viernes, 22 de julio de 2011

EL PEQUEÑO SALVAJE (L' ENFANT SAUVAGE, 1969) de François Truffaut


Rousseau fue uno de los pensadores que más trabajó lo que comúnmente se conoce como “el mito del buen salvaje”. En plena Ilustración, este filósofo consideraba que en el estado de naturaleza el hombre es bueno. Sólo cuando está inserto en la sociedad, el hombre se envilece y corrompe. Además de esta famosa teoría, el descubrimiento real en 1799 de Victor de Aveyron, un niño salvaje, y su proceso de socialización y educación por parte del médico Jean Marc Gaspard Itard, sirvió al cineasta François Truffaut para realizar una de sus películas más hermosas, El pequeño salvaje.
Corría el año 1969. Habían pasado diez años desde que Truffaut realizara su célebre ópera prima, Los cuatrocientos golpes (1959), un film autobiográfico con la infancia como tema principal. Desde aquél primer film, la infancia siempre ha sido uno de sus temas fetiche. Si no lo trata directamente, como en La piel dura (1976), raro es el film en el que aunque sólo sea de pasada no se pueda ver algún tratamiento de la misma en mayor o menor medida. Por eso no es de extrañar que se dejara seducir por el fascinante caso real de un niño asalvajado que fue encontrado en la región francesa de Aveyron, el cual no tuvo hasta ese momento ningún tipo de contacto con otros seres humanos.


El propio Truffaut interpreta el personaje de Jean Marc Gaspard Itard, el médico que se encarga de la educación del pequeño Victor (encarnado por Jean-Pierre Cargol). En el film queda clara la filosofía que se pretende inculcar: la importancia de la educación para el desarrollo de la persona en todos los ámbitos, no sólo en el moral. Pero Truffaut se sirve de varios elementos para indicar, paradójicamente, que la verdadera felicidad del hombre reside precisamente en su estado de naturaleza y no en el proceso derivado de una educación y socialización formal. El vaso de agua que Victor toma como premio a los avances realizados durante su proceso de inmersión en la estructura social así lo demuestran. El pobre muchacho bebe el agua, símbolo del estado de naturaleza, con otro carácter, con otra alegría. Ha superado las duras lecciones con éxito. Su premio le devuelve a su estado de libertad perdido. Otras imágenes que refuerzan dicha idea las encontramos cuando el muchacho mira por la ventana hacia el bosque, melancólicamente, y cuando se expone bajo la lluvia con gran exaltación y felicidad.


Truffaut recrea la época maravillosamente bien. Se sirve de la música de Antonio Vivaldi como banda sonora, cuyos acordes suenan a lo largo de todo el film, y el inmenso trabajo realizado en vestuario y decorados, así como la bella fotografía en blanco y negro de Néstor Almendros, nos sumergen en la ilusión de estar viendo un documental sobre la historia de Victor y no un film de ficción. La composición de los planos es vigorosa al respecto, de gran clasicismo, pictórica, ineludiblemente necesaria para reflejar la Francia del siglo XVIII. Probablemente sea el trabajo más visualmente conseguido de toda la filmografía de Truffaut, donde los decorados cobran una importancia más patente que en sus otros films, y se contraponen muy significativamente en exteriores (el bosque, donde Victor residía en un estado de naturaleza y libertad completos) e interiores (la casa de Itard, donde Victor es educado a la fuerza).
Por todo ello El pequeño salvaje es un film de obligada visión que hará las delicias de filósofos, pedagogos y psicólogos por su profunda reflexión sobre la esencia de la naturaleza humana y su comportamiento; así como de cinéfilos en general, que encontrarán en esta obra un verdadero ejercicio de estilo en uno de los films más logrados de François Truffaut.
EDUARDO M. MUÑOZ

2 comentarios:

CAROL LEDOUX dijo...

Me encanta el cine de Truffaut y en especial esta peli y "los cuatrocientos golpes".

Buena reseña!

Saludos!

Muñoz dijo...

Ya ví que hiciste un escrito sobre "La novia vestía de negro". A mí también me gusta mucho el cine de Truffaut aunque tiene películas mejores y peores.
Saludos