El arranque y el cierre debería ser algo a tener muy en cuenta en la construcción del guión. Un comienzo sin garra te puede arruinar una película, simplemente porque el espectador deja de prestar atención, se aburre y se va; aunque esté sujeto a una butaca de cine, algo escaso, hemos perdido lo más valioso: su atención.
El
final no debería satisfacer las expectativas de un imaginario gran público, un
final es consecuente con todo lo argumentado a golpe de secuencia. Resolver las
tramas abiertas de forma acomodada, resta validez a todo lo acontecido. La
secuencia final de ‘Nuestro último verano en Escocia’ es un desatino dentro del guión
aceptable, con chispas ingeniosas, de esta comedia sin mayores pretensiones que
las que se hayan fijado sus dos directores. A saber.
Andy Hamilton y Guy Jenkin
son los creadores de la serie de la
BBC ‘Outnumbered (2007)’, sobre un
matrimonio con tres niños. ‘Nuestro
último verano en Escocia’ comparte
la misma idea inicial. En el caso de la película el matrimonio se está
divorciando, y las premisas sobre el desordenado mundo de los adultos y las
precoces conciencias de tres niños estereotipados, niña repelente
sabelotodo, niña imaginativa, sin duda
la mejor de la película, y niño obsesionado con la cultura vikinga, que ponen
en entredicho una falsa estabilidad familiar. Aprovechando el tirón televisivo
deciden colocar a sus personajes en Escocia, con sus estéticos planos aéreos de
la bella región, en toda película que se
precie hay que demostrar que se tiene cierto empaque en la producción, de
visita para el cumpleaños del abuelo, un, interpretativamente, indiferente Billy Connolly, su otro hijo, don
quiero y no puedo, con su depresiva esposa y su hijo con déficit de atención.
El desarrollo de los personajes está repleto de arquetipos una y mil veces
vistos y exprimidos.
Sin embargo en el desarrollo de la trama principal es donde encontramos el mayor logro de la película. La idea es original e hilarante, las motivaciones de los personajes son creíbles y los tres jóvenes actores ponen en relieve su gran trabajo, haciendo sombra en muchas ocasiones al reparto con más experiencia. El problema surge cuando, al menos esa es la impresión más poderosa que desprende el film, sus directores y guionistas pretenden dar soluciones fáciles y autocomplacientes. Introducen personajes, la trabajadora social por ejemplo, que más que aportar al desarrollo de la acción, la ridiculiza impregnándolo todo de un halo sainetesco. Comienzan los despropósitos en el guion con un colofón sonrojante más cercano a un telefilm de muy bajo presupuesto. Ya sabemos que los finales felices no convencen, éste en concreto es un despilfarro de imaginación.
Sin embargo en el desarrollo de la trama principal es donde encontramos el mayor logro de la película. La idea es original e hilarante, las motivaciones de los personajes son creíbles y los tres jóvenes actores ponen en relieve su gran trabajo, haciendo sombra en muchas ocasiones al reparto con más experiencia. El problema surge cuando, al menos esa es la impresión más poderosa que desprende el film, sus directores y guionistas pretenden dar soluciones fáciles y autocomplacientes. Introducen personajes, la trabajadora social por ejemplo, que más que aportar al desarrollo de la acción, la ridiculiza impregnándolo todo de un halo sainetesco. Comienzan los despropósitos en el guion con un colofón sonrojante más cercano a un telefilm de muy bajo presupuesto. Ya sabemos que los finales felices no convencen, éste en concreto es un despilfarro de imaginación.
Realización
y fotografía cercanas a los cánones
televisivos, con un reparto simpático,
correcto, poco creativo salvo el caso de la niña amante de la geología que es la única que entiende el sentido
primigenio de ‘Nuestro último verano en
Escocia’.
Película
de consumo rápido y masivo, que con los precios que se gastan las salas, es más
adecuado y ajustado su visionado en el
medio televisivo. En suma, comedia de marcada orientación familiar poco apta
para fanáticos de Herodes.
JUAN AVELLÁN
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