martes, 12 de marzo de 2013

Crítica de 'CENTAUROS DEL DESIERTO' (1956) de John Ford




La carrera profesional de John Ford comienza con la película muda El tomado, estrenada en 1.917, y se prolonga a lo largo de una copiosa y prolífica filmografía salpicada de grandes títulos como por ejemplo: El delator (1.935), La diligencia (1.939), Las uvas de la ira (1.940), ¡Qué verde era mi valle! (1.941) o El hombre tranquilo (1.952),  para culminar con un documental de 30 minutos, titulado Chesty: A Tribute tu a Legend, estrenado en 1.976 y dedicado al general más condecorado de los E.E.U.U.. Entre una y otra fecha suman 59 años de experiencia profesional y un bagaje de 136 películas. John Ford se erige como uno de los grandes cineastas de todos los tiempos. Centauros del desierto (1.956), es el título español de la que en los Estados Unidos se conoce como The Seachers (Los buscadores), un western que cuenta con la elogiable interpretación de John Wayne y que narra la aventura de un par de vaqueros que se lanzan al rescate de su inocente sobrina raptada por los indios comanches.  Rodada en los bellísimos parajes de Monument Valley, en la gran depresión que se sitúa en la frontera sur de Utah con Arizona, la dirección de fotografía peca de pretenciosa. Porque una fotografía tan hermosa como la que aquí se utiliza rompe los equilibrios que se generan en el seno de la propia narración. El espectador se embelesa con los paisajes, con las bellísimas formaciones geológicas que predominan en los fondos, se distrae y casi sin darnos cuenta quedan truncadas las cotas del verismo que trasciende a la historia. La peripecia requiere unos entornos de mediano perfil, habituales, anodinos, comunes, lugares donde sin perder el tono mesurado de la estética del desierto, no despunte en las estéticas inolvidables de los posters publicitarios. Los exteriores no deben usurpar el lugar de los museos, los encuadres no deben consentir que los paisajes usurpen los papeles al actor protagonista. Los paisajes han de estar relegados a los segundos términos de la acción principal, han de pasar inadvertidos en todo momento, han de estar silenciosos. Centauros del desierto pone en juego un fondo que deviene en figura con respecto de otro fondo más profundo. Dentro de este juego de figuras y fondos, la linealidad de la acción converge con el uso de una trama sencilla y de un guión que no presenta una especial complejidad. Los actores sostienen la sustancia del filme, sus voces y sus textos asientan los cimientos de una alta, firme y armoniosa arquitectura. Aunque el tono general no dispone de graves orfebrerías, ni de mimbres alambicados, ello no desmerece el ritmo cinematográfico que conserva la cinta, ni mucho menos la medida gestión de los impactos en el escala emocional de los espectadores. La tensión de ciertos nudos, e incluso la soberana gravedad de algunas escenas, se descarga mediante habilidosos toques de humor que llegan en el momento justo y airean el serio cariz de los acontecimientos. Quizá por todo ello Centauros del desierto está considerada como una obra de culto dentro de su género, un clásico en todos los sentidos y que no podría por menos que formar parte de esos libros de la editorial Taschen que recopilan las 1.001 películas más importantes del cine mundial.

ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS 

3 comentarios:

Eduardo Munoz Barrionuevo dijo...

Inolvidable obra maestra. No existe pega o defecto alguno en esta cinta. El personaje de John Wayne es algo asi como un Ulises que desea regresar a su patria. En este caso dicha patria es él mismo.

Antonio Martín de las Mulas dijo...
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
Antonio Martín de las Mulas dijo...

Leyendo la odisea me dio que pensar que Ulises se fue 20 años de su patria para evitar estar con Penélope. ¿Que otra necesidad tenía de irse?.