemplo el sonido de los cascabeles que acompaña a varios sueños de Sévérine, así como de maullidos de gatos (que no vemos por cierto) y la aparición de ganado bovino, parecen querer remitirnos a la dominación que desea Sévérine ante todas las cosas. Es revelador al respecto que uno de sus clientes, un gordinflón oriental y grotesco, tenga precisamente un cascabel cuyo sonido gusta a la mujer, ya que va ser dominada.


El film pertenece por completo a Catherine Deneuve. Está espléndida y hermosa como nunca. Su frialdad aparente es idónea para lo que Buñuel quiere contarnos. Decía Alfred Hitchcock que él escogía a mujeres para sus films que no tuvieran el sexo escrito en la cara como era el caso según él de Marilyn Monroe, porque eso le daba más riqueza para jugar con las apariencias y con el sexo implícito. De esta forma Grace Kelly, Tippi Hedren o Ingrid Bergman son bombas sexuales bajo las apariencias. El mismo tratamiento hace Buñuel de la mujer principal de su historia. Baste como ejemplo el hecho de la transformación que supone pasar de llevar el pelo recogido a llevar la melena suelta cuando empieza a ser prostituta, es de una sensualidad increíble. Si la hubiera mostrado desnuda hubiéramos perdido mucho, nos basta ver su bella espalda para imaginar el resto. Cuánta sabiduría.


EDUARDO M. MUÑOZ

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Sumamente interesante. Buñuel sabe sugerir como nadie. Es delicado, incisivo, sugerente, sensual, y riguroso. Una delicia. Anto

Eduardo Muñoz dijo...

Es la hostia, cada vez me gusta más.