jueves, 21 de abril de 2011

MARNIE, LA LADRONA (MARNIE, 1964) de Alfred Hitchcock


Marnie, la ladrona es una película extraña que se podría considerar como  una revisión en color de Recuerda, film que el maestro abordó en 1945 y donde ya hizo uso del psicoanálisis para elaborar una trama partiendo de un caso clínico. Pero sería injusto quedarse ahí y ver Marnie como una simple versión renovada de aquella película en blanco y negro, aunque los elementos homogéneos de ambos films sean más que evidentes.

Probablemente estemos hablando de la última gran película de Hitchcock, después de la obra maestra que fue Los pájaros (1963). De nuevo volvió a colaborar con Tippi Hedren muy a su pesar, ya que para el papel siempre quiso a Grace Kelly, en lo que hubiera supuesto su regreso al cine por la puerta grande. Para el protagonista masculino eligió a Sean Connery, muy de moda en aquélla época sobre todo por las películas de la saga de James Bond, para ejercer de “doctor Freud” con Marnie. Si en Recuerda las sesiones psicoanalíticas eran desempeñadas por Ingrid Bergman para su paciente/amado Gregory Peck, aquí es al contrario, es el rol masculino quien intentará liberar de la neurosis a la bella fémina.
Marnie, la ladrona no es una película de Hitchcock al uso. El cineasta británico no utiliza los robos de Marnie para crear el suspense acerca de si va a ser o no descubierta por la policía como sería lo común, esto de hecho pasa desapercibido para el espectador, sino que se centra en el misterio de las neurosis de Marnie a partir de la premisa: ¿Por qué necesita robar esta bella mujer? Además, uno de los mayores intereses de este film es el personaje de Sean Connery. El amor que siente hacia Marnie es muy peculiar, ya que la trata como si de un animal enjaulado se tratara, mostrando un amor fetichista reflejado sobre todo en la secuencia de la violación en el barco. Lo que le atrae de ella es precisamente que sea una ladrona, por eso la desea sexualmente, y resulta sorprendente para la época el trato dominador y en ocasiones vejatorio que realiza con ella, llegando a chantajearla y hacer que se case con él para no desvelar su secreto a la policía.


Hitchcock por tanto realiza un film y una trama puramente psicoanalítica alejándose del suspense policíaco. De esta forma convierte a su obra en un drama sobre una mujer atormentada y reprimida sexualmente que necesita robar. No por ello deja de tener un suspense espléndido, por ejemplo en aquella brillante y famosa secuencia en la que Marnie roba en la oficina donde trabaja y tiene que huir sin ser descubierta por la señora de la limpieza.
Hitchcock volvió a colaborar una vez con más con Bernard Herrmann, quien compuso una banda sonora inquietante y llena de fuerza, acentuada sobre todo en los momentos en los que Marnie es presa de los ataques de histeria que le producen el color rojo y las tormentas. La fotografía de Robert Burks es fundamental al respecto en esta película, donde el color es tan importante.


Y, para terminar, una anécdota no exenta de interés para el resultado final que pretendía Hitchcock con su película. El guionista inicial fue Evan Hunter, el cual quería prescindir de la citada escena de la violación con la excusa de que el personaje de Sean Connery se convertiría en desagradable  para el público. Hitchcock se negó tajantemente y el guión acabó siendo firmado por Jay Presson Allen, basado en la novela de Winston Graham. Bravo, una vez más, sir Alfred.
EDUARDO M. MUÑOZ

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