Con marcada parsimonia, y dilatados ritmos, la cámara de París, Texas, recorre el espacioso y hermoso desierto de Chihuaha, en la árida geografía del estado de Texas. El protagonista (Harry Dean Stanton), - a quien se le vislumbra algún tipo de transtorno de la personalidad o algún tipo de trauma profundo-, recorre un espacio interior desde el que poco a poco va reconstruyendo su identidad personal. Las trama, los diálogos y los comportamientos de los personajes se ordenan a la averiguación de estas experiencias traumáticas que el protagonista ha vivido. Esta curiosidad es el hilo que conduce a los espectadores hasta la escena final en la que se resuelve todas las intrigas. La estética de los desiertos, los crepúsculos enigmáticos, o la gama lumínica de rojos que en muchas escenas inciden en los rostros, en los paisajes y en las cosas, confiere a la fotografía una interpretación pasada por el filtro de la subjetividad. Lo que por otro lado resulta muy acorde con la manera que tiene el protagonista de sentir su mundo como un insoportable surtidor de sufrimiento, dolor y soledad que sin embargo se expresan fuertemente contenidos. Por eso la puesta en escena no es acreedora de un sentimentalismo barato ni deudora de una ñoñería insufrible y pastelosa. La seriedad y la profundidad con que Wim Wenders aborda los sentimientos humanos recuerda en algo a Secretos de un Matrimonio (1.973) de Ingmar Bergman. La ambientación adensa los significados: el colorido del desierto y la elección de las ubicaciones nutre considerablemente la palabra de los actores, a las que da pleno sentido y contundencia expresiva. Este coctel de elementos narrativos culmina con una inmejorable banda sonora que corre de la mano del conocido guitarrista de música country llamado Ry Cooder y que embelesa nuestros sentidos con el dominio de la melancólica técnica del slide (que consiste en deslizar un dedal de metal por las cuerdas de la guitarra); una banda sonora que se adecua con justeza al sentimiento general de la cinta, y que elucida las claves solipsistas e introspectivas que recorren la trama. No obstante la película es lenta y gusta de un tipo muy particular de espectador, más familiarizado con las lecturas del silencio narrativo que con la acción trepidante, más con las lecturas del gesto que con el torrente de la palabra, y sobretodo más familiarizado con la limitada expresión de los diálogos, que con la explicación grosera y redundante del peor cine comercial.
ANTONIO MARTÍN DE LAS MULAS
2 comentarios:
Hermosa pelicula.
Hermosa.
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